Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 29-III-2019. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Director musical, Semyon Bychkov. Mi patria de Bedrich Smetana
¡El moldava! Con esta breve pieza de unos 12 minutos de duración, el compositor bohemio Bedrich Smetana compuso una de esas piezas que como el Adagio de la Patética de Tchaikovski, la Suite del Peer Gynt de Edward Grieg o el arranque de la de Beethoven, forman parte de la banda sonora de nuestras vidas. Aún recuerdo cuando de pequeño escuché por primera vez esa melodía maravillosa que describe el fluir del río Moldava. Al instante se fijó en mi cabeza. Fue un impacto absoluto. Nunca se ha ido. Y sé que no soy el único.
Con los años y los discos fuimos aprendiendo más. El Moldava era parte de una obra más amplia que se llamaba Mi patria –aunque cuando las compuso, Smetana nunca pensó en un ciclo–. Había otros cinco poemas sinfónicos, todos ellos de belleza indiscutible y con pegada, aunque ninguno llegaba al nivel de El Moldava. También aprendimos que Smetana era el padre de la Escuela Nacional checa, lo que implicaba que había escuelas nacionales. A los 14 años no te dice mucho, pero que según vas avanzando te ayuda a poner todo en contexto. Cada país tenía o intentaba tener una escuela nacional, que se desarrolló en menor o mayor grado en función de múltiples variables entre las que estaban sin duda la calidad de los compositores. Esa música nacionalista no sonaba igual con cualquier orquesta. Las notas eran las mismas, pero la música checa sonaba mejor con las checas, la rusa con las rusas, y la española con las españolas.
A través de sus visitas a Madrid, descubrimos que la Orquesta Filarmónica Checa era una formación fabulosa –inolvidable su ciclo Dvorak o la Sinfonía resurrección de Mahler con Vaclav Neumann en los ciclos de la extinta Fundación Caja Madrid– y que a su frente había tenido a la flor y nata de los directores checos: Talisch, Kubelik, Ancerl y el propio Neumann. Cada uno de ellos había firmado una versión referencial de Mi patria con la orquesta, salvo el inolvidable Kubelik que se había exiliado en 1948. Con la Sinfónica de Chicago, con la Filarmónica de Viena, y en un par de ocasiones con su Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, había dejado excelentes versionespara la posteridad, pero le faltaba hacerlo con la Filarmónica Checa. Retirado desde mediados de los 80 por decisión médica, la caída del muro de Berlín le brindó una última oportunidad en la apertura de la Primavera de Praga de 1990, donde por fin tuvo lugar el reencuentro. La versión de ese concierto que pudimos ver por televisión, que se grabó en vivo, y donde la emoción estaba a flor de piel, fue sublime, aunque no se pudo juzgar por parámetros estrictamente musicales.
A pesar de ello, por nuestros pagos seguía siendo imposible oír Mi patria. De Pascuas a Ramos, alguna orquesta podía hacer El Moldava, pero un servidor, con 40 años a mis espaldas asistiendo regularmente a salas de conciertos de distintos países, ni siquiera había podido escuchar hasta la fecha De los bosques y prados de Bohemia, el poema que sigue en popularidad a El Moldava.
Así estaban las cosas, cuando por fin, tras toda una vida de espera, vimos en el anuncio de esta temporada de la OCNE que se iba a interpretar el ciclo completo. Además, de la mano de SemyonBychkov, el actual director de esa Orquesta Filarmónica Checa. La ocasión tuvo algo de acontecimiento, e incluso contamos entre el público con la presencia del Excmo. Sr. IvanJancárek, el actual Embajador de la República Checa en Madrid. En casos de tanta expectación, la pregunta es: ¿Fue para tanto?
La respuesta es clara. Sí, lo fue. Tanto la OCNE como el Sr. Bychkov no solo estuvieron a la altura, sino que por momentos nos pareció estar escuchando a la mismísima Filarmónica Checa. Es evidente que no era su sonido característico, pero la Orquesta sonó más centroeuropea que nunca, con una amplia paleta de colores que le permitió al Sr. Bychkov jugar con diferentes densidades.
En ocasiones anteriores, he hablado de los dos Semyon Bychkov:el rutinario, de trazo grueso y con la prisa metida en el cuerpo de unos días, o el cálido, detallista, e impulsivo de otros. Afortunadamente tuvimos al segundo.
Bychkov dio siempre con la tecla, dejó fluir la música, respiró con ella. Vyšehrad – El castillo alto empezó lento, muy descriptivo, dando a las arpas todo su protagonismo. Fue cogiendo empaque, quizás algo más marcato de lo deseable, pero el fraseo fue de primera, siempre atento al detalle y acertando cada una de las dinámicas. Muy bien también El Moldava. Descriptivo todo el discurrir el río por los bosques bohemios, rítmicas las danzas de la boda campesina, toda la obra tuvo una transparencia cristalina, y si asombró la ejecución elegante de la entrada en los rápidos de San Juan, el pianísimo de las cuerdas entre los dos crescendos fue magistral. En Sárka, Bychkov se encontró en su salsa. Extremó dinámicas, exprimió a la orquesta que dio lo mejor de sí, cuidó los planos sonoros y consiguió un espléndido contraste entre los distintos episodios de la batalla. Hubo una breve tregua para afinar los instrumentos, tras la cual nos adentramos En los prados y bosques de Bohemia. El ruso le dio al comienzo el tono misterioso que requiere para después describirnos con maestría, y de forma casi onírica todo un cuadro de matices y colores soberbios donde la práctica totalidad de los solistas de la orquesta tuvieron su particular momento de gloria. En Tabor, Bychkov hizo de nuevo una construcción impecable, dio tempo a la música, reguló con maestría las tensiones hasta desembocar en el impresionante coral de los husitas, donde ya dio rienda suelta hasta el final. Por último, en Blanik, el monte sagrado de los checos, rayamos la excelencia, con un empaque sonoro asombroso y unos detalles tímbricos de primera por parte de casi todos los solistas, mientras la música repasa los temas principales de cada uno de los poemas. La coda, casi bruckneriana–personalmente la hubiera preferido un pelín más rápida– fue el digno colofón a una estupenda versión.
Si Bychkov fue un excelente maestro al que solo podemos poner el pero de pequeños momentos en las sucesivas batallas en que pareció buscar algo de estridencia en los vientos, y que imagino que corrigió en días posteriores, la orquesta por su parte rayó a un nivel impresionante. Es imposible destacar todos los momentos excelentes pero no quiero dejar de resaltar a las arpistas Selma García Ramos y Valentina Casades en Vyšehrad, a José Sotorres y Juana Guillem que con sus flautas nos describieron de manera magistral El Moldava, o el clarinete de Pérez Piquer y el chelo de Miguel Jiménez que bordaron sus partes solistas en Sarka.
El público respondió con bravos y aplausos durante cerca de cinco minutos. La espera ha merecido la pena
Compartir