Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). 25/10/2019. Musorgski: Preludio de Khovanshchina. Khachaturian: Concierto para flauta (Transcripción del Concierto para violín en re menor). Rimski-Korsakov: Scheherezade op. 35. Emmanuel Pahud (Flauta). Orquesta Nacional de España. Simone Young (Directora).
Y no, no fue una interpretación de la legendaria obra maestra de Debussy, pero sí hubo protagonistas absolutos; la sección de vientos de la Orquesta Nacional y el famoso instrumentista franco suizo Emmanuel Pahud en un concierto de programa ruso (el exótico mar de Rimski, o el amanecer de Mussorgski), que nos abre definitivamente la temporada de la orquesta, tras los fastos iniciales de los dos primeros conciertos con Mahler y Wagner. Hoy era difícil volver a los enormes esfuerzos realizados y tal vez se manifestaba algo de cansancio, y suficiencia por dominio del repertorio. Se puso de manifiesto, por ejemplo, en los prolongados ostinatti largamente exigidos en el Concierto para flauta. Con este programa hacemos transición para adentrarnos en las veladas con más mensaje, con más fondo. Tal vez no fue uno de esos días inmensos de la orquesta, pero hay que precisar este extremo.
Simone Young es ya una veterana curtida en mil batallas sinfónicas y operísticas, que no para de viajar por todo el mundo impartiendo orden y concierto, y que nos muestra su estilo brioso, desconcertando inicialmente a muchos. Estuvo muy atenta en este programa ruso al lucimiento y posterior reconocimiento de solistas y familias, creando, claro está, un ambiente de celebración de sus músicos. Como es habitual en las triadas de conciertos de la ONE, acrecentará sus resultados en las convocatorias restantes y, muy posiblemente, por la buena comunión con la orquesta se la reclame en próximas temporadas. Es una directora de gesto más bien intuitivo, en ocasiones no parece muy concreto, también un punto feo y bailón, pero le basta para que sus músicos la sigan y respeten: obtiene sonido y matices cuando los pide la partitura. Entusiasta y buena concertadora se lleva el gato al agua con momentos de fraseo sincero e intenso. Aunque la esperábamos con mayor rotundidad y refinamiento sonoro, nos ha mostrado sus armas y han gustado.
Arrancábamos con el muy breve preludio de Khovanschina donde, entre las texturas de la naturaleza y el amanecer, Mussorgski puso ecos de la corte moscovita y las enormes campanas de San Basilio (muy bien remarcadas por nuestra directora de hoy). Sin embargo, la infinita belleza que atesora este pedazo de gloria de la Música Rusa no se beneficia en nada del tempo giusto practicado. Debemos reconocer que la directora australiana aprovechó los pocos ensayos habidos para refrescar sus recuerdos de nuestra orquesta, pues ya nos había brindado un interesante programa Bruckner hace pocos años; disfrutamos de una buena transparencia y planos sonoros para este fresco sinfónico que encabeza la saga de los Jovanski y los creyentes, justo antes de ascender al trono del imperio Ruso el Zar Pedro el Grande.
Conocemos a Pahud antes de oírle pues su enorme fama le precede, y luego su enorme sonido y poder en todos los registros le avalan por completo. Otra cosa es lanzarse a la arena con el miura que adaptó Jean Pierre Rampal, con permiso y aquiescencia del compositor Georgiano de origen armenio Aram Khachaturian. Este concierto se transforma, desde la naturalidad folclórica e idiomática del violín armenio, estilizado y potenciado como una obra maestra, en una brutal tour de force de dificultades imposibles y velocidades que impiden la recreación y lucimiento. Todo aquello que con el instrumento de cuerda es posible, y además resulta genial dentro del catálogo del citado músico. En ocasiones la esencia de la obra se desdibuja en la flauta, por ejemplo en las figuraciones de los movimientos extremos, pues stacatto, ostinatto y vibrato con el violín están asegurados por las prestaciones que, de natura, los instrumentos de cuerda tienen. Aunque el compositor manda, uno humildemente no puede evitar la pena de ver lo que se nos escapa en el trajín de esta adaptación.
En la sesión Pahud mostró ese sonido grande y carnoso que todos esperaban, pero en algunas fases de la obra, las más difíciles, se echó en falta redondez o mayor perfección. Los acentos raciales y ritmos insospechados que contiene el concierto hacen casi imposible el fraseo perfecto que el flautista pretende. Tal vez es su esencia, y no una ilusión de esta velada. Parece que se trata de un virtuoso consumado que no busca la belleza sonora cómo afán primero. Muchos de sus ancestros, nuestros mitos de la flauta (Nicolet, su maestro, Rampal, el grande, o Galway, el de material sonoro más bello) sí nos dejaron esa impronta.
Ya dentro de la obra en cuestión, el afamado solista, nos apabulla con su tremendo dominio dinámico en la gran cadencia del allegro inicial, y después dialoga admirablemente con las maderas, hoy en estado de gracia ¡cómo se disfrutó del gran duelo con el clarinete en el desarrollo del primer movimiento, o del hermoso juego de los pizzicatti y la sección de flautas en el desarrollo del Andante sostenutto! Este mismo tiempo lento marcado por Young cómo un descarado tempo di vals favorece los arcos de respiración y, por tanto, el fraseo del solista. Poco después, las violas, con su hermosa intervención, marcan un punto de inflexión de la obra tirando de toda la orquesta, momento en el que nos olvidamos de todo virtuosismo, y Pahud se nos muestra humano y entregado, sin distancia. De nuevo al cerrar el pasaje se produce otro debate virtuoso y el flautista es arropado por toda la sección de viento madera, en particular por sus dos hermanas flautas, que le dan contraste y brillo. Otros momentos orquestales bellísimos, y dignos de recuerdo, fueron las insinuaciones de Rimski, maestro de todos, en el tema femenino del Allegro con fermezza, o la presentación de materiales que nos «recuerdan» con su humanidad al idilio Espartaco y Frigia de 10 años después (el legendario Pas de deux que inmortalizó en 1956 a Khachaturian).
Aunque Emmanuel Pahud fue dueño y señor de los matices, sin embargo, la creatividad musical y esencia de la obra pareció estar más en manos de la directora. Como ya se ha dicho, las dificultades son tales que incluso los mayores virtuosos se pueden ver anulados cómo intérpretes para la entrega musical y estilista. Esta fue una carrera que ganó, pero a costa de dejarnos un poco fríos y agotados tras su proeza, lejos del nervio, intensidad racial, e idilio musical que el gran Aram nos plantea en el precedente de su concierto para violín en Re menor.
En la segunda parte, cómo era de esperar, con la obra maestra tan querida, tanto público como orquesta gozaron su dicha. Scheherezade, la seductora, con ese eterno femenino del principio y el final y de la Música de las esferas, nos mece con el violín (sin mucha belleza sonora ni volumen, aunque cumpliendo con su aptitud narrativa). Pronto la directora agitó el viento y la cuerda de la orquesta contra el tremendo motivo del sultán, dejando que los músicos dialogaran a gusto. Nos maravilló Ángel Quintana, el primer chelo, con clase y sonido, mostrando el camino del solista e intérprete de orquesta a este joven primer violín, invitado hoy por la Orquesta Nacional, Miguel Colom. Simone Young pidió exotismo y se le concedió, pidió proezas dinámicas y las tuvo; tal era el estado de gracia de las maderas en la segunda historia, la desgraciada Leyenda del príncipe Kalendar. Esta directora sabe reconocer un buen material en cuanto toma contacto cómo ha hecho en los ensayos, y claro! La comunión ha sido feliz, y hubo gran homenaje del público a las maderas; oboe, flauta, clarinete y trompa, estuvieron brillantes y medidos a la vez.
Puede, sin embargo, que el momento de la noche fuera la gran nobleza con que las cuerdas enunciaron la presentación del romance entre los jóvenes príncipes, un cuento romántico donde el ajuste con la percusión debió ser más exacto y fino, (nada que no resuelva el concierto del domingo). En el finale volvemos de nuevo a sentir el stacatto que dominó toda la primera parte del concierto, donde Young aprovecho cada síncopa y acento para impulsar rítmicamente esa tormenta, que en su climax lo engulle todo a través de soberbios motivos marinos. Un último gran gesto técnico nos da idea del trabajo de esta semana entre orquesta y rectora: la larga gradación dinámica en diminuendo de toda la orquesta, para acurrucarse junto al violín solo fue su jalón final; nos habría venido bien algún ajuste más, y mayor ensamblaje sonoro general para una redondez absoluta que seguro llegará en otras convocatorias.
Lo dicho, la orquesta ya muestra gran forma para encarar los retos musicales de la temporada, y el público llenando la sala sinfónica cumplió su expectativa con un programa accesible y sin longitudes.
Compartir