Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Simone Young y Alban Gerhardt en la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España
Una obra maestra de siempre y dos recientes
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 5-V-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Cantus in memoriam Benjamin Britten (Arvo Pärt). Concierto para violonchelo y orquesta (Unsuk Chin), Alban Gerhardt, violonchelo. Sinfonía nº 6, Op. 74, “Patética” (Piotr Illich Tchaikovsky). Orquesta Nacional de España. Directora: Simone Young.
Muy interesante el programa propuesto por la Orquesta Nacional de España en su ciclo sinfónico 18 de la actual temporada 2022-23. Música del siglo XX y contemporánea en la primera parte y un pilar indiscutible del repertorio tradicional en la segunda. En el podio, la australiana Simone Young, de trayectoria sólidamente consolidada y, probablemente, junto a Marin Alsop la primera mujer, cronológicamente, en alcanzar un asentado y merecido prestigio como directora de orquesta.
Como subraya Elena Torres Clemente en su muy enriquecedor artículo del programa de mano, las tres obras a interpretar, aparentemente sin conexión entre ellas, «proponen enriquecer la tradición sinfónica occidental con músicas venidas de otras latitudes», además de resaltar la conexión entre la presencia en la Sexta sinfonía de Tchaikovsky de un canto popular estonio y el músico natural de dicho país báltico, aunque nacionalizado austríaco, Arvo Pärt (Paide, 1935).
En su composición de 1977 Cantus in memoriam Benjamin Britten, Arvo Pärt homenajea al gran compositor inglés mediante una oda fúnebre perteneciente al estilo musical tintinnabuli concebido por el compositor estonio. Una especie de minimalismo sacro -muy distinto al minimalismo norteamericano- basado en la sencillez y pureza expositivas que logran una belleza extática, que en el caso de este Cantus in memoriam, expresa apropiadamente el dolor por el fallecimiento de Benjamin Britten. Todo ello mediante un orgánico formado sólo por la cuerda y un percusionista a cargo de los toques de campana. Desde los tres con los que comienza la obra, Simone Young supo graduar la tensión, el crescendo inexorable hacia el clímax que culmina con otro toque de campaña que se desvanece y deja una sensación de tan honda como serena congoja en el oyente.
Por su parte, la coreana Unsuk Chin (Seul, 1961), residente en Berlín desde 1988 y alumna en su día de Ligeti en la Escuela Superior de música y teatro de Hamburgo, enriquece una música predominantemente de raíz Occidental con elementos orientales, además de huir de encasillamientos o clichés–"tradicional”, “vanguardista”, “postmoderno”- y reivindicar el carácter libre y variado de la música contemporánea. Su concierto para violonchelo, que data de 2008, aunque fue revisado en 2013, se plantea como metáfora del pansori -estilo teatral coreano interpretado por un cantante acompañado de un percusionista- y prevé una orquestación exuberante, amplísima, que desarrolla un fascinante tapiz de primorosas tímbricas, variedad de colores y sugestivas sonoridades orquestales. Eso sí, Chin logra con enorme habilidad y talento, que tan copiosa orquesta no tape nunca al solista, como si, más que un tapiz como arriba he indicado, fuera un sedoso encaje, suave y mórbido, engastado de los más delicados adornos. La obra encierra una dificultad apabullante, pues exige una muy asentada técnica y un inatacable fondo musical al solista del violonchelo. Desde luego, el alemán Alban Gerhardt -que estrenó la primera versión del concierto en 2009- logró salir rotundamente victorioso del inmenso reto, pues mostró una impresionante seguridad técnica y dominio de la obra, además del imprescindible fondo musical para afrontar tan compleja partitura. Su sonido no es especialmente voluminoso, pero suficiente, atractivo y bien calibrado. Gerhardt, con un gran compromiso con la música contemporánea, cree firmemente en la composición y lo transmitió con una mezcla de naturalidad y rigor interpretativo, sorteando las muchas exigencias virtuosísticas con aplomo y seguridad. La batuta de Young demostró que, además de nervio, posee el oficio y la experiencia para arropar al solista, acompañarlo apropiadamente y, asimismo, poner de relieve, con una gran prestación de la Orquesta Nacional, la caleidoscópica paleta de colores y el lienzo de filigranas tímbricas de la espléndida composición de Chin.
Ante las ovaciones del público, Alban Gerhardt ofreció, a modo de propina, un magnífico preludio de la Suite para violonchelo nº 6 de Johann Sebastian Bach.
La Patética de Tchaikovsky es una de las grandes sinfonías jamás compuestas y de las más justamente populares. El gran músico falleció unos pocos días después de dirigir su estreno y dejó su alma en el adagio lamentoso que constituye el sorprendente último movimiento. Simone Young no dejó una interpretación referencial de obra tan escuchada, pero tampoco una rutinaria o irrelevante. En el primer movimiento, el brío y pulso de la batuta de Young, que ha dirigido previamente a la Orquesta Nacional en diversas ocasiones y con la que mantiene buena química, se impusieron a una exposición un tanto deshilvanada. El fortissimo que abre la parte del allegro irrumpió con fuerza y rotundidad. Faltó elegancia y mayor sutilidad en las transiciones, pero la orquesta cantó adecuadamente, aunque sin magia, la inspiradísima melodía central del movimiento. El segundo capítulo evoca el mundo del ballet, tan importante en la producción de Tchaikovsky, y fue traducido con brío y tempo rápido, quizás demasiado, por la batuta, aunque se echó en falta mayor elegancia y donaire. En el tercero, la batuta preparó bien el clímax con la irrupción de la marcha que resultó enérgica, impetuosa, plena de nervio. Tanto, que llegó a provocar los aplausos del público. Incluso, y sorprende en obra tan popular, algunos pensaron que era el final de la sinfonía. Desde luego, constituye algo insólito para la época que Tchaikovsky terminara su sexta sinfonía con un movimiento lento, en el que parece anticipar su propio canto fúnebre a pocos días de su tránsito. Young planteó bien el contraste con el tercer capítulo y pudo sentirse la desolación, el dolor, sin llegar a ese punto de emotividad que provoca salir del concierto con dolor de estómago.
Fotos: OCNE
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