Por Raúl Chamorro Mena
Frankfurt, 31-III-2019. Opernhaus. Der ferne klang-El sonido lejano (Franz Schreker). Jennifer Holloway (Grete Graumann), Ian Koziara (Fritz), Anthony Robin Schneider (propietario de “El cisne”), Magnus Baldvinsson (Viejo Graumann), Barbara Zechsmeister (la madre), Nadine Secunde (una anciana), Iurii Samoilov (Un actor bufonesco), Gordon Bintner (El Conde), Julie Dawson (Mizi), Dietrich Volle (Dr. Vigelius), Theo Lebow (El Caballero). Coro de la Opera de Frankfurt. Frankfurter Opern-und Museumsorchester. Dirección musical: Sebastian Weigle. Dirección de escena. Damiano Michieletto.
Dentro del resurgimiento que está viviendo la obra de Franz Schreker (1878-1934), su ópera Der ferne klang-El sonido lejano, sobre libreto propio, volvía a Frankfurt, ciudad donde vió la luz en 1912 y que tuvo una andadura de gran éxito en los años siguientes. Se trata de una fascinante creación del gran músico que, como ya subrayaba con ocasión de la reseña de la representación muniquesa en julio de 2017 de su también magnífica ópera Die Gezeichneten-Los estigmatizados, fue perseguido por el Nazismo por su origen judío y encuadrada toda su creación en lo que el régimen llamó Entartete musik (música degenerada), lo que provocó que se sumiera en el olvido. Asimismo, la Opera de Frankfurt se mostraba tan justa como certera dedicando esta nueva producción al director de orquesta, recientemente fallecido, Michael Gielen, que fue director musical de la casa entre los años 1977 y 1987 y, además, dirigió esta ópera, siendo un gran valedor de la obra del compositor austríaco.
La obra se encuadra en un postromanticismo en el que las influencias Wagnerianas se encauzan dentro del decadentismo europeo propio del primer cuarto del siglo XX, con elementos de delirio onírico (el mundo de los sueños, el psicoanálisis, Freud, en definitiva), erotismo, expresionismo… Su fabulosa orquestación es de un esplendor, exuberancia y suntuosidad desbordantes. La historia de dos enamorados en diversas etapas temporales, que se ven abocados a la separación porque el compositor Fritz marcha en busca de un “sonido lejano” que le atormenta, un sonido metafísico, una meta trascendente que se sitúa en otra dimensión, en el «más allá». Por otro lado, la historia de la degradación de una mujer, abandonada por su enamorado, apostada por su propio padre en el juego y entregada a su casero, y que termina, primero como la prostituta más lujosa y distinguida del principal burdel de Venecia (ocasión en que vuelve a encontrarse con Fritz y la rechaza acusándola de ramera) y posteriormente, como una simple meretriz callejera. Finalmente, en el conmovedor encuentro final de los dos enamorados, Fritz se da cuenta que el sonido lejano es el verdadero amor y muere en los brazos de Grete.
Hay que valorar en esta ocasión el acierto de la propuesta escénica del veneciano Damiano Michieletto en colaboración con su escenógrafo habitual Paolo Fantin. La escenografía divide el escenario en diversos planos en horizontal separados por velos -que se abren y recogen-, sutiles, vaporosos, que dejan ver lo que sucede detrás y resalta adecuadamente la atmósfera onírica de la ópera, además de resultar elegante y hermosa a la vista con un elemento erótico planteado de forma sutil y sugerente. Adecuados, en su justo punto, los vídeos y proyecciones. Un montaje, por tanto, que sirve a la obra y no al revés y potencia toda la carga emocional y conmovedora de la misma. Muy trabajado el movimiento escénico así como la caracterización de los personajes, estos dos enamorados que interactúan y cuya acción se superpone, pero no se encuentran. Fritz no es un simple malvado que abandona a su novia de juventud, es víctima de una obsesión, la búsqueda de la perfección artística, de una «creación inmortal». En la degradación moral de Grete encontramos claros elementos del naturalismo literario, pues está determinada por la herencia genética -sus padres no tienen una vida «ordenada», acumulan deudas, él es jugador y alcohólico-. Espléndida la caracterización de la protagonista femenina realizada por la soprano estadounidense Jennifer Holloway, que dota de toda la intensidad dramática al personaje, con la apropiada dosis de sensualidad y un carisma y personalidad en escena indudables, combinados con una gran seguridad musical. Todas las aristas y situaciones psicológicas del papel estuvieron perfectamente servidas por esta gran artista. En lo vocal, al material de Holloway, eminentemente lírico, le falta anchura y redondez, siendo la zona alta donde timbra y se impone con un sonido atractivo y penetrante, pero que no termina de girar, por lo que las notas agudas tienen más timbre que punta. Una soprano inteligente (nunca fuerza, aunque le falte robustez), con gran preparación musical y que demostró ser una enorme actriz, que realizó una inolvidable creación de Grete. A menor nivel se situó el tenor también procedente de USA, Ian Koziara, en un Fritz también muy lírico, de emisión retrasada y perceptible nasalidad. Sincero en su expresión y entrega dramática así como correcto en su canto, siempre que no se empinara la línea canora, ya que fue incapaz de resolver la complicada tesitura de su parte con unas notas agudas inadmisibles, incompatibles con el canto. El resto de personajes son episódicos, pero importantes y entre ellos a destacar la veterana Nadine Secunde ya en estado vocal comatoso, el resonante Iurii Simiolov, el barítono de la compañía de la Opera de Frankfurt Gordon Bintner como el Conde y que el día anterior habiá interpretado al Rey Vladislav en Dalibor de Smetana. Un cantante de ensemble ideal por su versatilidad y fiabilidad tanto vocal como dramática. Algo parecido puede decirse de Theo Lebow. Irresistiblemente sensual Julie Dawson como Mizi.
Notable dirección musical de Sebastian Weigle al frente de una orquesta a gran nivel. Se pudo escuchar todo el esplendoroso tejido orquestal de Schreker con unos primorosos refinamiento tímbrico y transparencia. Weigle optó por unas texturas diáfanas, un pulimiento sonoro subyugante, radiante, sutil, cuasietéreo, echándose de menos en algunos momentos, bien es verdad, un mayor peso y músculo orquestal, pero no faltaron las suficientes dosis de intensidad teatral y emoción. A Weigle, músico competente y serio, sólo le faltó ese punto de inspiración, de vuelo y fantasía, así como de exaltación, que hubiera convertido un estupendo trabajo en genial.
En resumen, la Opera de Frankfurt recupera Der ferne klang con altas calidades tanto musicales como escénicas, que suponen una gran oportunidad de disfrutar con esta espléndida ópera tan poco representada.
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