Por David Yllanes Mosquera | @davidyllanes
Seattle. McCaw Hall. 28-II-2018. Beatrice and Benedict (Hector Berlioz, en versión libre de Amanda Holden y Jonathan Dean). Marvin Grays (Leonato), Chip Sherman (Mensajero/Fraile), Daniela Mack (Beatrice), Shelly Traverse (Hero), Daniel Sumegi (Don Pedro), Alek Shrader (Benedict), Brandon O’Neill (Don John), Craig Verm (Claudio), Avery Clark (Borachio), Kevin Burdette (Somarone), Christine Marie Brown (Margaret), Avery Amereau (Ursula). Seattle Symphony. Dirección escénica: John Langs. Dirección musical: Ludovic Morlot.
El festival Seattle Celebrates Shakespearese pone en marcha con una atrevida propuesta de la Seattle Opera, en colaboración con la compañía teatral ACT Theatre. Se trata de una versión libre de Béatrice et Bénédict, la ópera de Berlioz basada en Mucho ruido y pocas nueces de Shakespeare. La obra teatral original presenta una comedia de enredos amorosos: el príncipe Pedro de Aragón llega a la casa de Leonato en Mesina tras una victoria militar, acompañado por Claudio y Benedict. Una vez allí, este último reanuda su «merry war» con Beatrice (sobrina de Leonato), en la que ambos intercambian ingeniosos ataques dialécticos y muestras de aparente desdén. Pero no engañan a sus amigos, quienes están convencidos de que en el fondo Beatrice y Benedict están enamorados y se proponen juntarlos. Al mismo tiempo, Claudio vive un más apacible romance con Hero, hija de Leonato. O al menos sería apacible si no fuera por las maquinaciones de don John, hermanastro bastardo de Pedro, quien se propone frustrar el enlace. Obviamente, todo termina felizmente y el único frustrado es el propio John.
A pesar de ser bien conocida la obra, era conveniente esta breve sinopsis para comentar en qué consiste la adaptación que se está viendo en Seattle estos días. En primer lugar, recordemos que la opéra-comique original Béatrice et Bénédict –con un libreto del propio Berlioz– simplifica drásticamente la trama al eliminar el papel de don John, con lo que Hero y Claudio son solamente dos enamorados que quieren ayudar —o enredar, según se mire— a sus amigos. Desaparece también el papel de Dogberry, una de las creaciones cómicas de Shakespeare, quien en la obra es el jefe de policía que acaba descubriendo los engaños de don John y su secuaz Borachio. En su lugar, se introduce el personaje de Somarone, un pomposo músico local.
La Seattle Opera se ha propuesto la tarea de producir una versión extendida, que siga más fielmente a la comedia shakesperiana. Para ello han partido de la versión inglesa elaborada por Amanda Holden para la English National Opera y han restituido muchas otras escenas utilizando el diálogo original de Shakespeare —cabe recordar que la ópera de Berlioz también incluía diálogos. Al papel hablado de Leonato se unen varios otros, principalmente el propio don John. Como de este modo el balance entre partes habladas y cantadas se desequilibraría, han utilizado música de otras obras de Berlioz para redondear las escenas, con letras de Jonathan Dean. Por ejemplo, en la escena en la que varios personajes visitan la (ficticia) tumba de Hero, se canta la melodía de la famosa «Despedida de los pastores» de L’enfance du Christ con letra extraída del quinto acto de Mucho ruido y pocas nueces.
Como vemos, una idea un tanto atrevida pero que venía respaldada por el aval de Ludovic Morlot, director titular de la Seattle Symphony (orquesta que también es la habitual del foso de la ópera) y experto en Berlioz. En efecto, aunque esta es la primera ópera de Berlioz que se ve en la ciudad, la Seattle Symphony ha interpretado varias de sus composiciones en tiempos recientes.
Además del peligro que acompaña a cualquier versión libre, en esta ocasión se añade la circunstancia de que los protagonistas se ven en la tesitura de interpretar largas escenas de teatro, algo que no muchos cantantes de ópera están en grado de hacer, con el agravante de que comparten escena con veteranos actores shakesperianos. Sin embargo, la Seattle Opera ha podido contar con un elenco que se ha enfrentado a este reto con gran arrojo y un satisfactorio resultado dramático.
Destaca en este sentido la mezzosoprano argentina Daniela Mack. Se trata de una cantante en alza, que ha interpretado ya papeles señeros como Rosina en teatros de primer nivel y ha creado otros en importantes estrenos contemporáneos (Jacqueline Kennedy en JFK y el papel titular de Elisabeth Cree). Mack posee una buena técnica y facilidad para las agilidades (pero en ocasiones con un vibrato algo molesto). Además, tiene una garra escénica que la diferencia de muchos otros cantantes de escuela estadounidense, que tienden a interpretaciones algo anodinas. El papel de Beatrice es ideal para ella, le permite explotar su carisma escénico y lucirse con la bella música de Berlioz. Es muy efectiva en el aria en la que anuncia estar enamorada de Benedict –en esta versión repitiendo «Yes, I am in love, with joy I announce it». En definitiva, una cantante con buenas maneras y que no aburre que, por cierto, debutará en la Ópera de Oviedo el próximo diciembre como Sesto en La clemenza di Tito.
A la Beatrice de Mack le daba réplica el Benedict de Alek Shrader. De nuevo, y siguiendo la tónica general de la función, un cantante que abordó el papel con energía y capaz de salir más que airoso de las partes habladas. Esto es especialmente difícil para los dos protagonistas, que deben interpretar algunos de los diálogos más ágiles e ingeniosos de Shakespeare, insultándose creativamente, pero a la vez caer simpáticos al público. Como cantante resultó correcto, con facilidad para el agudo pero una voz un tanto blanquecina. Fue, eso sí, brillante en las abundantes escenas de comedia física o incluso slapstick que plantea esta producción.
Como complemento a esta resabiada pareja, esta producción aumenta mucho el relieve de los más inocentes Claudio y Hero. La prima de Beatrice fue interpretada con dulzura y buen gusto por la joven soprano Shelly Traverse, miembro del coro de la Seattle Opera que entró en el reparto como sustitución de última hora. A pesar de algunos agudos poco brillantes, una muy meritoria labor de una cantante que parece lista para abordar papeles principales. Completó con distinción el precioso trío con Beatrice y la Ursula de Avery Amereau. En cuanto a Claudio, se trata quizás del gran beneficiado en esta nueva versión. En efecto, al introducirse la trama de los engaños de Don John y creerse traicionado, recibe el encargo de cantar una versión del «Ah! Qui pourrait me résister?» de Benvenuto Cellini en la que expresa su furia y decepción. El joven barítono Craig Verm cumplió con creces, en una emotiva interpretación.
También resultó muy expandido el papel de Somarone quien, además de ser el músico local, absorbe las responsabilidades de jefe de policía del Dogberry original y también es jardinero, guardia nocturno y acompaña a Hero al altar. Aunque la obra en general tiene un marcado tono cómico, este es el personaje verdaderamente bufo. Contábamos para ello con un veterano de estos papeles, el bajo-barítono estadounidense Kevin Burdette. Siempre gracioso, recibe además el caramelo de cantar la canción shakesperiana «Sigh no more, ladies», con la música del «Voici des roses» de La damnation de Faust. Burdette responde a todo ello con gran habilidad vocal y actoral. El príncipe Pedro fue encarnado con la nobleza y autoridad necesarias por Daniel Sumegi.
Notables todos los actores que completaban el elenco, desde el Leonato de Marvin Grays a los villanos de Brandon O’Neill y Avery Clark, sin olvidar a Chip Sherman y Christine Marie Brown en papeles menores. Cabe comentar que el diálogo estaba amplificado, quizás demasiado, lo cual en ocasiones creaba un molesto contraste con las partes cantadas (para las que, afortunadamente, se apagaban los micrófonos). Esta amplificación no impidió que muchos miembros del público, quizá poco conocedores de la obra de Shakespeare, se perdieran durante los rápidos y endiablados diálogos, dada la decisión de sobretitular solo las partes cantadas. A mi juicio, una idea poco afortunada (que además supone una barrera para posibles aficionados extranjeros que no tengan total facilidad para el inglés).
Eficaz dirección escénica de John Langs, director del ACT Theatre, que mantiene siempre al reparto en movimiento en la sencilla pero versátil escenografía de Matthew Smucker (reciclada de una anterior producción de la Seattle Opera).
Finalmente, es importante destacar la gran labor de la Seattle Symphony y su director Ludovic Morlot. En una producción que podía haber resultado un pastiche de difícil digestión supo mantener el pulso dramático y a la vez exhibir el colorido de la música de Berlioz.
Estamos, en fin, ante una muy apreciable labor de conjunto y una función de la que se sale con muy buen sabor de boca. No parece, sin embargo, que esta versión de Seattle pueda sustituir a la estándar Béatrice et Bénédict. Por una parte, su éxito se debe a un reparto entregado y singularmente dotado para hacer frente tanto las exigencias teatrales como operísticas (y a una dirección musical experta). Por otra parte, nos proporciona un interesante híbrido, pero no la mejor versión ni de la obra de Shakespeare ni de la de Berlioz, pues ambas se ven un tanto diluidas por la combinación.
Compartir