Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall. 12/II/2016. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Director musical: Semyon Bychkov. Sinfonía n° 6 en la menor de Gustav Mahler.
Esta semana llegaba a los atriles de la New York Philharmonic Orchestra la Sexta sinfonía de Gustav Mahler. Las tres variables del concierto, obra, orquesta y director eran apetecibles por uno u otro motivo. En primer lugar, la obra. La Sexta sinfonía, “la trágica”. La obra en la que vuelve a la ortodoxia sinfónica (allegro, andante, scherzo, finale-allegro) o no tanto, debido al eterno problema del orden de los movimientos centrales. La primera de las suyas que “acaba mal”. La obra que arranca feliz, con el tema de su esposa Alma, donde viajamos a los paisajes bucólicos de los Alpes donde se compuso en los veranos de 1903 y 1904, y que acaba con los golpes de martillo que deben sonar “como un hacha descargada contra un árbol”. La obra en fin que parece anticipar la muerte de su hija Anna un par de años después.
En segundo lugar, la orquesta. La que dirigió el propio compositor durante tres temporadas entre 1908 y 1911. La de mayor tradición mahleriana en América. Una tradición que tuvo sus orígenes antes incluso de su debut aquí en Nueva York de la mano de Walter Damrosch, que se cimentó de la mano de batutas señeras como su discípulo Bruno Walter, Josef Stransky, Willem Mengelberg o Dimitri Mitropoulos, y que tuvo su culminación bajo las titularidades de Leonard Bernstein y el recientemente desaparecido Pierre Boulez. Fue el griego Mitropoulos quien estrenó la sexta en 1947.
Y por último el director, Semyon Bychkov. Una de esas batutas que nunca deja indiferente. Ni a sus seguidores ni a sus detractores. Un amigo melómano berlinés, abonado a la Filarmónica y asistente habitual al Festival de Salzburgo, que le ha visto dirigir innumerables ocasiones me lo explicó recientemente. “Cuando veo a Bychkov en un programa siempre trato de imaginar cuál de los dos va a dirigir hoy: el director detallista, cálido e impulsivo de unos días, o el de banda de pueblo, rutinario, de trazo grueso y con ganas de acabar cuanto antes de otros”.
Personalmente, la Sexta es una de mis sinfonías mahlerianas favoritas. He tenido la suerte de verla en vivo a batutas como Lorin Maazel, Sergiu Comissiona, Eliahu Inbal, Claudio Abbado, Mariss Jansons, Esa-Pekka Salonen, Andris Nelsons y al propio Semyon Bychkov la temporada pasada con la Orquesta Nacional de España en Madrid. Unas más “románticas”, otras analíticas, de todas guardo un gran recuerdo a pesar de las diferencias entre ellas. Bychkov no es un director que haya visto mucho hasta la fecha. Cuatro veces con orquesta y tres en foso de ópera. Siendo un director al que se le suele reconocer una gran precisión rítmica, un control orquestal absoluto y con gusto por la “artillería pesada”, las veces que más me ha impresionado ha sido precisamente por lo contrario. Por la capacidad de realizar versiones “casi” camerísticas de obras “contundentes”, donde eres capaz de oír detalles y pasajes que con otros directores quedan tapados por el resto de la orquesta. Recuerdo con especial cariño su Mujer sin sombra en la Royal Opera House, su acompañamiento a Jean-Yves Thibaudet en un Concierto egipcio de Camille Saint-Saens, y una reciente Primera de Brahms esta misma temporada con la NYPO de la que apunté en mi cuaderno de notas: “Una primera casi camerística, envolvente, sugerente, preciosa, controlada, detempi amplios”.
Bychkov comenzó la sinfonía a buena marcha, con un tempo rápido y en forte, poniendo a prueba a la orquesta. Tanto el tema inicial como el de “Alma” y su re-exposición sonaron más a marcha que a otra cosa. El relajante tema central fue como un oasis, con los cencerros fuera del escenario sonando más lejanos que en otras versiones, como el susurro que debes oír paseando por las cumbres alpinas. Este efecto sublime pareció relajar a Bychkov quien relajó el tempo y terminó mucho mejor el movimiento. A partir de ahí todo fue a mejor.
El Scherzo (Bychkov eligió la configuración original de movimientos Scherzo-Andante) nos ofreció una claridad de texturas de primer nivel con oboe y clarinete a nivel excepcional. Pero si hay algo que no creo se me olvide nunca fue el Andante, sencillamente mágico. Relajó aún más el tempo pero sin perder tensión en ningún momento. En el tema inicial que cita al “Oft denk' ich, sie sind nur ausgegangen!” de los “Kindertotenlieder”, la calidez de la cuerda, vientos y trompa solista fue sublime. En el segundo, fue el momento en que flauta y clarinete sonaron transparentes con cuerdas, metales y percusión acompañando. Arpas y el excepcional nuevo concertino de la orquesta, el chino Frank Huang, le dieron al tercer tema todo el misterio y drama que requiere. Según oía como la música fluía por sí sola, el nombre de Klaus Tennstedt me venía a la cabeza una y otra vez. Un movimiento memorable. De todas las versiones oídas hasta la fecha lo único que recuerdo a nivel similar fue Abbado con la Orquesta Filarmónica de Berlín en la Philharmonie berlinesa en 2004.
En el tema final bajamos de nuevo a tierra. Siguió a un gran nivel pero sin alcanzar las cotas del andante. Aquí volvimos a tener al Bychkov más brillante, dominador, jugando con los balances de las distintas secciones, cargando las tintas en los momentos más dramáticos, ralentizando al máximo los clímax seguidos de “crecendos” de cuerdas y arpegios de arpas, rematados por timbales. El nivel de virtuosismo orquestal conseguido fue tremendo, con mención especial de nuevo para concertino, trompa solista, y la práctica totalidad de los vientos. Un silencio sepulcral de cerca de medio minuto siguió al último “fortissimo” orquestal rematado con los golpes de timbal, cosa inédita en Nueva York, donde la mayor parte de las veces, el público comienza a aplaudir antes incluso de terminar la obra. La satisfacción de los miembros de la orquesta con Semyon Bychkov fue manifiesta con aplausos de la práctica totalidad de los profesores, mucho más allá de los típicos toques de arco sobre el atril. Personalmente, esta versión de cerca de 90 minutos, pasará a mi podio personal de sextas de Mahler junto a Claudio Abbado y a Esa-PekkaSalonen. Curioso constatar la diferencia de esta versión con la del propio director hace casi un año con la ONE, bastante más “marcial”.
Nos quedamos a la espera del próximo Mahler de la orquesta, que a priori es aún más prometedor. Bernard Haitink nos visitará en un par de meses con su canto del cisne, la Novena sinfonía.
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