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Crítica: «Sigurd» de Ernest Reyer en la Ópera Municipal de Marsella

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Autor: Raúl Chamorro Mena
6 de abril de 2025

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Sigurd de Ernest Reyer en la Ópera Municipal de Marsella

«Sigurd» de Ernest Reyer en la Opéra Municipal de Marsella

El Sigfrido francés

Por Raúl Chaorro Mena
Marsella, 4-IV-2025, Opéra Municipal. Sigurd (Ernest Reyer). Florian Laconi (Sigurd), Catherine Hunold (Brünhilde), Charlotte Bonnet (Hilda), Alexandre Duhamel (Gunther), Marion Lebégue (Uta), Nicolas Cavallier (Hagen), Gilen Goicoechea (Un bardo), Marc Barrard (Un sacerdote de Odín). Orquesta y Coro de la Ópera de Marsella. Dirección musical: Jean-Marie Zeitouni. Dirección de escena: Charles Roubaud.   

   Su inmensa devoción por la obra de Richard Wagner impulsó a Louis Étienne Ernest Rey (Marsella, 1823- Le Lavandou, 1909) a hacerse llamar Reyer y, asimismo, que los hados le llevaran a inspirarse, antes que su idolatrado músico sajón, en El Cantar de los Nibelungos para su ópera más exitosa, Sigurd. Obra creada entre 1862 y 1867 con texto de dos libretistas de la reputación de Camille du Locle y Alfred Blau, pero que no logró estrenarse hasta 1884 en el Théatre de la Monnaie de Bruselas.

   A pesar de ese fervor por la música de Wagner y aunque se adivine cierto uso del leitmotiv, además de una orquestación de gran importancia, Sigurd sigue los esquemas de la Grand Opéra francesa -con sus grandes escenas de conjunto y corales, numerosos personajes, ballet, profusa maquinaria escénica, suntuoso vestuario…- y la música nos evoca particularmente al Berlioz de Les Troyens. Realmente sugestiva resulta la orquestación, genuinamente francesa, por colorido y refinamiento tímbrico. Asimismo, la escritura vocal es sólida, no siempre inspirada, aunque con fragmentos de gran interés, como el gran dúo entre Sigurd y Brünhilde del último acto y el de Hilda con la Valquiria, que, en su carácter de dos mujeres enfrentadas por el amor del mismo hombre, parece un antecedente del que tiene lugar entre Aida y Amneris en la obra maestra verdiana. 

«Sigurd» de Ernest Reyer en la Opéra Municipal de Marsella

   Por tanto, si bien este Sigurd no puede competir con Wagner y el primero que era consciente de ello era el propio Reyer, es una obra muy interesante, que merecería más presencia en los escenarios. Ante la abstención de París, Marsella se muestra fiel a su hijo preclaro y después de haber elegido Sigurd para la reinauguración de la Opéra Municipal en 1924, tras su destrucción por culpa de un devastador incendio, la ha programado en diversas ocasiones, la última en 1995, volviéndola a ofrecer cien años después del referido evento y en el 140 aniversario de su estreno. 

   En Sigurd encontramos dos personajes, Hilda -que corresponde a la Gutrune de Wagner- y su hermano el Rey Gunther, sinceramente enamorados, pero incapaces de afrontar personalmente esa pasión y lograrla por sí mismos. La primera se vale de un filtro mágico que le provee su aya Uta para conseguir el amor de Sigurd y el segundo logrará a la Valquiria Brunilda, mediante el propio héroe protagonista de la ópera. 

   Hay que resaltar, que la puesta en escena de Charles Roubaud con escenografía de Emmanuelle Favre, aunque no respeta el marco temporal medieval, sirve y respeta a la obra con fidelidad. La escenografía presenta un mundo aparentemente moderno, pero más bien intemporal, se vale de un apropiado vestuario de Katia Duflot y unas proyecciones -a cargo de Julien Soulier- usadas de modo mesurado e inteligente para la escena sobrenatural del segundo acto, cuando Sigurd supera la barrera de llamas, elfos y espíritus malignos para acceder a Brünhilde. El montaje caracteriza bien a los personajes y los mueve bien en el escenario, al igual que al coro de importante presencia a lo largo de la obra. 

«Sigurd» de Ernest Reyer en la Opéra Municipal de Marsella

   Notable la dirección musical de Jean-Marie Zeitouni, pues puso de relieve la rica y colorida orquestación de Reyer, mediante un discurso orquestal de considerable claridad expositiva, limpias texturas, en el que no faltaron detalles y refinamiento. Al foso le faltó, eso sí, algo de incandescencia teatral, pues predominó el orden, la finura y la elegancia sobre la exaltación y el voltaje. Buen nivel de la orquesta, que situó las arpas y la percusión en los palcos del proscenio. Magnífico el coro.    

   El exigentísimo papel de Sigurd, de tesitura muy complicada, que demanda constantemente el paso y expuestos ascensos, además de una escritura heroica, fue defendido muy dignamente por el tenor Florian Laconi, francófono como todo el reparto. El tenor nacido en Metz carece de un centro más amplio y denso como pide el papel, pero dispone de buena proyección, notas penetrantes y ascendió a la franja aguda con solvencia. El canto resultó poco variado de fraseo y acentos, pero siempre correcto, evitando la tosquedad y con una expresión sincera sobre el escenario, transmitiendo bien esa ingenuidad latente del héroe.

   Catherine Hunold aparece online como sucesora de Régine Crespin, nada menos, pero en opinión del que esto firma, su actuación fue tan decepcionante como temeraria su pretensión. Cierto es que Hunold puede valerse de la escasez de voces dramáticas, pero la absoluta desimpostación, la emisión totalmente errática, lastró completamente su prestación vocal. Canto monótono y expresión inane arruinaron su tres grandes dúos, con Gunther, con Hilda y el fabuloso con Sigurd, de lo mejor de la partitura.

   Mucho mejor la soprano Charlotte Bonnet, de emisión canónica, voz homogénea, bien apoyada y de cierto atractivo tímbrico. Fue una apasionada Hilda, la hermana del Rey Burgundio Gunther, tan enamorada de Sigurd como insegura de cara a lograr ser correspondida por el héroe y que, por ello, acepta que su aya Uta le ayude con un filtro mágico que hace beber a Sigurd. Este personaje fue encarnado por la mezzo Marion Lebégue, de emisión retrasada y grave desguarnecido, que encontró sus notas más timbradas en la zona alta. 

   Alexandre Duhamel mostró cierta sonoridad como Gunther, aunque su declamado resultó más autoritario que noble, así como monótono y no exento de cierta rudeza. 

   Discreto, timbre gris y canto poco fino, el Hagen de Nicolas Cavallier, mientras Gilen Goicoechea como el bardo, sólo tuvo presencia en las notas agudas, inexistente en el grave y débil en el centro. 

Fotos: Ópera de Marsella

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