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Crítica: Simon Rattle dirige 'Tosca' de Puccini en Baden Baden

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Autor: José Amador Morales
19 de abril de 2017

Tosca y la Filarmónica de Berlín

   Por José Amador Morales
Baden-Baden. Festpielhaus. 10 de Abril de 2017. Giacomo Puccini: Tosca. Kristine Opolais (Floria Tosca), Marcelo Álvarez (Mario Cavaradossi), Evgeny Nikitin (Baron Scarpia), Alexander Tsymbalyuk (Cesare Angelotti), Peter Rose (Sacristán), Peter Tantsits (Spoletta), Douglas Williams (Sciarrone), Giuseppe Mantello (Un pastor). Walter Fink (Un carcelero). Coro Philharmonia de Viena (Walter Zeh, director del coro). Cantus Juvenun Karlsruhe (Anette Schneider, directora). Orquesta Filarmónica de Berlín. Simon Rattle, dirección musical. Philipp Himmelmann, dirección escénica.

   Scarpia es el líder de una maléfica secta que, como podemos comprobar en el segundo acto con su despacho repleto de pantallas, controlan a todo y todos en un ambiente orwelliano. Quien osa poner en cuestión este status quo, como Angelotti, Cavaradossi o la propia Tosca, es severamente anulado. Esta secta, cuya marca es un reluciente óvalo blanco que lucen en la solapa de sus trajes negros, se nos presenta cuando el ojo de buey de la iglesia del primer acto se ilumina revelando el siniestro símbolo al tiempo que comparecen todos sus miembros entonando un Te Deum aquí devenido en siniestro himno de adhesión colectiva; una imagen cuyo impacto recuerda a la escena del amanecer en la playa de City of angels. Sobre esta idea, multitud de detalles, unos más imaginativos y coherentes que otros: Cavaradossi proyecta con un portátil la imagen del rostro de la marquesa Attavanti sobre la pared (lo cual hacen más creíbles y expresivos los celos de Tosca al contemplarla); Scarpia se recrea en el sufrimiento de Tosca enseñándole la tortura de su amado en un portátil; las ejecuciones son grabadas cuidadosamente con cámaras; no hay fusilamiento sino inyección letal en el cuello; el pastorcillo es un monaguillo que aparece en la primera escena jugueteando con el sacristán y que, al inicio del tercer acto (que se ofrece acto seguido y sin cambio de escenografía) se cuela en el despacho de Scarpia a hurtadillas, descubriendo su cadáver y siendo paternalmente rescatado por el sacristán… En definitiva, una propuesta escénica que después de tantas recreaciones de ambiente nazi, mafioso o de iluminati, no innovan tanto como persiguen, si bien aquí se lleva a cabo con gran acierto estético.

   La que fuera antaño estación de trenes de Baden-Baden, hoy remodelada como acceso al moderno Festpielhaus, una enorme sala con capacidad para 2500 asistentes, acogía dentro del marco de su Festival de semana santa esta nueva producción de Tosca de Puccini diseñada por Philipp Himmelmann.

   Pero sin duda el principal reclamo era la presencia en el foso nada más y nada menos que de una Filarmónica de Berlín dirigida por el que es su actual director titular, Simon Ratlle. Y desde luego cumplió con creces todas las expectativas e incluso las superó. Pocas veces es posible escuchar la parte orquestal de la ópera pucciniana con tal precisión, gigantesca amplitud dinámica y variedad de sutilezas tímbricas. Resulta harto difícil citar algún ejemplo concreto pues cada compás fue un motivo para redescubrir la obra por más que se conozca. La impresionante progresión a partir del comienzo del Te Deum, el final del segundo acto o la fascinante introducción al tercero (era baladí no ver ningún elemento romano sobre el escenario pues se escuchaba en la orquesta), como el bellísimo e inolvidable pasaje de la cárcel que antecede al aria del tenor a cargo de los violonchelos solistas, son sólo ejemplos de una ejecución inolvidable. Rattle ofreció una lectura muy contrastada, combinando elementos descriptivos y dramáticos de manera coherente, aprovechando al máximo los casi infinitos recursos de su instrumento. Los tempi moderados y algunos detalles como el crescendo al final del “Recondita armonia” dejaron claro que no estábamos ante una lección de mero lujo orquestal, sino más bien ante una versión de un extraordinario peso expresivo. Tal vez haya quien le exija un mayor “cuidado” de las voces en momentos determinados pero por una parte,  realmente la acústica de la sala, sin ser negativa, penaliza un tanto el empaste entre foso y escenario; y por otra, sería difícil de justificar la presencia de toda una Filarmónica de Berlín amilanada sólo por un reparto en el que algunas voces no eran del todo adecuadas en sus respectivos roles.

   Kristine Opolais posee una aceptable línea de canto, una extraordinaria musicalidad y una imponente presencia escénica, pero aquí su voz carecía de la anchura necesaria y reveló cierta distancia idiomática. La soprano letona, no obstante, acertó al encarar su personaje con honestidad, sin hinchar la voz artificialmente ni tampoco optar por las exageraciones veristas en que a menudo suelen caer otras colegas. A su manera, con su naturalidad sobre el escenario, a pesar de sus graves secos y agudos poco consistentes, llevó Tosca a su terreno logrando paulatinamente encandilar a la audiencia.

   Tal vez el más acertado de la velada fuese Marcelo Álvarez. Su voz ha perdido el esmalte de antaño y la emisión es bastante irregular, con un centro ahuecado. Ciertamente sus agudos, a base de ser calculados y preparados hasta casi arruinar el fraseo de las dos arias, son seguros y bien proyectados. No obstante, su categoría artística y su alta escuela se hizo presente en medias voces y filados que fue regalando en determinados momentos como el bellísimo ataque en “O dolci mani” o el conmovedor raccconto inicial en “E lucevan le stelle”.

   Resulta incomprensible desde todo punto de vista la inclusión en una producción de esta altura del barítono Evgeny Nikitin que se llevó por delante el importantísimo personaje de Scarpia con su voz engolada e inexistente técnica vocal. Si su Te Deum fue inaudible y su “Tosca è un buen falco” rudo, todo lo que sucedió a partir de “Quest'ora io l'attendeva!” y posteriores graznidos en el forcejeo con Tosca, rozó la caricatura.

   A gran altura brilló el resto del reparto encabezado por un extraordinario Angelotti de Alexander Tsymbalyuk, de inusitado poderío vocal y presencia escénica, así como el pastorcillo (recordemos que con bastante mayor protagonismo escénico) de Giuseppe Mantello , que bordó su actuación al principio del tercer acto con una afinación, volumen y desparpajo sobre el escenario impropio de su edad. Fue justamente ovacionado en los saludos finales en los que igualmente, tras el justo ninguneo del barítono, se reconoció generosamente al dúo protagonista, se elevaron los aplausos ante la salida de Simon Ratlle y finalmente se alcanzó el delirium tremens cuando éste hizo levantarse a la Filarmónica de Berlín.

   Acabaremos con la imagen, tan anecdótica como imborrable, del grupo de unas treinta personas que asistimos atónitos a la interpretación de un fascinante Bach por parte de un violinista que “ensayaba” de esta forma en el foso durante el intermedio…

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