Por Aurelio M. Seco
Oviedo. Auditorio Príncipe Felipe. 8/3/14. Jornadas de Piano "Luis G. Iberni". Grigory Sokolov, pianista. Obras de Chopin: Sonata nº 3 en si menor, op. 58 y diez mazurcas.
Qué duda cabe que Grigory Sokolov es uno de los más grandes pianistas vivos. Su formidable técnica, extraordinario poder de concentración y personalidad ante las obras lo dicen todo. Su nombre, sin embargo, no es tan conocido entre el público general como el de otros pianistas que, a lo elevado de su arte, han querido unir una intensa proyección mediática. Sokolov va de otra cosa. Huye de los medios de comunicación, hasta el punto de que es difícil encontrar entrevistas suyas en Internet, documentales sobre su figura o imágenes de sus recitales, las más de las veces tomadas aprisa y corriendo por sus admiradores, y no en las mejores condiciones. Al igual que le sucedía a Celibidache, a Sokolov le interesa más el recital en directo que las ediciones discográficas, porque prefiere que los aficionados perciban la experiencia musical en vivo. Es una pena, porque ambas cosas nunca fueron incompatibles. Pero así son las grandes personalidades. En cualquier caso, que haya adoptado esta posición ética ya es significativo de su intención como pianista. En esto, Grigory Sokolov se sitúa en las antípodas de Glenn Gould, quien precisamente hizo todo lo contrario: renunciar a tocar en directo para recluirse en un estudio de grabación, donde él creía que la técnica le podía ayudar a conseguir la perfección que tanto ansiaba.
En ocasiones, el talento puede desconcertar a quien tiene una idea más o menos clara de cómo se deben tocar ciertas obras. Al igual que lo fueran Richter o Horowitz, Sokolov también se ha convertido en uno de los grandes individualistas de nuestra época. Quizás por ello, a lo largo de su trayectoria le ha resultado difícil encontrar directores de orquesta con quienes poder entenderse. Incluso hay alguno que, tras haberle dirigido en alguna ocasión, ha prometido no volver a hacerlo nunca. Llegó a Oviedo para tocar en las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”, certamen en el que viene participando durante años con gran éxito, siempre de forma generosa y a un nivel artístico estratosférico. En esta ocasión, el programa estaba compuesto por la Sonata nº 3 en si menor y diez Mazurcas de Chopin, que sonaron enfáticas y características de una forma de tocar entre contundente, fulgurante y pulcra.
Cuando Sokolov toca el piano, todo él parece estar concentrado en decir algo diferente y sustancial. Y si Horowitz afirmaba de sí mismo ser el último pianista “individualista” y no el último romántico, como muchos le decían, Sokolov se empeña en seguir siendo el mejor pianista ruso tras Sviatoslav Richter, al que se parece en algunas cosas y del que se distancia en otras. Como Richter y el propio Horowitz, Sokolov también posee ese afán por ser único, que consiste en interpretar las obras de manera tan personal que, en ocasiones, incluso puede parecer excéntrica, sin llegar a serlo nunca. Qué duda cabe que, después de oír tocar con tal grado de lentitud y meditación dramática el Impromptu nº 3 en la bemol de Schubert (una de las 6 propinas que ofreció Sokolov) a alguien como Horowitz , la interpretación de Sokolov, podría resultar algo plana de matices y demasiado rápida. Incluso algo tosca si nos fijamos en la melodía de la mano derecha, que destiló una solidez consustancial a lo ruso que, sin embargo, en la Sonata nº 3 de Chopin, resultó edificante y clarificadora de una línea melódica clara y convincente.
La interpretación de la sonata de Chopin presentó una paleta de dinámicas riquísima que, en sus momentos más exigentes, incluso puso a prueba la solidez de cuerdas del piano. Sucedió algo parecido con las mazurcas, que Sokolov dotó de una línea melódica de gran presencia, llena de carácter y una musicalidad más enfática y lineal que nostálgica y pictoricista. De entre las propinas, nos gustó especialmente la interpretación del Impromptu nº 4 en lab de Schubert, que delineó con una pulsación más liviana y uniforme y un estilo más ortodoxo. Y nos desconcertó un tanto el Impromptu nº 2 en mib, un poco staccato y lento –sobre todo en su sección central- pero, que duda cabe, tocado con un fraseo y sentido melódico plenamente coherente, musical y personal. Muy diferente, desde luego, a la idea de Zimerman, de concepción más uniforme y equilibrada, puede que incluso más ortodoxa, o a la más exhibicionista de Magaloff.
Antes de finalizar, dos reflexiones. No parece necesario ni adecuado saludar al público en los programas de mano con un "Bienvenidos, bienvenidas", pues en español, como indica la RAE, el plural masculino es suficiente para referirse a hombres y mujeres. ¿O ya no importa lo que diga la Real Academia de la Lengua? ¿Ya no tenemos respeto ni por las instituciones que velan por nuestro idioma? Cuidemos el idioma español, por favor, y no lo contaminemos con principios morales que van más allá de lo estrictamente académico y que no tienen nada que ver con el castellano. Nos parece asombroso que el Ayuntamiento de Oviedo permita este tipo de redacción en una de sus publicaciones. No olvidemos que estamos en la tierra de Emilio Alarcos, si es que eso importa todavía a alguien, que lo dudo. La segunda tiene que ver con la actitud de los asistentes. Cuando observo al público en el Auditorio de Oviedo levantarse sin ningún pudor antes de que concluya el recital, obviando que estamos ante uno de los más geniales músicos del siglo XXI, no puedo dejar de sorprenderme. ¿Acaso no es un privilegio para cualquier persona –no digo ya melómano- asistir a un recital de Sokolov? Si fuera el propio Mozart quien estuviera sobre el escenario, daría lo mismo. Era Carnaval y hacía buen tiempo. Es sorprendente lo ignorantes que llegamos a ser en determinadas ocasiones. El auditorio tuvo una muy buena entrada, pero no estaba lleno. ¿Acaso no merece el arte de Sokolov que se llene el Auditorio de Oviedo? ¿No es Asturias lo suficientemente grande para llenar cinco veces un recinto en el que va a tocar uno de los más importantes artistas de la actualidad? No hace demasiado tiempo, un "músico" mediocre pero mediatiquísimo por decir tonterías en televisión y cantar obras que tienen sonidos pero que de ninguna forma se pueden denominar música, llenó un recinto con miles de personas que, jarra de cerveza en mano, se reían de la vida y de Sokolov como se rió el personaje de Salieri al final de la película Amadeus, de Milos Forman. Aunque, a decir verdad, no era lo mismo. Salieri ya era consciente de quién había triunfado ante la historia y se reía de la ignorancia y vulgaridad de los mediocres que le habían matado, siquiera simbólicamente. Qué gran película.
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