Por Albert Ferrer Flamarich
Obras de Vivaldi y Caldara. Orquesta Sinfónica del Vallés. Sergey Malov, violín, violoncelo da spalla y director. Palau de la Música Catalana de Barcelona. 28 de abril de 2018.
Pocos compositores de la popularidad de Antonio Vivaldi han conocido una transformación tan radical de su imagen a oídos de los melómanos durante el último medio siglo. Desde el redescubrimiento hecho por Marc Pincherle en su tesis doctoral el año 1931, su fama ha crecido hasta convertir las Cuatro estaciones en un hit del repertorio. No obstante, hoy en día, que una orquesta sinfónica interprete al compositor veneciano es una rareza. Algo que no priva a la bautizada “Orquesta Innovadora del Vallés” de ofrecerlas convocando al violinista y director Sergey Malov, paladín de este repertorio.
Alejados de versiones anacrónicamente hiperrománticas y lujuriosas, Malov y parte de la cuerda de la OSV ofrecieron una lectura moderna teñida tenuemente de criterios históricos. Más allá del dominio técnico (staccato, dobles cuerdas, legato, saltos interválicos, rítmica,…), Malov es un intérprete muy musical que coopera con los músicos (diálogo entre concertino y ripieno, indicaciones como director). De articulación nítida y énfasis en los efectos descriptivos (imitación de pájaros y efectos de la naturaleza), sus Cuatro estaciones se edifican en la flexibilidad rítmica, la organicidad y la transparencia de texturas logrando unos relieves muy plásticos tanto en los contrastes de colores como en los juegos de dinámicas. Los matices en piano, mezzoforte y algún crescendo aparejados con la habilidad para el fraseo dotaban a las obras de un halo introspectivo, sugerente y personal sin manierismos ni caprichos. Especialmente, en los pasajes del solista y en los movimientos centrales, más lineales, con ejemplos tan refinados y de un enfoque creativo. El Adagio molto de El otoño evidenció el gusto del violinista y director por la delicuescencia y la sutileza reduciendo la música a una mínima expresión cercana al silencio lleno de sentido. Los tres bises fueron el broche de la entrega y las ganas de hacer música del protagonista hacia el numeroso público del Palau.
Lástima, no obstante, por las notas al programa. Literariamente atractivas como fantasía sobre Vivaldi, resultaban estériles para conocer las particularidades del violoncelo da spalla en los conciertos para este instrumento de sonoridad rica pero volumen muy limitado que Caldara y Vivaldi compusieron. Con mayor mérito de este último, allí donde Caldara lo debilita quedando sobrepasado incluso el bajo continuo, Vivaldi lo hace callar o doblar las cuerdas esperando intervenciones a solo o en diálogo con algún violín con mayor acierto. Además el programa de mano tampoco comentaba las particularidades del Concierto para cuerdas RV 114 y su cadencia casi pianística entre movimientos, ni citaba el vínculo de Caldara con Barcelona, ni explicaba el autopréstamo vivaldiano del tema del primer movimiento de La primavera en la tercera parte de la obertura Dorilla in temple. Una obra que, como todo el programa, corroboró el ingenio y la versatilidad de la orquesta en la exploración de repertorios menos conocidos junto a los más trillados. Un concierto, recordémoslo, programado entre las funciones de Caballeria rusticana y Pagliacci de la AAOS.
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