Madrid. Ciclo Grandes Intérpretes. Auditorio Nacional. 11/03/13. Obras de Schubert y Beethoven. Grigori Sokolov, piano.
Que Grigori Sokolov es un pianista único ya todos lo sabemos. Con su perfil tan singular y sus contundentes formas, el ruso tiene cogida la medida al público madrileño, que espera sus recitales (y sus propinas) como agua de mayo. La forma en que Sokolov entiende a Schubert es ciertamente singular. Desde luego, no es una lectura al uso, a la que los oídos de los más fieles oyentes del compositor vienés puedan estar acostumbrados. Nos encontramos ante una recreación alejada de las interpretaciones más tradicionales que cualquier melómano pueda recordar (para muestra las Tres piezas para piano D946 que con evocadora mano trazó Perianes hace apenas un mes), con destacados forte y remarcada mano izquierda. Para muestra, el Allegro de los Cuatro Impromptus D899, una pieza en la que el registro grave acaparó un inusitado protagonismo, expresado sin apenas crescendo sino en forte desde el principio. Desde luego, Schubert fue mucho más trascendental. En su interpretación apenas hubo lugar para la evocación o ligereza de estilo. Las pequeñas estructuras se mostraron solemnes y un tanto oscuras, incluso desde la primera exposición del tema, con esa marcha en la que el pianista se tomó su tiempo para reflejar el interior de un Schubert abatido y grave que, en cierta medida, sigue el camino marcado por Beethoven.
La Sonata "Hammerklavier" ocupó toda la segunda parte del programa. Sokolov desplegó en su interpretación todo su magisterio y buen hacer: condensación, emotividad, expresividad e introspección para domeñar una de las piedras de toque beethovianas. En el transcurso de la obra, volvió a ralentizar los tiempos, algo peligroso en este autor, pero que en sus manos no sólo salió a flote sino que brilló con maestría, gracias a una clara construcción de un discurso interior que nunca pierde pulso, a pesar de alguna nota un tanto desdibujada (igual ocurrió con las obras de Schubert, con notas ligeramente acariciadas entre tanta contundencia en stacatti y que quedaron un tanto descolocadas). El maestro ruso regaló una fuga initerpretada de manera soberbia, de rico colorido y fuerza instrospectiva, con toda la destreza de un pianista cuyo arte deja poso en el oyente.
Por si fuera poco, Sokolov, siempre tan generoso en las propinas, ofreció lo que perfectamente podría denominarse como una tercera parte de su recital, basado en media hora de piezas barrocas de Bach y Rameau.
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