Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 29-IX-2017. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Bertrand Chamayou, piano; Manuel Blanco, trompeta. Director musical, Semyon Bychkov. Concierto para piano, trompeta y orquesta de cuerda nº 1 en do menor, op.35 de Dmitry Shostakovich. Sinfonía nº 1 en sol menor "Sueños de invierno", op.13 de Piotr Ilich Tchaikovski.
El tercer concierto de abono de la OCNE era a priori de los más interesantes del ciclo. Por un lado la presencia en el podio de Semyon Bychkov, y por otro el programa, con tres obras poco frecuentes pero de indudable atractivo. Entre ellas, y como apertura del concierto, figuraba la compleja y fascinante Obertura de la Orestiada de Sergei Taneyev. El nombre puede sonar equívoco ya que es una pieza de concierto –no se utilizó como obertura de su única ópera basada en la tragedia de Esquilo– que en cerca de veinte minutos, nos recopila varios de los temas de la obra, tiene momentos de lucimiento para los músicos –precioso el que tiene el concertino hacia la mitad de la obra– y posee una intensidad dramática fuera de lo común. Sin embargo, la primera en la frente. Por los altavoces del Auditorio Nacional anunciaron que por “causas sobrevenidas”, la obra no se iba a interpretar. No sé qué tipo de causas pueden ser las sobrevenidas, pero siendo una obra que el Sr. Bychkov interpreta de manera habitual con diferentes orquestas, me imagino que no fue por su causa. En cualquier caso, nuestro gozo en un pozo.
La primera parte por tanto se redujo al divertido, agradecido y en cualquier caso complejo Primer concierto para piano de Dmitry Shostakovich. Compuesto y estrenado en 1933, a sus 27 años, Shostakovich ya había dado pinceladas del magnífico compositor que iba a ser, sobre todo con su primera sinfonía y con su genial ópera “La nariz”. Sin embargo, en la etapa final de los años 20, cuando el estalinismo musical estaba a punto de vencer en la guerra por el control cultural, que liquidaría en todos los sentidos la gran vanguardia rusa que floreció tras la Revolución de Octubre, el joven Dmitry trataba de “compensar” su afición por la vanguardia con sus sinfonías segunda y tercera - sus menos logradas, escritas a mayor gloria del Partido – y con música incidental para películas y ballets, en un intento de que los jerarcas se olvidaran de él. Entre ellas, y antes de que se abriera la caja de los truenos tras asistir Stalin a una función de su segunda ópera, Lady Macbeth de Mtsenk, aún se daba el gustazo de escribir obras como el Tahiti Trot, las Suites de jazz o la obra que nos ocupa.
Compuesta en cuatro movimientos, aunque el tercero, Moderato, es prácticamente una introducción al movimiento final, Shostakovich condensa en poco más de 20 minutos toda una suerte de estados de ánimo –desde la alegría que desprende el comienzo del Allegretto, a la melancolía con la que lo termina y que se prolonga en el Lento para retomar la juerga y la socarronería en el último– dentro de un lenguaje complejo y deudor de los grandes del contrapunto.
El pianista francés Bertrand Chamayou se enfrentó a la obra con sus cualidades habituales: concepto claro de la obra, perfecta digitación y bastante sentido musical. Desbordó ironía de entrada e imprimió delicadeza en el Largo. Sin embargo, le penaliza un exceso de frialdad y su volumen justo, quedándose corto en varios pasajes de los movimientos extremos. Bychkov y la orquesta hicieron uno de los mejores acompañamientos que recuerdo –este concierto tiene el “problema” de que nos solemos quedar con el trabajo del pianista, sobre todo si es Martha Argerich quien está ahí, y nos olvidamos de la orquesta– con una delicadeza extrema y sin taparle, y eso que un espectador del segundo anfiteatro, con ganas de protagonismo, nos obsequió con una tos extemporánea al final del maravilloso Lento . Por su parte, Manuel Blanco, el solista de trompeta de la orquesta, jugó sus cartas con un sonido pleno a lo largo de la obra, mucho gusto en sus frases del final del Allegretto, una gran entrada con sordina en el Lento, y un gran toque festivo en el final.
El público reaccionó con calidez y algarabía y ambos solistas correspondieron con un par de propinas, anunciadas por Manuel Blanco como homenaje a España de músicos rusos. La primera fue En el estilo de Albéniz del moscovita Rodion Schedrin, y la segunda la transcripción para trompeta que Dmitry Shostakovich hizo de la romanza Adiós Granada –de Los emigrantes, la zarzuela de Tomás Barrera Saavedra– que tantas veces cantó el inolvidable Alfredo Kraus. El Sr. Blanco se lució en ambas propinas.
Dicen las malas lenguas, que Piotr Ilich Tchaikovski compuso tres sinfonías: la Cuarta, la Quinta y la Sexta. Según este “perverso” razonamiento, la obra que oímos en la segunda parte del concierto del pasado viernes, la Sinfonía nº 1 en sol menor "Sueños de invierno", op. 13, no sabemos que será. Es una obra de juventud -su primera obra para gran orquesta- que lógica y evidentemente no llega al nivel de sus obras maestras, pero en la que ya encontramos muchas pinceladas de lo que encontraremos en su madurez. Gracias a su hermano Modesto, sabemos que las pasó canutas para terminarla. En cualquier caso, es el tipo de obra que en manos de un maestro mediocre te puede aburrir soberanamente, pero que si está en las manos adecuadas, te puede alegrar la tarde.
Semyon Bychkov es un director que nunca deja indiferente. En sus días buenos es un maestro detallista, cálido e impulsivo. En los menos buenos, aunque el nivel siempre suele ser bueno, puede ser bastante rutinario, de trazo grueso y algo frío. Esta tarde tuvimos la de cal. Con él, la Orquesta Nacional consiguió un sonido realmente apabullante, cálido e intenso. Y siempre es de agradecer que un maestro de su talla venga a “redescubrirnos” obras como ésta, cuando para él, lo más fácil hubiera sido elegir una de las grandes obras del repertorio de éxito garantizado.
En Allegro tranquillo inicial, el Sr. Bychkov con gesto preciso y natural dejó que la música fluyera. La cuerda sonó intensa aunque sin perder el control, y las maderas nos fueron dando detalles de lo que iba a ser la tarde. El Adagio fue encantador. El cuarteto de solistas de oboe, flauta, fagot y clarinete estuvo inmenso, y Bychkov les dejó explayarse – meridiana su sonrisa de aprobación – con un gran gusto musical, para terminar el movimiento con frases cálidas, muy bien ejecutadas y sin abusar del carácter melancólico. De nuevo, otra tos extemporánea nos volvió a romper el mágico final orquestal. Tanto Scherzo como Finale, planteados y ejecutados de manera ejemplar, por una orquesta que sonó como en sus mejores días, fueron el digno colofón a una gran tarde. En manos de Bychkov, esta primera sinfonía pareció una obra de primer nivel.
El público respondió con grandes ovaciones que se incrementaron merecidamente cuando Semyon Bychkov levantó a los cuatro solistas de madera –en la distancia creídistinguir a José Sotorres, Robert Silla, Javier Balaguer y Enrique Abargues– y en su última salida, cuando también la orquesta en pleno le despidió con aplausos.
Foto: Rafa Martín
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