Viola clarividente
Por Pablo Sánchez Quinteiro | @psanquin
La Coruña, 19-X-2021. Teatro Rosalía. Sociedad Filarmónica de La Coruña. Sara Ferrández, viola. Orquesta de Cámara Gallega. Obras de Stamitz, Max Bruch, Piazzolla, Boccherini y Telemann.
La Sociedad Filarmónica de La Coruña abrió su temporada 2021-22 con un estimulante concierto protagonizado por la violista Sara Ferrández y la Orquesta de Cámara Galega dirigida por Rogelio Groba. El concierto fue precedido por una alocución de Pablo Vidal, nuevo vicepresidente de la sociedad, quien anunció la realización de 12 conciertos, en los que la Orquesta de Cámara Galega intervendrá como orquesta residente sin coste para la asociación. Asimismo, Sara Ferrández será artista en residencia a lo largo de tres conciertos, entre los que se incluye un recital con Juan Pérez Floristán, y la realización de clases magistrales.
El programa giró mayoritariamente en torno a obras del siglo XVIII, iniciándose con el atractivo Cuarteto en do mayor de Karl Stamitz; nº 1 de su op.14, preciosa colección de cuartetos orquestales compuestos con la idea de ser interpretados tanto por la formación camerística como por una orquesta de cuerda. Rogelio Groba actuó a lo largo de toda la noche en el doble papel de director y concertino, pues no en vano es un consumado violinista. En perfecta sintonía con sus músicos ofrecieron una magnífica recreación de la obra realzando el carácter enérgico y dinámico de sus temas. Un chispeante Allegro assai, un grácil y elegante Andante di molto, llevado a un tiempo vivo, y un vibrante y a la vez sutil Poco presto final constituyeron un prometedor arranque de la velada.
Sara Ferrández se presentó con el Concierto para viola y cuerdas en sol TWV 51.G9 de Telemann; probablemente uno de los primeros conciertos para viola en la historia de la música. El melancólico Largo permitió a la solista exhibir el cálido y expresivo sonido que obtiene del registro grave de su instrumento. La breve cadencia supuso un resplandeciente contraste. El tempi menos pesante de lo habitual le confirió a la música una nobleza realmente convincente. El Allegro constituye un hermoso y vitalista diálogo entre las cuerdas y la solista quien supo combinar a la perfección la energía de la música barroca con la elegancia del clasicismo; no olvidemos que se trata de una obra puente entre ambas épocas. El Andante recupera la atmósfera del primer movimiento, aunque en este caso explorando en el instrumento un rango de registros más amplios. Siendo el papel de las cuerdas un mínimo acompañamiento, este movimiento permitió disfrutar del arte de Ferrández, quien impactó por la naturalidad y perfección de su fraseo, caracterizado por un control exquisito de las dinámicas y por su riqueza en matices e inflexiones. El exultante Presto, se caracteriza por una melodía sincopada que solista y orquesta alternan una y otra vez. Fue recreada con precisión y gusto.
Sin pausa, el programa se continuaba con dos obras posteriores en el tiempo. En primer lugar viajamos al siglo XIX para disfrutar la experiencia mística que siempre representa el Kol nidrei de Max Bruch. Frente a la original de violonchelo, no es la versión de viola la más habitual, pero con una intérprete como Ferrández, esta versión resultó todo un descubrimiento. En sus manos la viola no tiene nada que envidiar en profundidad al chelo. En la introducción, intimista y serena al máximo, pero con un discurso musical muy libre, Ferrández se mostró clarividente, trazando las líneas musicales con una gran economía de medios, sin abusar del vibrato para transmitir emoción. La música cobró vida simplemente poniendo en juego un sonido cristalino y cálido y un asombroso control dinámico; el mismo que ya mostró en Telemann. La transición al un poco piu animato fue de una belleza sobrecogedora, así como la culminación, absolutamente convincente. Fue en su conjunto una interpretación sobria y contenida, sin aspavientos innecesarios, que dejó que esta hermosa música hablase por si sola. Aunque pueda resultar una cuestión secundaria, debe también añadirse como la respiración de la solista fue inaudible en todo momento, sin interferir, algo que por desgracia sucede en no pocas ocasiones en esta obra.
Con esta pieza Sara Ferrández se despidió del público, para volver a dejar paso a la orquesta en solitario. Ésta abordó dos piezas de carácter muy distinto, en concreto la Serenata de Elgar para a continuación regresar al pasado con Boccherini. Rogelio Groba, no sólo se distingue por su talento musical, sino también por ser un gran comunicador. Para deleite del público introdujo ambas obras con su estilo natural y empático.
Resultó interesante escuchar la Serenata op. 20 de Elgar, una obra que no suele programarse habitualmente. En muchos aspectos recuerda a Vistas al mar de Toldrá, varias décadas posterior, y lógicamente mucho más habitual en concierto. Sorprendió el tempi del Allegro piacevole inicial, muy vivo, y más aún si se compara con la grabación del propio compositor, caracterizada por su estatismo. Fue más canónico el hermosísimo Larghetto en el que Groba expandió el discurso musical al máximo, pero manteniendo la tensión en todo momento. Resultó algo más problemático, el Allegretto final, retomado el tiempo vivo del primer movimiento. En apenas dos minutos, el hermoso material musical se desvaneció; una concepción, no exenta de interés en cualquier caso.
El concierto concluyó retornando al siglo XVIII, en este caso español, con la vibrante Sinfonía op.12 nº 4 G.506 La casa del diavolo. Fue una magnífica interpretación desde un sutil Andante sostenuto inicial que dio paso a un vibrante Allegro assai en que las secciones de la orquesta crearon un sonido global rico, empastado y lleno de color. El entrañable ¡y sorprendente! Andantino con motto combinó elegancia y sutileza. Finalmente, la sección final con su furioso Allegro con motto al que la obra debe su título hizo las delicias de los asistentes. Se trata de una demoníaca chacona inspirada en la Danza de las furias del Don Juan de Gluck que Groba y la orquesta abordaron con la máxima energía, pero sin caer en el riesgo de hacerlo de forma mecánica o machacona, sino todo lo contrario, explotando al máximo los matices dinámicos y armónicos de la partitura.
Fue una hermosa conclusión que dio paso como propina al Libertango de Piazzola, un tanto extemporáneo en el contexto musical de la noche, aunque no tanto si nos paramos a pensar en cómo su efervescente ostinato lo aproxima al mundo barroco y clásico previamente escuchado. Fue un gran colofón a una muy amena velada musical, que pone el punto de partida a uno de los ejes musicales de la temporada musical coruñesa, y que se suma a la programación de la Sinfónica de Galicia, la Temporada Lírica, el Festival Resis, el ciclo del Museo de Bellas Artes y tantos otros ciclos que hacen honor al calificativo de La Coruña como una ciudad de la música.
Fotos: Pablo Sánchez Quinteiro
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