Crítica de Raúl Chamorro Mena de los dos conciertos ofrecidos en Ibermúsica por parte de la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington con Gianandrea Noseda, Hilary Hahn y Seong-Jin Cho
La grandeza y la impostura
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 18 y 19-II-2024. Ciclo Ibermúsica. 18-II-2024. Wake up! Concierto para orquesta (Carlos Simon). Concierto para violín, op. 35 (Erich Wolfgang Korngold), Hilary Hahn, violín. Sinfonía núm. 5, Op. 47 (Dmitri Shostakovich). 19-II-2024. Tres piezas de la Suite lírica (Alban Berg). Concierto para piano núm. 4, op. 58 (Ludwig van Beethoven). Seong-Jin Cho, piano. Sinfonía núm 9, D. 944 «La Grande» (Franz Schubert). Orquesta Sinfónica Nacional de Washington DC. Dirección musical: Gianandrea Noseda.
Como parte de su gira Europea, llegaba a Ibermúsica la visita de la Orquesta Sinfónica de Washington, fundada en 1931 y que tiene la consideración de Nacional de los EEUU. Su sede se encuentra en el Kennedy Center de la capital estadounidense, participa en los actos oficiales y conmemoraciones Nacionales y ha tenido como titulares ilustres nombres como Antal Dorati, Iván Fischer y Mstislav Rostropovich.
La agrupación comparecía con su actual titular desde 2016, el italiano, milanés para más señas, Gianandrea Noseda con un primer programa dedicado a música de los siglos XX y XXI, que incluía una obra estrenada hace apenas unos meses y la participación de la grandiosa violinista Hilary Hahn, con lo que culmina en la cumbre esta semana de destacados violinistas que hemos vivido en el Madrid musical.
El concierto del día 18 abrió con una obra del compositor residente de la orquesta, Carlos Simon, afroamericano, nacido en la propia capital en 1986, que intenta insuflar fuerza político-social a sus composiciones con importante presencia del alegato antirracista.
Wake up! –¡Despierta!, concierto para orquesta es una pieza de unos veinte minutos –estrenada en Noviembre de 2022- que recoge diversas influencias, particularmente góspel, jazz, espiritual... Gran aparato sonoro, combinado con algún pasaje de reposado lirismo caracteriza una obra con más oficio y dominio de la orquesta, que genuina inspiración. De todos modos, la música es de grata escucha, suena «americana», con sustrato cinematográfico y llegó bien al público, que aplaudió con calor tanto la composición como al autor, presente en sala y que subió al escenario a recoger las ovaciones.
La gloria musical nos esperaba a continuación con la interpretación cimera y referencial por parte de la violinista estadounidense Hilary Hahn del Concierto para violín de Erich Wolfgang Korngold, basado en bandas sonoras propias compuestas para diversas películas de Hollywood y dedicado al legendario Jasha Heifetz, que lo estrenó en 1947.
La Hahn, con más de dos décadas ya de trayectoria a sus espaldas, se encuentra en un glorioso estado de madurez artística con una autoridad músical y expresiva apabullante. Hay que subrayarlo con claridad, estamos ante una de las mejores violinistas de la historia. Al término de su interpretación del espléndido concierto de Korngold coincidí con amigos melómanos de muchos años en una frase «No hay palabras». Efectivamente, hay veces que se antoja tan vana y superflua como inútil cualquier expresión verbal o escrita para intentar transmitir lo que fue un Olimpo musical. De todos modos, el que firma está obligado a intentar transmitir, seguramente sin conseguirlo, el sublime arte destilado por Hilary Hahn en el concierto del día 19 de febrero de 2024 en el Auditorio Nacional de música de Madrid. Hilary Hahn encarna la grandeza.
Desde el primer ataque, siempre primoroso, un sonido personal, caudaloso, amplio, bellísimo, aquilatado, en el que seda y terciopelo se combinan de forma exquisita, engalanó la sala. En el violín de la Hahn, los elementos virtuosísticos, reproducidos de manera fascinante, se integran a la perfección en un discurso musical profundo y elevado. Como muestra el bellísimo segundo movimiento del concierto, en el que la Hahn no sólo impartió una lección de legato, fraseo, afinación pluscuamperfecta, contrastes dinámicos y hondo lirismo, también expresó con primor la atmósfera de ensoñación y misterio que contiene el pasaje, que constituyó una auténtica y sublime oda poética violínística. En fin, en el tercer movimiento la artista nacida en Virginia ofreció una exhibición de pasajes trepidantes y dominio imperial del arco para exponer al tono jovial y vivaz de este último capítulo. Notable dirección de Noseda, animada y con nervio y que contribuyó a esta obra de arte y, particularmente, a ese sublime y memorable segundo movimiento.
Como premio a las ovaciones estruendosas y vítores de un público enfervorecido, la Hahn regaló dos propinas. En primer lugar, otra obra del compositor Carlos Simon, Shards of light, y, a continuación, una interpretación de ensueño de la Zarabanda de la Partita número 2 de Johann Sebastian Bach.
La Quinta sinfonía de Dmitri Shostakovich, una de las más populares de su catálogo, fue una reacción en busca de pura supervivencia, después de las aceradas críticas recibidas por su ópera Lady Macbeth de Mtsenk desde un órgano soviético tan oficial, como el diario Pravda. Shostakovich vivió un tiempo en plena angustia, pues en cualquier momento podrían llamar a su puerta para llevarle al pelotón de fusilamiento. La quinta sinfonía es una manera de intentar volver al redil, totalmente forzada con el habitual y tan hábil uso de la ironía por parte del genial músico y un último movimiento, en el que la expresión de júbilo y la alegría surgen aparentes, forzados, fingidos, fruto de la amenaza. En 2016, Noseda ofreció una versión de esta misma sinfonía en Ibermúsica al frente de London Symphony, que no convenció al que firma. Esta vez, la interpretación fue, en mi opinión, superior. Pulso y tensión inquietante en el primer movimiento, apropiado tono festivo, burlón y sarcástico de la marcha del segundo, aunque faltó perfilar con mayor nitidez los planos sonoros y limpiar texturas. El sublime tercero, muy bien tocado por una cuerda empastada, pero falta de anchura y redondez, resultó un punto plano y sin magia. El final atesoró fuerza, brío y voltaje y selló el buen nivel de la orquesta con metales muy seguros y maderas de fino y calibrado sonido.
Como propina, Noseda y la Nacional de Washington tocaron Nimrod de las Variaciones Enigma de Elgar.
En el segundo concierto de la orquesta de la capital estadounidense con Noseda al frente, contaba con otro solista que ha adquirido fama últimamente, el pianista surcoreano Seong-Jin Cho, que afrontó el fabuloso Concierto para piano nº 4 de Beethoven. He ratificado totalmente la impresión que me causó este pianista en su interpretación del tercero de Rachmaninoff con la Orquesta Nacional de España en octubre de 2022. El concierto comienza con acordes del piano previos a la entrada de la orquesta y ya pudo apreciarse el sonido aparatoso, voluminoso y amplio, pero escasamente elegante y menos refinado de Cho. Trinos y adornos borrosos, fraseo anodino, rudo, sin legato y sin estilo, como pudo comprobarse en un segundo movimiento en el que el pianista surcoreano no confirió vuelo alguno a la melodía, el teclado pareció encallarse y no cantó en su chata demostración de decibelios sin calidad. Igualmente el tercer capítulo fue una borrosa y atropellada demostración de cristal velado y pianismo agreste, que sólo puede cautivar a los amantes del aparatoso decibelio o bien, a los que entran en el juego del marketing de este fichaje de la poderosa casa discográfica Deutsche Grammophon. Seong-Jin Cho encarna la impostura.
El evento del día 19 había comenzado con las tres piezas orquestadas por Alban Berg para orgánico de cuerda de su Suite lírica, que fueron traducidas con pulcritud por Noseda y la orquesta, pero de forma un tanto banal, echándose de menos algo más en el aspecto expresivo.
La Grande de Franz Schubert cerraba el programa del segundo concierto, día 19, y fue expuesta con energía, nervio y sentido del ritmo por Noseda, pero se echó de menos un mayor refinamiento tímbrico, flexibilidad y articulación al discurso orquestal, así como aristas y contrastes. Faltó vuelo y sentido trascendente al primer movimiento, destacando la fuerza y pulso de tercero y cuarto con una orquesta segura, equilibrada y a buen nivel, pero no excelso.
Dos propinas sellaron la despedida de la Nacional de Washington en su visita a Madrid. Un estreno Mundial de una obra compuesta por el propio Carlos Simon, presente en sala como el día anterior, Meditaciones sobre la Gracia y, para finalizar, una animada obertura de Las bodas de Figaro de Mozart, ópera que Noseda dirigió en el Teatro Real en 1998.
Fotos: Scott Suchman
Compartir