Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall 10/10/2016. Orquesta de Philadelphia. Director musical: Sir Simon Rattle. Sinfonía n° 6 en la menor de Gustav Mahler.
Tras los conciertos de la Orquesta Simón Bolivar con Gustavo Dudamel que reseñábamos días atrás, el Carnegie Hall continúa con su temporada de conciertos. Dentro de sus múltiples posibilidades de abono, que hacen que casi cualquier neoyorquino pueda tener alguno, uno de los más clásicos es sin duda el de la Orquesta de Philadelphia. La mítica centuria que llevaron a la fama Leopold Stokowsky y Eugeny Ormandy, lleva visitando el Carnegie Hall desde tiempo inmemorial. Su primera visita fue en 1902 (Stokowsky no llegó hasta 1912) y prácticamente no han faltado a su cita anual. Suelen ser tres conciertos repartidos a lo largo del año, al que este año se le han sumado dos más, entre ellos éste.
Por su parte, Sir Simon Rattle se ha instalado este otoño en Nueva York. Ha inaugurado la temporada del MET con Tristán e Isolda, y en el Carnegie Hall le dedican la serie “Perspectivas” que en la pasada temporada incluyó la interpretación de las nueve sinfonías de Beethoven con la Orquesta Filarmónica de Berlín, y que en ésta, incluye este concierto, otro la próxima semana con una versión de Hans Zender del Winterreise schubertiano, y los dos conciertos que dará en noviembre con los Filarmónicos de Berlín.
Una de las primeras críticas que hicimos para cubrir la temporada neoyorquina fue también una Sexta de Mahler, con la Orquesta Filarmónica de Nueva York dirigida por Semyon Bychkov. A la vista de dos lecturas tan interesantes y tan diferentes entre sí, solo podemos decir: ¡Qué gran compositor fue Gustav Mahler!
Si en la lectura de los filarmónicos destacamos en su día el memorable andante y la calidez de toda la orquesta, con Rattle y los de Philadelphia hemos ido por otros derroteros.
Desde los primeros compases de la marcha con la que empieza el Allegro energico, ma non troppo, los violonchelos marcaron un ritmo rápido y acerado, casi expresionista. La trompeta dobló el tema que acabó con los golpes de timbal del “destino”. Las frases posteriores de las cuerdas siguieron con gran brillantez, pero sin abandonar el tono violento. Ni siquiera en el “tema de Alma” se relajó la tensión hasta la segunda repetición. Al final de ésta, ya sí, tanto violas como violonchelos “cantaron” algo más. La llegada al tema central nos trajo algo de paz tras tanto desasosiego. El tema que acompaña la pastoral de los cencerros, situados fuera del escenario por su lado izquierdo, permitió lucirse a las maderas y metales, y las frases posteriores del trompa y el concertino sonaron a gloria. Pero fue solo un impase antes de volver a la carga. El Sr. Rattle manejaba la orquesta con gesto preciso y férreo control lo que demostró en la construcción del clímax posterior, simplemente modélica, con una profundidad que te ponía los pelos de punta, y que llegó a ser extremadamente violenta. De ahí hasta el final la tensión no decayó, con frases excelentes ycon una frenética carrera final. Admirable como nos fue revelado cada detalle de la partitura y aún más importante cómo sacó a relucir de las cuerdas toda la segunda línea de frases que suelen servir de base a las exposiciones melódicas de maderas y metales, y que en la mayor parte de las versiones se quedan difuminadas.
Sir Simon eligió la disposición tradicional de movimientos (Andante-Scherzo), es decir, la que el propio Mahler utilizó las tres veces que dirigió la obra, en Essen, Munich y Viena. Y el Andante moderato fue el único reparo que podríamos poner a la versión. Quizás para reforzar el contraste entre movimientos, fue un tanto epidérmico, de una belleza extrema por parte de unas cuerdas lujuriosas con un empaste exquisito, pero con una caída de tensión evidente. Probablemente si lo hubiéramos oído aislado del resto de la obra nos habría parecido otra cosa, pero no terminó de encajar con los otros tres.
En el Scherzo volvimos a los sonidos acerados de las cuerdas y a los ritmos precisos. Pero también a esa labor de orfebre, con equilibrio casi perfecto en los juegos entre secciones (excelentes los de las cuerdas y los xilófonos). Los efectos sonoros de los metales con sordina fueron impactantes, como lo fue el efecto final del trio donde trombones, tubas, violonchelos y contrabajos parecía que nos fueran a abrir la cueva de Fafner en el Sigfrido wagneriano.
Con un attaca, entramos en el finale. Las cargas de tensión fueron continuas, y en cada visita al tema del destino o a los clímax de la primera parte del movimiento, la tensión podía cortarse con un cuchillo. El sonido de la orquesta era rico y denso, y la excelente acústica del Carnegie nos lo devolvía sensual y voluptuoso por momentos. Los dos golpes de martillo, y los clímax seguidos de crecendos de cuerdas y arpas arpegiadas que terminan con el timbal tocando el tema del destino fueron excelentes. Tras el siguiente interludio bucólico, Rattle aceleró el tempo hasta el final, en una especie de “tour de force”, de quien pueda que me siga. La orquesta fraseó como pocas veces uno ha escuchado. Tras los dos últimos clímax que originalmente también terminaban en golpe de martillo y que ahora lo hacen con la celesta,se rebajó algo el tono y nos embarcamos en la transición hasta el acorde final, seco, acido, brutal con el timbal dando por última vez los golpes del destino.
Las últimas notas tras el estallido y los diez o quince segundos de silencio posteriores, terminaron con una versión que no dejó indiferentea nadie. Ahí estuvo el Mahler más trágico, el más desasosegado, el más desalentado, el que prevé todo lo malo que le va a llegar en breve, el que dejará la Opera de Viena el año siguiente, al que se le morirá su hija Maria, en fin, al que se le diagnosticará la endocarditis que le llevará unos años después a la tumba. Todo eso nos mostraron Sir Simon Rattle y la Orquesta de Filadelfia en una interpretación excelente, que si no hubiera tenido el pero del Andante, la consideraría realmente excepcional.
El público respondió con entusiasmo y el Sr. Rattle saludó prácticamente uno a uno a maderas y metales, para luego levantar a los percusionistas, arpas, concertino y finalmente toda la orquesta. He visto con éste, ocho conciertos y una ópera a Sir Simon, cinco con los Filarmónicos de Berlín y dos con la Orquesta “The age of the enlighment”. Ha sido éste mi primer Mahler con él. No es un director de medias tintas. Con él he tenido conciertos memorables y grandes decepciones. Este sin duda, estará entre los primeros.
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