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Crítica: Sergey Belyavsky en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

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Autor: José Antonio Cantón
12 de noviembre de 2024

Crítica del recital del pianista Sergey Belyavsky en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

Sergey Belyavsky en el Festival Rafael Orozco de Córdoba

Enorme musicalidad y poderoso mecanismo

Por José Antonio Cantón
Córdoba, 8-XI-2024. Conservatorio Superior de Música ‘Rafael Orozco’.XXII Festival de Piano ‘Rafael Orozco’. Recital de Sergey Belyavsky. Obras de William Byrd, Franz Liszt, Sergey Prokofiev, Franz Schubert y Carl Vine.

   La actuación del pianista Sergey Belyavsky, tocando un programa realmente retador desde el punto de vista estético y de enorme exigencia técnica, había suscitado una gran expectación en el público que terminó abarrotando el salón de actos del conservatorio cordobés en la que constituía la cuarta jornada del Festival de Piano Rafael Orozco de Córdoba que, como viene ocurriendo desde su fundación hace veintidós años, debe su contenido a la certera selección de Juan Miguel Moreno Calderón, catedrático del Departamento de Piano del Conservatorio de Córdoba y, desde el pasado febrero, Coordinador de Políticas Culturales del Ayuntamiento de dicha ciudad. Los once principales eventos del Festival van a significar la muestra de un altísimo nivel artístico, contando con la participación de algunas de la figuras más importantes del panorama pianístico mundial como es el caso del petersburgués Arcadi Volodos, que protagonizará el concierto de clausura.

   Una primera muestra de la excelencia de este evento musical, que se ha convertido en un referente en su clase en España, ha sido la presencia en esta ocasión del pianista moscovita Sergey Belyavsky, que inició su actuación con una transcripción, probablemente original para virginal, perteneciente al gran maestro de la capilla real isabelina, William Byrd, correspondiente a su interesante obra The Battle en la que se describe la disposición de los combatientes recogida en la pequeña pieza titulada Marcha antes de la Batalla, obra en la que adoptó una expresividad  pianística sin adaptar el sonido del instrumento a la liviandad que pide la dinámica renacentista. Con todo, supuso un ejemplo de limpieza de articulación.

   La hermosa adaptación para piano del episodio de Guerra y Paz, op. 91 de Prokofiev que ocupa la primera de sus Tres piezas para piano, Op. 96, así como la que hizo el gran maestro y profesor Nathan Perelman del precioso vals del Príncipe Bolkonsky y la condesa Natasha Rostova perteneciente a la segunda escena de la primera parte de la misma ópera, sirvieron para que Belyavsky mostrara su mejor tradición musical rusa en plenitud, adentrándose genuinamente en la genialidad pianística del autor. Ambas piezas sirvieron como anticipo de la Sexta sonata, op. 82 del mismo compositor en la que Belyavsky exhibió todo su potencial.  

   Desde un planteamiento que permitía apreciar todo el radicalismo de esta obra, el pianista se irrumpió con sólido concepto en el caos organizado que representa su primer movimiento, Allegro moderato, siguiendo su complejo patrón rítmico como reflejo de la naturaleza conflictiva de su contenido, desarrollando un dominio técnico y una capacidad expresiva que pocos intérpretes pueden alcanzar con tanta facilidad. Así mismo y con gran concentración, afrontó los pentagramas del pasaje indicado con el carácter Meno mosso, al que le dio una cierta tensión subyacente cargada de misterio, descubriendo con enorme coherencia uno de los recursos compositivos líricos que eran habituales en el Prokofiev más poético, que le llevó a enlazar con naturalidad con el lento tiempo de vals que constituye el tercer movimiento en el que supo contrastar sus secciones extremas con su tormentosa parte central, logrando uno de los momentos de mayor musicalidad en la interpretación de esta sonata. Belyavsky llegó a su cenit en el Vivace final con la progresión divergente de las dos escalas en distinta tonalidad en cada mano que, por el soberbio mecanismo desarrollado, volvía a provocar una absoluta y total admiración en el auditorio.

   Para serenar tanta tensión emocional, quiso terminar la primera parte de su recital con la extrema lentitud que pide la Quinta bagatela, “Threnody”, que el compositor australiano Carl Vine compuso en 1994 dedicada a Todas las víctimas inocentes, como indica el lema que reza al inicio de esta composición que, como contraste, produjo un meditativo silencio colectivo después del fragor musical de la sonata de Prokofiev.

   No menor en este sentido fue la segunda parte dedicada a tres piezas de Franz Liszt; la transcripción recogida en su S.558-3 sobre el lied Du bist die Ruh (Tú eres descanso y paz), D 776-3 que compuso Schubert sobre un poema de Friedrich Rückert, la tercera de sus Armonías poéticas y religiosas titulada Bendición de Dios en la soledad, S.173 y la Segunda Rapsodia Húngara, S.244-2, con las que Belyavsky mostró una capacidad virtuosística de máximo nivel. En el primer caso, caídos los antebrazos, prolongaba el sonido con el pedal para que el oyente percibiera con exactitud el diseño melódico y el fraseo resultantes del efecto de la fusión de canto y música de la obra original, activando el sólo peso de los dedos nunca separados del teclado. En la segunda pieza consiguió ese detectable efecto pentatónico que contiene, favoreciendo la interacción de una especie de sentimentalismo romántico con cierta inspiración religiosa, que Liszt lleva a un discurso eufónico de superlativa belleza, de modo especial en la nobleza que aparece en su coda y, en la tercera, donde encontramos a un desatado Belyavsky superando la enormes dificultades de esta popular creación pianística lisztiana, al transmitir con claridad los grandes impulsos melódicos de su discurso con sublime efervescencia, que le llevó a derivar su acción a una poderosa ejecución de la cadenza ad libitum firmada por el pianista canadiense Marc-André Hamelin para esta obra, logrando que el final de la rapsodia se convirtiera en un verdadero delirio de expresionismo pianístico.

   Ante la ovación del público, quiso aplacar su entusiasmo con una conmovedora versión de la Tercera Consolación en Re bemol mayor, S.172 también de Liszt, que quedará seguramente como exquisito final de uno de los recitales más destacables de esta edición del Festival ‘Orozco’ de Córdoba, sin duda, uno de los acontecimientos culturales más relevantes de esta ciudad.

Foto: María Cariañanos

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