Por Francisco Jaime Pantín.
Santander. 12/08/15. Palacio de Festivales. Festival Internacional de Santander. Obras de Bach, Beethoven y Schubert. Grigory Sokolov, piano.
Probablemente, asistir en vivo a un recital de Grigory Sokolov sea una de las experiencias emocionales más intensas que puedan darse hoy día en el mundo de la música clásica. Esto resulta casi contradictorio, teniendo en cuenta que estamos ante un artista que se ha colocado voluntariamente, desde siempre, al margen de una mercadotecnia cada más imperante en este entorno. Un artista que rara vez toca con orquesta, que no cultiva el género camerístico, que no comparte su música con amiguetes –algo tan en boga hoy día entre muchos de los grandes- que ya ni siquiera graba y que elige sus programas sin tener en cuenta la mínima concesión al público, parecería condenado al ostracismo, y, sin embargo, Sokolov sigue en la élite de los escasísimos pianistas capaces de llenar los auditorios.
Existe un indudable componente de genialidad en este pianista. Desde el momento en que Sokolov aparece en el escenario, con expresión facial grave y agilidad de movimientos insospechada y se sienta al piano para empezar a tocar una música que ya parece acompañarle desde siempre, todos los asistentes tienen la certeza de que van a ser testigos de una experiencia musical y emocional de absoluta excepción. A partir de ese momento, poco importa la forma, ni el estilo ni las convenciones interpretativas. Mientras que el piano de Sokolov esté sonando, no tendremos otra opción que admitir que la música es así, que esa es la verdad, y la única opción es dejarse llevar e intentar participar en una experiencia única a partir de la sinceridad, la convicción, la humildad, la naturalidad, la pasión –contenida o desbordada- o la violencia de una mente musical poderosísima que se apoya en una técnica que se da por supuesta y que parece no conocer límites.
Sokolov posee la facultad de aparentar inmediatez en unas versiones que en realidad están muy meditadas y que –de hecho- no han cambiado apenas con el tiempo. Desde su adolescencia ya hubo Sokolov y su impactante personalidad es su sello de identidad más visible. No estamos ante un intérprete versátil emocionalmente. Sus versiones tienden a convertirse en un testimonio de sí mismo, y revelan una clara tendencia a lo oscuro y lo depresivo. Sus tempi suelen ser lentos, tendiendo al estatismo, y se evidencia una escasa reacción hacia los sentimientos positivos, la luz, la esperanza, la distensión o el humor. Esto conlleva una inclinación a lo unívoco emocional, y por lo tanto se adecúa mejor a unas músicas que a otras. El recital ofrecido fue buena muestra de todos estos aspectos.
Se abrió el concierto con la Primera Partita BWV 825 de Bach. Se trata, probablemente, de la más ligera, ingenua, intimista y lírica de esta colección de 6 grandes obras con las que Bach culmina su periplo por la forma suite. Si exceptuamos el Preludio, de marcado carácter polifónico, “quasi orquestal” y la Giga – maravillosa recreación contrapuntística a partir de una ingeniosa disposición tecladística de clara inspiración scarlattiana- el resto de la suite presenta una textura diáfana- apenas una voz para cada mano- que rehúye deliberadamente las complejidades contrapuntísticas y las tensiones dramáticas habituales en el conjunto del grupo. Sokolov así pareció entenderlo, planteando desde el Preludio un entorno de serenidad preciosista, en una visión fundamentalmente lírica que soslaya en buena medida las progresiones dinámicas en aras de una transparencia que habría de ser la tónica dominante de su versión global de la obra. La Allemande es presentada en un aire de auténtica allemande, y su carácter de danza predomina sobre la cantabilidad. La Corrente es expuesta en tempo moderado, no apostando por un posible carácter de Giga anticipada. La lentitud de la Sarabande resulta acrecentada por la interpretación literal de los puntillos y nos sitúa abiertamente en el ámbito del recitativo más que en el de danza dramatizada. Los Menuetti son expuestos a un tempo muy pausado, con una articulación impecable que resalta el tono intimista, ligeramente sombrío, que parece definir la versión del pianista ruso. Una Giga muy vivaz, de ligereza y precisión rítmica extraordinarias y planificación polifónica excepcional, que renuncia de manera deliberada a la extraversión dinámica, pone fin a una versión muy personal, como todas las de Sokolov. La sonoridad cristalina del pianista convirtió la escucha de esta pieza en un auténtico goce sensorial.
La interpretación de la Sonata op. 10 nº 3 de Beethoven resultó, quizás, lo más interesante de la velada. Sokolov convierte el Largo e Mesto en el eje emocional de la obra, alcanzando momentos de máxima expresión y hondura emocional. El resto de la sonata parece supeditarse a esta visión esencialmente depresiva, lo que explica la cierta contención del primer movimiento, la renuncia a la frescura y el optimismo del Menuetto o la apreciable reticencia en el Rondó final, maravillosa simbiosis entre la incertidumbre y el heroísmo.
La segunda parte del recital fue consagrada a Schubert, uno de los compositores predilectos de Sokolov. La hipersensibilidad del pianista ruso tiende a presentar un Schubert inmerso en la desolación ante la que la esperanza no parece tener cabida. La aceptación de un destino humano que tiene como esencia la finitud es la clave que define el pensamiento schubertiano y explica sus raíces humanísticas. Finalmente, Schubert parece sonreir a la vida con una mirada impregnada de melancolía, una sonrisa que nos abarca a todos y nos hace partícipes de un sentimiento universal que nos afecta como conjunto, más que como individuos. Por supuesto que en su música hay excepciones. Raras son las obras que culminan en la reafirmación de un sentimiento trágico o una protesta visceral, pero existen, y probablemente la Sonata D784 sea una de ellas. La versión de Sokolov resultó implacable en este sentido. Los tempi, incluso el Allegro Vivace del tercer movimiento, fueron muy reconcentrados, tempi que apenas evolucionan, en la búsqueda de un estatismo que propicie el refugio en los abismos depresivos. La fantasmagórica y deliberadamente retenida cabalgada final es un claro testimonio de ello.
Los 6 Momentos Musicales D780 podrían considerarse como un caleidoscopio donde fueran apareciendo, uno tras otro, los elementos esenciales del ideario schubertiano, así como sus códigos de expresión pianística. Conviven la escritura vocal con la camerística y la orquestal dentro de un mismo instrumento, en una amalgama que posibilita la interpretación personal más que ninguna de sus obras para piano. Esa precisamente fue la principal característica de la versión de Sokolov, que presentó un Schubert opresivo que se mueve entre lo trágico y lo tortuoso, con momentos impresionantes como la cabalgada hacia un destino certero del nº 5, con unas dinámicas sin concesiones que mantienen al oyente en vilo permanente, en una concepción muy beethoveniana, los tintes tenebristas del nº 4 o los muy marcados contrastes dinámicos del nº 3.
Todos los recitales de Sokolov tienen tres partes, la última de las cuales la constituyen los bises. Es el momento en que se estrecha la relación entre el pianista y su público, hasta entonces basada en la distancia respetuosa. Para Sokolov, el público es perfectamente prescindible, tocaría exactamente igual estando solo y simplemente parece autorizar la presencia de un público que tiene así la posibilidad de asistir a una especie de milagro. Es el momento de las concesiones y Sokolov lo asume siempre con generosidad hacia quienes le han acompañado hasta ese momento, En este caso tocó 6 piezas fuera de programa. La última, un vals del compositor ruso Alexander Griboyedov, cuya sencillez aparente se transforma en manos de Sokolov en un hinóptico leiv-motiv que podríamos escuchar indefinidamente. La penúltima, el preludio Op. 28 nº 15, nocturno y marcha fúnebre sobre el ostinato de la bemol. Anteriormente, cuatro ejemplos de la conocida deconstrucción que de la mazurka chopiniana realiza el pianista ruso. ¿Qué suena realmente? ¿Satie, Debussy, Chopin, Scriabin…? Nada de eso, simplemente Sokolov.
Tras casi 3 horas, uno sale del concierto intentando asimilar la inmensidad de la belleza de lo escuchado. Un lujo para todos, uno de los varios que este magnífico Festival Internacional de Santander ha programado.
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