Santtu-Matias Rouvali y Nicola Benedetti, con la Philarmonia Orchestra en el ciclo de Ibermúsica
La gran personalidad de Nicola Benedetti
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 19-IV-2022, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para violín, op. 61 (Ludwig van Beethoven). Nicola Benedetti, violín. Sinfonía núm. 5, op. 64 (Piotr Illich Tchaikovsky). Philarmonia Orchestra. Director: Santtu-Matias Rouvali.
Después del paréntesis pandémico, regresaba al ciclo Ibermúsica una de las orquestas más habituales del mismo, la Philarmonia Orchestra londinense, magnífica agrupación fundada en 1945 por el ínclito productor de la EMI Walter Legge, en un principio, destinada a las grabaciones de dicho sello discográfico.
A pesar de casi cuatro décadas de escasa presencia en los escenarios, el único concierto para violín compuesto por Beethoven fue restituido en 1844 por el mítico virtuoso Joseph Joachim bajo la dirección de Felix Mendelssohn y se colocó no sólo como uno las obras concertantes imprescindibles de dicho instrumento, también como un modelo para los conciertos para violín románticos que estaban por llegar.
La larga introducción orquestal, insólita para una obra concertante en la época, expuesta de manera mortecina y caída de tensión por Santtu-Matias Rouvali, dio paso al sonido calibrado y de gran calidad del Stradivarius de la escocesa Nicola Benedetti. Registro central cálido aterciopelado, franja aguda brillantísima y luminosa y volumen generoso guiados por una enorme personalidad que se sustenta en un fraseo amplio, elocuente y variado. La originalísima cadenza con acompañamiento de timbal interpretada por la Benedetti, simbolizó a la perfección esa personalidad y carácter singular de la violinista, pues en lugar de la habitual de Fritz Kreisler, ofreció de manera brillante un arreglo propio de la cadenza compuesta por Beethoven para la versión con piano del concierto. A pesar de la poca colaboración del vacuo y destensionado acompañamiento orquestal, la Benedetti completó un magnífico segundo movimiento, en el que imprimió altos vuelos a la melodía y fraseó con pleno lirismo y profusión de detalles, siempre expresiva y con hondo poder de comunicación. El tercer movimiento demostró la combinación de dominio virtuosístico, garra, cárácter y calidad de sonido que garantiza esta magnífica violinista, que ofreció como propina, anunciada por ella misma, «un regalo de Escocia». Un popourri de melodías populares de su tierra arregladas por ella misma e interpretado con ese sonido tan cálido como mórbido combinado con un primoroso tono melancólico y evocador.
Como ya he ido subrayando previamente, desde la extensa introducción orquestal se pudo comprobar la falta de tensión, el gesto artificioso y vacuamente ampuloso que presidió el deshilvanado acompañamiento de Rouvali al frente de una Philarmonia Orchestra que, por supuesto, sonó estupendamente.
El joven director de orquesta finlandés nacido en 1985 ha adquirido un prestigio inmediato y uno se pregunta por qué y quién lo ha encumbrado tan rápidamente, dada la escasa claridad de ideas, limitada técnica y gesto tan rimbombante como amanerado demostrados en el concierto que aquí se reseña. La nada -con el buen sonido que ofrece una orquesta de la categoría de la Philarmonia- fundamentó una anodina, deslavazada y sin rastro de emotividad –pecado gravísimo en Tchaikovsky- quinta sinfonía del genio ruso. Buen sonido sin alma, sin contrastes, sin construcción. El tema del destino de la introducción fue expuesto de forma mecánica, sin rastro alguno de esa atmósfera inquietante y de malos presagios que contiene. Los diálogos de las maderas con la cuerda fueron expuestos sin contrastes ni tensión. En fin, después del sublime solo de trompa, que introduce el segundo capítulo, tampoco apareció el alma de Tchaikovsky en un discurso orquestal dislocado, sin pulso, sin vida. Es difícil imaginar un tercer movimiento más rígido, expuesto de forma más amanerada y sin hilazón alguna. Ni rastro del carácter danzable del fragmento, tributario del género del ballet, que tanto dominó el gran compositor nacido en San Petersburgo. Este pasaje interpretado por Rouvali no serían capaces de bailarlo ni los hipopótamos de Fantasía de Walt Disney. Un último movimiento aparatosamente superficial, carente de verdadera majestuosidad y brillantez, y en el que tampoco apareció ni un ápice del sentido del pathos que contiene esta música, puso punto final a una interpretación vacía e insustancial donde las haya, en la que la batuta de Rouvali fue incapaz de crear ni un solo clímax, ni una sóla atmósfera. Por dar un ejemplo, cuánta diferencia con la estupenda quinta de Tchaikovsky que ofreció en Ibermúsica hace unos años Hannu Lintu al frente de la orquesta de la Radio de Finlandia. Un director sin fondo mediático, ni gestos grandilocuentes, pero que sabe lo que quiere y le avala una seria trayectoria.
Que el Sr. Santtu-Matias Rouvali suceda a Karajan, Klemperer, Muti, Dohnányi y Salonen en la titularidad de una orquesta de esta categoría es algo que me tendrán que explicar profunda y detalladamente.
La intervención de Clara Sánchez previa al comienzo del concierto, en la que subrayó la necesidad de apagar o silenciar los teléfonos móviles, parece que dio resultados, toda vez que apenas se escucharon uno o dos, a diferencia de lo que venía sucediendo en los últimos conciertos.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
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