A menudo se alude a la personalidad de las orquestas como un rasgo definitorio de su sonido. En el caso de las grandes formaciones de la vieja Europa, como la Filarmónica Checa, no se trata de una alusión infundada. En efecto, una singular personalidad cabe esperar del sonido de la formación que Mahler escogió para estrenar su Séptima Sinfonía, por ejemplo, allá por 1908. Y ello a pesar de la internacionalización creciente que se ha impuesto en los atriles de cualquier orquesta. La elevada media de edad de los profesores de la Filarmónica Checa quizá contribuye sin embargo a la permanencia de un sonido genuinamente centroeuropeo, caracterizado por su brillantez, por su deleite melódico y por la textura sedosa y densa de sus cuerdas, aunque cada vez menos idiomático, cada vez menos bohemio. Sigue siendo pues una gran formación, aunque lejos de los tiempos dorados que alcanzó con Kubelik, Ancerl o Neumann.
Belohlavek es de nuevo su director titular, desde 2012, tras haber estado al frente de la formación ya en una etapa anterior, entre 1990 y 1992. Grandes batutas como las de Albrecht, Ashkenazy o Inbal se hicieron cargo de dicha titularidad durante ese lapso intermedio de veinte años.
En esta gira de conciertos por España junto a la cellista Sol Gabetta, fue sin embargo el joven director polaco Krzysztof Urbanski quien empuñó la batuta el pasado día 22 de enero. Su labor se antojó un tanto inmadura y de trazo más bien grueso. Apenas se limitó a una recreación convencional de las partituras de Smetana y Dvorak que integraban el programa. Una inmadurez que contagió de algún modo, seguramente, a la solista, igualmente joven, aunque no inmadura, que ofreció una recreación algo irregular del maravilloso concierto para violonchelo y orquesta de Dvorak.
Gabetta dio muestras de un gran potencial, de intenciones abundantes, si bien todavía por pulir y desarrollar. Su manejo del arco fue en exceso agresivo y enfático en los primeros compases del concierto. La solista dio lo mejor de sí, desde luego, en los pasajes más lentos y contenidos, allí donde el arco contribuía a un fraseo más ensimismado que arrebatado. Más diestra con la poesía que con el temperamento, una digitación no siempre impecable impidió una recreación virtuosa de una partitura muy compleja, es cierto, que deja a menudo muy expuesto al intérprete. En conjunto, pues, una interpretación un tanto irregular, desde luego menos impecable y resuelta de lo que cabía esperar en el caso de una solista como Gabetta, que trae consigo tan espléndidos avales. Nos quedamos, en cualquier caso, con los momentos, que no fueron pocos, en los que dejó entrever su potencial. Por eso decíamos que el concierto habría ganado enteros, casi con total seguridad, de haber tenido al frente una batuta más experimentada y sólida que la de Urbanski, capaz también de arropar de un modo más seguro la labor de Gabetta. Como propina a la primera parte del concierto, Sol Gabetta y cuatro de los violonchelistas de la orquesta ofrecieron una hermosísima recreación de El cant dels ocells.
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