Por José Amador Morales
Baden-Baden. Festpielhaus. 24-III-2018. Richard Wagner: Parsifal. Stephen Gould (Parsifal), Ruxandra Donose (Kundry), Franz-Joseph Selig (Gurnemanz), Gerald Finley (Amfortas), Evgeny Nikitin (Klingsor), Robert Lloyd (Titurel). Coro Philharmonia de Viena (Walter Zeh, director del coro). Orquesta Filarmónica de Berlín. Simon Rattle, dirección musical. Dieter Dorn, dirección escénica.
La esperada producción de Parsifal que abría el Festival de Semana Santa de Baden Baden ha traído como resultado una conclusión incontestable: el Parsifal de Stephen Gould (podríamos añadir otros roles wagnerianos pero ciñámonos a lo que nos ocupa) es imbatible hoy por hoy. Y es que ni Simon Rattle, ni la nueva producción de Dieter Dorn, ni siquiera toda una Filarmónica de Berlín han hecho sombra a la recreación del “loco sapiente por compasión” que vocalmente fue de una contundencia casi insólita en los tiempos que corren. La mayoría de los tenores que últimamente acometen este personaje parten de voces como mucho líricas o a veces ni siquiera eso, cargando las tintas en la musicalidad y el refinamiento bucólico que pasan de puntillas por la heroicidad de un rol que aparece en escena con arco y lanza, planta cara a Klingsor y a sus secuaces en el segundo acto y aparece en el tercero como un guerrero ya curtido en mil batallas. Gould dio buena cuenta de ello ofreciendo su voz de metal resplandeciente y mostrándose comodísimo a lo largo de toda la representación. Si su “Amfortas!, Die Wunde!” fue soberbio, en su aparición al final del tercer acto resultó estremecedor. Cierto que no es el mejor de los actores ni se prodiga demasiado en matices vocales (aunque logró emotivos contrastes con una aceptable media voz) pero su materia prima, empuje y entrega hoy por hoy son insuperables.
A su lado Ruxandra Donose debutaba un rol con esta producción que la hace protagonista desde la obertura hasta después de la caída del telón, delante del cual se queda sola. Algo indudablemente acertado dadas las cualidades de la mezzo rumana en lo escénico: sus miradas expresivas, sus movimientos y su capacidad de “llenar” la escena incluso sin cantar…. Sin embargo, musicalmente su Kundry adolece tanto de un timbre personal como del peso vocal necesario, especialmente en el registro grave, y su franja aguda es de todo menos fácil, resintiéndose en este sentido en las exigencias del final del segundo acto que intentó sortear a duras penas. Franz-Joseph Selig convenció con un Gurnemanz vocalmente más compacto del que le recordamos en su actuación madrileña de hace dos años, aunque igual o más musical si cabe, compensando con su fraseo de gran factura la falta de mayor poderío y firmeza vocal. En la misma línea de la musicalidad, Gerald Finley logró conmover con un Amfortas muy aplaudido (junto a Gould, Selig y Rattle), sacando partido a sus dotes expresivas como buen liederista fraseador y de noble línea de canto a despecho de un material claro y de poco fuste. Y Evgeny Nikitin logró quitarse la espina de su horrible Scarpia del pasado año sobre el mismo escenario (llegó a ser sustituido en las últimas funciones ante las críticas y protestas) dejando aquí a un lado la sobreactuación y la extravagancia: eso sí, su técnica sigue siendo deficiente y su instrumento trivial. El histórico bajo británico Robert Lloyd ha terminado su carrera (al menos eso afirmó a quien esto suscribe después de la representación) con este tan majestuoso como genialmente achacoso Titurel: el casi octogenario bajo británico se mostró imponente en lo escénico y, pese a su ya indisimulado engolamiento, rotundo en lo vocal.
Al igual que hiciera su predecesor al frente de la Filarmónica de Berlín, Simon Rattle ha querido despedirse de la titularidad del mítico conjunto orquestal con la última obra de Wagner. Pero no ha sido éste un Parsifal particularmente wagneriano en el sentido tradicional del término y no hubo aquí ninguna reminiscencia “celebrativa” del festival escénico sacro. Su aligeramiento no sólo de los tempi (a menudo con cambios vertiginosos como en la marcha final de los caballeros del Grial en el primer acto) sino también del color, ofreció efectos sorprendentes de transparencia tímbrica, especialmente en la cuerda, pero desde luego nada idiomáticos. Al mismo tiempo pareció interesarse por los momentos descriptivos (el racconto del cisne por parte de Gurnemanz, la escena de las muchachas flor, el encantamiento del viernes santo…) y en los pocos momentos teatrales convencionalmente hablando (como el furibundo comienzo del segundo acto), acusando una evidente falta de intensidad en las narraciones y monólogos más idiosincrásicos del estilo de Wagner. En definitiva, una versión muy en la línea de la que dirigiera Pierre Boulez (en su retorno a Bayreuth) con la que comparte no pocos elementos, especialmente los referentes a enfatizar las afinidades de la partitura con las texturas y cromatismos impresionistas (de nuevo hay que mencionar la escena de las muchachas flor) así como de otros estilos postwagnerianos.
Huelga decir que las posibilidades casi infinitas de una Filarmónica de Berlín hacen que cualquier versión sea plausible sea quien fuere el que la dirija. La extraordinaria calidad y calidez de la cuerda, la limpieza de los metales, la fascinante personalidad del viento-madera, son harto celebradas y en una obra de la densidad de Parsifal, una ocasión maravillosa para volver a comprobarlo. Así pues, la respuesta orquestal fue imponente, robusta y brillante a la par. Al igual que el maravilloso y sutilísimo Coro Philharmonia de Viena, que se plegó como un guante a las no pocas exigencias dinámicas de la batuta.
Fueron sorprendentes los contundentes abucheos, nada habituales en Baden Baden donde el público es siempre más que generoso, a los responsables de la producción escénica cuando salieron a saludar al final de la representación. En un país como el alemán en donde reina probablemente la mayor tolerancia a la creatividad escénica por disparatada o incongruente que en principio pudiera parecer, este Parsifal de Dieter Dorn no ofrece apenas ni una sospecha de ideologización extrema, remake historicista o mera provocación, aspectos que tanto abundan particularmente en las propuestas escénicas de este último drama musical de Wagner. Desde luego que la producción de Dorn no va a pasar a la historia con su barata escenografía (apenas unos cuantos andamios a manera de bastidores sobre el propio fondo abstracto del escenario y unos cubos o pináculos para contrastar mínimamente el segundo acto), su vestuario y luminotecnia tremendamente neutros así como su dirección de actores que, si de una parte resalta las líneas maestras del drama, por otra acusó intermitentes parálisis.
Foto: Festival de Baden-Baden
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