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Crítica: Simon Rattle y la Sinfónica de Londres ponen en sonido la «Segunda sinfonía» de Mahler en Grafenegg

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
1 de septiembre de 2022

La Orquesta Sinfónica de Londres [London Symphony Orchestra] interpreta la Sinfonía resurrección de Mahler en el Festival Grafenegg bajo la dirección de su titular, Simon Rattle

Simon Rattle con la Sinfónica de Londres en Grafenegg

¡Apoteosis mahleriana! 

Por Pedro J. Lapeña Rey
Festival de Grafenegg. 27 y 28-VIII-2022. London Symphony Orchestra. Wiener Singverein. Sarah Connolly (mezzo). Louise Alder (soprano). Director musical: Sir Simon Rattle. Sinfonía n°2, “Resurrección” de Gustav Mahler. 

   Tras el buen sabor de boca del primer concierto de Simon Rattle en Grafenegg, el sábado 27 se presentaba lo que a priori era el plato fuerte de la visita de los londinenses. La Segunda sinfonía de Gustav Mahler, la Resurrección, todo un tour de force  capaz de llevar a las orquestas hasta el límite.

   Sir Simon es un consumado mahleriano. Desde la etapa de su titularidad en Birmingham ha interpretado y grabado al compositor de Kaliste, con grandes ejecuciones desde el punto de vista orquestal, aunque no siempre conseguidas desde el musical. Para el que suscribe, su afinidad con las últimas sinfonías es muy superior al de las Wunderhorn, y tengo un magnífico recuerdo de las tres que le he visto en vivo. La Sexta con la Orquesta de Filadelfia, la Séptima con la Filarmónica de Berlín, y la Novena con la Sinfónica de Londres, ésta última en el Festival de Santander de 2018. Sin embargo, veo esta Segunda más cercana a los universos de Rafael Kubelik o de Leonard Bernstein, que al del director de Liverpool. 

   Además, la tarde no empezó bien. Había varias tormentas en los alrededores del Festival, y ante la amenaza de lluvia, la dirección prefirió no arriesgarse y trasladó el concierto al auditorio. Como todo tuvo sus pros y sus contras. En un recinto cerrado, en general ganamos en calidad acústica y en empaste orquestal, pero esta sinfonía no es una obra cualquiera. Los dispositivos orquestales y corales son enormes y este auditorio no es grande. Rattle y la Sinfónica de Londres habían dado la misma sinfonía días antes en los Proms, en el Royal Albert Hall, auditorio enorme para más de 5000 personas. Aquí se iba a dar al aire libre, con espacio suficiente para situar todos los efectivos, y donde puedes ser todo lo expansivo que quieras. No debe ser nada fácil, ni siquiera para directores de primer nivel, un cambio de estas características -de hecho, tuvo que colocar algunos metales y algunos instrumentos de percusión en salas contiguas a ambos lados del escenario-. Y los efectos se vieron casi desde el principio.

   Para el primer movimiento, el conocido Totenfeier, Sir Simon escogió unos tempi vertiginosos –le duró poco más de 21 minutos– y de entrada una sobrecarga de decibelios, lo que provocó que los dos clímax con los que terminan los dos primeros temas quedaran borrosos y saturados. Tomó buena nota el de Liverpool, controló más el aparato orquestal, y las repeticiones de ambos temas fueron más claras y precisas. Con el sonido más controlado, en los desarrollos de ambos temas empezamos a disfrutar de las virtudes de la orquesta, y en varios detalles, aquí y allá, Rattle nos empezó a convencer, sobre todo a partir del enorme ritardando con el que concluyó el desarrollo del primer tema. El segundo fue especialmente contrastado, con tensión a raudales, e impresionante fue la transición a la coda. Aquí levantó el pistón a cambio cargar más las tintas, concluyendo el movimiento con todo el público al borde del infarto. 

   Tardó un par de minutos en arrancar el Andante moderato posterior, y fue el único momento de respiro de toda la tarde. El Sr. Rattle relajó el tempo y permitió que todas las secciones «se abandonaran» al hedonismo y a la lujuria orquestal. Las distintas preguntas y respuestas entre maderas y cuerdas fueron exquisitas con el sonido envolviéndonos de arriba abajo. Un rondó bucólico y placentero nos llevó a unos pizzicatos donde Rattle pareció dejarse ir y que los músicos lo llevaran en volandas hasta el final.

   No era posible tanta belleza y el timbalero, que pareció olvidarse que ya no estábamos al aire libre, se encargó de traernos de nuevo a la realidad con un attaca brutal sobre los dos acordes finales en pianísimo. Junto a él, fagotes y clarinetes pusieron en suerte a cuerdas y al resto de maderas para perfilar el tema y las distintas variaciones del lied San Antonio de Padua predicando a los peces.  Las sucesivas interrupciones de los metales fueron cada vez más violentas, aumentando la tensión en cada una de ellas, y culminándola con el tremendo fortísimo de la última. A partir de ahí, Rattle lució las cuerdas en una extraña mezcla de belleza y acidez que nos sumió en un estado desesperación desconcertante, según la música se iba disipando hasta el final. 

   No se había apagado del todo el último sonido del gong, cuando la mezzo británica Sarah Connolly attaccó el Urlicht. Con una presencia impactante, y un corte de pelo punki, su voz sigue siendo atractiva en este repertorio. Su dominio del leguaje del lied le permitió dotarle de una gran expresividad. Sin duda está aquí mucho mejor que en ciertos papeles wagnerianos donde la hemos podido ver últimamente. Por su parte, vimos al Rattle mas afable y delicado con la Connolly en el escenario. La llevó en volandas con un acompañamiento bellísimo, donde destacaron las flautas y el violín del concertino Andrej Power.

   Como si este momento de dulzura le pesara, Rattle atacó de nuevo con todo el poderío orquestal. Falsa alarma. La interpretación fue cogiendo calor. La orquesta siguió en plena forma, como si no le afectara lo que llevaban hasta el momento. Como el escenario es de reducidas dimensiones, dejaron varios conjuntos de metal y percusión fuera de escena, en habitaciones adyacentes. Sin perder tensión ni calidez, hubo varios efectos sonoros apabullantes. Las trompas estuvieron fabulosas en todo el movimiento. Los sucesivos crescendos, algo mas ralentizados, fueron cada vez mas impactantes. Los silencios también. Bordaron la cabalgada hacia el final, como una colosal marcha triunfal que producía cada vez más congoja, y que nos preparaba para la entrada del tema del “Dies irae” y la posterior entrada del coro. Rattle dejó correr las voces. El Wiener Singverein, coro de la gran sala del Musikverein, demostró el por qué está entre los mejores del orbe. Con entonación perfecta arrancaron el Auferstehn/Resucitarás los versos del poeta Friedrich Klopstock que tanto conmovieron a Mahler en los funerales por el director Hans von Bülow, y donde tanto la Connolly como la soprano Louise Alder se fundieron de manera primorosa. El acompañamiento de Rattle fue sublime, preparando el monumental coro «Sterben werd’ ich um zu Leben!» y la coda final. Aún se recreó más en la lujuria orquestal y coral, encadenando un clímax tras otro, hasta los impresionantes compases finales.

   El triunfo fue clamoroso con el público puesto en pie y varias salidas a saludar. No dejé de pensar como hubiera sido en el escenario al aire libre, sin que el director hubiera necesitado tanto control en los clímax. ¿Quizás mas apabullante? No lo sé. Esta obra es tan especial que admite puntos de vista e interpretaciones de muy distinto signo. Salvo los problemas mencionados en el movimiento inicial y la aridez excesiva del Scherzo, Rattle me convenció, y este concierto pasa a la lista de las grandes Resurrecciones que he visto en vivo. Sin embargo, no desbancan a mi podio particular: Vaclav Neumann, Tugan Shokiev y Mariss Jansons.  

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