Por Albert Ferrer Flamarich
Sabadell. 25-IV-2018. Teatro de La Farándula de Sabadell. 25 de abril de 2018. Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell. Mascagni: Cavalleria rusticana. Eugenia Montenegro (Santuzza), Enrique Ferrer (Turiddu), Maria Luisa Corbacho (Mamma Lucia), Toni Marsol (Alfio), Mariya Melnychyn (Lola). Leoncavallo: Pagliacci. Enrique Ferrer (Canio), Montserrat Martí (Nedda), Toni Marsol (Tonio), Joan García Gomà (Silvio), César Cortés (Beppe). Coro AAOS. Sinfonica del Vallés. Santiago Serrate, director musical. Miquel Gorriz, director de escena.
La Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell cierra la temporada con dos títulos emblemáticos, habitualmente aparejados, de duración breve y fundacionales del periodo verista. Un hecho que, sumado al horario europeo de levantar el telón este curso (20h) favoreció una alta asistencia y facilitó el regreso de espectadores barceloneses el día del estreno.
Recordado de la década anterior, el montaje de Pau Monterde y Miquel Gorriz satisface por su carácter llano, expeditivo y la buena dirección escénica. Particularmente, en los cantantes. Enriquecido en apartados como la movilidad del coro y la interacción casi constante de sus miembros, consigue momentos de estampa fotográfica. (Cavalleria) y de organicidad y sinergia (Pagliacci) plásticamente sugerentes. Cada cuadro tiene una configuración bien definida, reforzado por la iluminación de Nani Valls con recursos clásicos como la oscuridad por el aria de Canio “Ridi plagaccio” o la creación de ambientes calurosos. Con mayor atrezzo en el segundo título, el uso de un solo decorado de dimensiones imponentes rompe la frontalidad y parece sugerir que ambas tragedias suceden en el mismo pueblo en décadas diferentes: Caballeria rusticana a finales del siglo XIX y Pagliacci en los años sesenta del siglo XX. En este sentido el vestuario y el mimo en el intermedio de la segunda ópera enfatizaban el crédito que el baile “ye-ye” del coro “Din-Don” sacudía -a pesar de la plausible coherencia de la época-. Por su parte el coro de la entidad reafirma la progresión señalada desde hace tiempo. La consolidación de jóvenes voces surgidas de diferentes conservatorios y el largo vinculo de Gil de Tejada como preparador son la clave. Exceptuando, los agudos de los tenores, hay que felicitar la potencia, la afinación y la cohesión.
Entre los diversos artistas que regresaron a la Farándula estuvo Santiago Serrate. Éste fue el cuarto título que el director sabadellense ofreció con la AAOS. Las intenciones de obtener un sonido depurado en texturas, con ideas en el fraseo y relieves en diversos parámetros existieron. No obstante, los resultados distaron mucho de la intensidad necesaria. La plegaria y el dúo entre Santuzza y Turiddu en Cavallería rusticana fueron los más evidentes. En parte por unos tiempos sorprendentemente lentos que obligaban a un fraseo amplio en la búsqueda de una tensión acumulativa y una incandescencia no logradas. Otro ejemplo de los ambivalentes resultados: la afinación bastante perceptible de los violoncelos ante el reforzado latido de los contrabajos y la timbal en el desafío entre los dos machos rústicos. Hay alguna cuestión de entendimiento que se debe pulir entre músicos y director.
Eugenia Montenegro defendió la vocalidad de Santuzza desde el lirismo, con resultados plausibles y puliendo la colocación y la articulación de algunas notas. Sin convertirla en una desesperada, leía bien la soledad del personaje a medio camino de la indefinición y el miedo latente, de quien se dirige a su amado con una dulzura y una ternura tenuemente maternales. Como en el enfoque canoro, optó por un personaje modelado y atemperado que confía en el amor. Un punto de despecho e irascibilidad vengativa en la confesión a Alfio hubieran redondeado la escena. Enrique Ferrer ha pulido la línea de canto de determinados excesos tópicamente veristas y de apasionamiento (golpes de glotis, canto abierto), a pesar de mantener una emisión que aún se percibía excesivamente cubierta, fijada. Más cómodo en la tesitura de Canio que en Turiddu, el tenor madrileño se ha afirmado como la mejor opción en papeles de tenor lírico y lírico-spinto, bien defendido y recompensado con aplausos como en la popular aria de Pagliacci fraseada desde el desencanto interno y sin los aspavientos tradicionales.
Toni Marsol también cumplió vocalmente a la vez que captaba el primitivismo de Alfio tanto en la faceta extrovertida y “escamillesca” como en la vengativa. El timbre no tiene la nobleza ni el lirismo de otros cantantes de su cuerda, pero sabe sacarle el rendimiento necesario para hacerlo expresivo sin que acuse problemas de tesitura o colocación. Definió a Tonio magníficamente en la perfidia y la maquinación gracias a recursos escénicamente sutiles, de gran actor, al margen que, por maquillaje y gestos puntuales, recuerde sin abusar al antológico Jóker de Heath Ledger. Montserrat Martí completaba el reparto de la ópera de Leoncavallo. Con un marcado vibrato streto, un fraseo correcto con notas sostenidas y filamentos a la búsqueda de colores en una construcción del personaje bastante fría y calculadora. La acartonada química con el Silvio del sabadellense Joan García Gomà lo corroboraba. Por último, correctos escénica y vocalmente Mali Corbacho (Mama Lucia), Mariya Melnychyn (Lola), Joan García Gomà (Silvio), de volumen sonoro aunque de timbre levemente fatigado, y César Cortés (Beppe) con una canción de Arlecchino bastante bien fraseada.
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