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Crítica: Seong-Jin Cho en el Festival de Granada

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Autor: José Antonio Cantón
27 de junio de 2024

Crítica del recital ofrecido por el pianista Seong-Jin Cho en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada

Seong-Jin Cho en el Festival de Granada

Volátil pianismo de Seong-Jin Cho

Por José Antonio Cantón
Granada, 22-06-2024. Palacio de Carlos V. LXXIII Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Recital de piano de Seong-Jin Cho. Obras de Franz Liszt y Maurice Ravel.

   La muy esperada cita del coreano Seong-Jin Cho se vio confirmada con gran asistencia de público, especialmente de compatriotas de este pianista, que lo siguen con fervor inquebrantable a tenor de la tensión reflejada en sus rostros sólo deshecha ante el entusiasmo que reportaba la culminación de las distintas piezas de un programa en el que se combinaron dos autores señeros de música para teclado como fueron Ravel, en el primer tercio del siglo XX y Liszt como verdadero patriarca del piano del siglo XIX,  rango que ha mantenido a lo largo de la historia de este instrumento.

   Seong-Jin Cho se sumerge en una sonoridad para la que está especialmente dotado identificada en una especie volatilidad expresiva adaptada al leguaje de Ravel. Así en la Sonatina del músico francés, reflejó más atención a una melancolía evanescente que a una recreación pausada de su forma, que sí estuvo muy desarrollada en los registros agudos en el Modéré que abre la obra. Se empezó a echar de menos un mejor equilibrio con la zona grave del teclado, inestabilidad que se mantuvo a lo largo del recital, con mayor trascendencia en las obras de Liszt. En el minueto central destacó especialmente la inercia contrapuntística que apuntó con mistérico sentido. A modo de una tocata se planteó la interpretación del animado tiempo final sin destacar adecuadamente la presencia armónica de los característicos contracantos sumergidos en su desarrollo.

   El primer número de los Valses nobles y sentimentales transcurrió sin que apareciera la energía de sus disonancias, expresadas un tanto vacuas. La tensión del pianista se incrementó en el segundo pese a su languideciente discurso. El color fue el protagonista del tercero así como del cuarto vals por el modulante tratamiento de su lectura por parte del pianista. Éste tuvo su momento más brillante en el sexto episodio demostrando una agilidad admirable en la superposición rítmica que requiere. Finalmente concretó el desvanecimiento del Epílogo con un esmerado control dinámico.

   En Le Tombeau de Couperin, que cerraba la primera parte del recital dedicada íntegramente a Ravel, Seong-Jin Cho experimentó un giro hacia los parámetros marcados por Alfred Cortot, el más grande traductor del pensamiento pianístico del  músico de Ciboure, transmitiendo los referentes clavecinísticos de su inspiración en el primer episodio; acotó en el centro del teclado la expresividad más determinante de la fuga sin especiales contrastes y mantuvo una elegancia contenida en Forlane, destacando sus esquivas disonancias. En la Toccata no terminaba de soltarse el pianista, prefiriendo una percusión poco espectacular lejos de esa brillantez, por ejemplo, del esplendente piano de Prokófiev exhibido en su asombrosa Sugestión diabólica, expresividad a la que se puede aspirar en la parte final de esta pieza de Ravel, con permiso de su asombroso Scarbo, cuya interpretación echó de menos quien suscribe siquiera como bis al final del recital.

   La segunda parte del concierto estuvo dedicada a una de las obras más sustanciales del pianismo de Franz Liszt; Italia, segundo de los tres Años de peregrinación que compuso el músico húngaro superado el primer tercio del siglo XIX. Con una limitada aportación recreativa al complejo pathos que aglutina cada uno de los siete números que integran esta obra, que va más allá de la música, Seong-Jin Cho afrontó su ejecución sólo desde una fluidez digital, con el hándicap apuntado al principio de estas líneas de una farragosa definición de los registros graves tan absolutamente esenciales para entender la metamusicalidad de estas piezas, en la que el sonido tiende a convertirse en palabra en su alta misión descriptiva, sensitiva y espiritual. El pianista prefirió exhibir su desequilibrada «superlativa» técnica a adentrarse en intenciones de mayor y más trascendente riesgo estético, como quedó demostrado en su lectura de la Fantasia quasi Sonata inspirada en una lectura de Dante, en la que su cinética ante el teclado encandilaba seduciendo a la audiencia. La fisicidad terminó imponiéndose al complejo mensaje romántico que encierran los pentagramas de esta colección, lejos de ese mágico equilibrio que en este egregio y paradigmático autor de música para piano mostraron figuras de la talla de Claudio Arrau o Jorge Bolet, referencias absolutas para quien ha tenido la suerte de escucharles en este repertorio. En nuestro tiempo, Arcadi Volodos marca la diferencia. Imbatible por el momento. 

   El recital concluyó con una lánguida versión de la popular Rèverie de Robert Schumann, que le sirvió a Seong-Jin Cho para serenar el caos neuro-eléctrico que se debe generar en el cerebro del intérprete el paradigmático pianismo lisztiano en su más severa dimensión, muy lejano de cualquier tipo de mistificada volatilidad sonora.

Foto: Fermín Rodríguez / Festival de Granada

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