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CRÍTICA: SALONEN CONVENCIÓ AL AUDITORIO NACIONAL CON LA PHILHARMONIA ORCHESTRA. Por Germán García Tomás

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Autor: Germán García Tomás
25 de mayo de 2013
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Foto: Katja Tähjä
VENI, VIDI, VICI

Madrid. 19/05/2013. Auditorio Nacional de Música (Sala Sinfónica). Ciclo Ibermúsica. Philarmonia Orchestra, Esa-Pekka Salonen, director. Obras de Lutoslawski, Beethoven y Stravinsky.

      Originario del país nórdico donde Jean Sibelius se convirtió en una de las principales figuras nacionales, el director Esa-Pekka Salonen recaló en la capital española tras dos años sin pisarla, con motivo de su gira europea al frente de la orquesta de la que desde 2008 es titular y consejero artístico, la Philarmonia Orchestra. La tradición ha impuesto a la histórica formación londinense, paradigma de calidad y prestigio interpretativos, su genuino y brillantísimo sonido, a través de la labor directiva de grandes maestros como Lorin Maazel o Kurt Masur.
      El director finés, también compositor, se erige como uno de los grandes defensores de la vanguardia musical, habiendo elegido para abrir este concierto del ciclo de Ibermúsica una partitura de quien fuera su maestro y mentor, el músico polaco Witold Lutoslawski, en conmemoración del centenario de su nacimiento el presente año: Música fúnebre (estrenada en Katowice en 1958), para orquesta de cuerda. El polaco dedicó esta interesante pieza de su novedosa estética compositiva de los años cincuenta "a la memoria de Béla Bartók", cuando se cumplía el décimo aniversario de la muerte del compositor rumano (1955). Esta enigmática e inquietante composición de cromatismos bartokianos se abre y cierra en pianissimo a cargo de los chelos solistas. En su desarrollo de carácter serial, pero como aseguró el músico polaco, no estrictamente dodecafónico, la música evoluciona en tensión progresiva, como si surgiera de las entrañas más profundas de la tierra, ganando intensidad hasta llegar a un clímax siniestro ("Apogeo") donde la cuerda (la plantilla empleada oscila entre 50 o 60 arcos) es sometida al límite de su registro agudo, con determinado uso de clústers. En el acercamiento a la partitura de su maestro, Salonen, muy seguro de sí, adoptó una pose señorial empuñando la batuta, de manera firme y contundente, acumulando y liberando la tensión de la obra por medio de movimientos ascendentes y descendentes que alargaba en ocasiones hasta por detrás de la espalda, en amagos de arrebatamiento, haciendo surgir de los instrumentistas de cuerda una pureza de timbre realmente hipnótica.
   Muy probablemente, pues así lo fue, el aficionado que acudió a este concierto recordará una memorable lectura de la Séptima de Beethoven, aquella a la que en su día apodara Richard Wagner como "apoteosis de la danza". Un trepidante componente rítmico y unas dinámicas sabiamente llevadas, además de un soberbio discurso en legato, marcaron la modélica lectura de Salonen, el cual delineaba con sus dedos la encantadora y feliz senda que recorre la música, con la excepción de un Allegretto que poseyó el nivel adecuado de profundidad y melancolía.
      La segunda parte tuvo como protagonista a una grandiosa y nada indiferente obra que los Ballets Rusos de Diaghilev estrenaban el mismo año que nacía Lutoslawski: el iconoclasta ballet y siempre impactante por su exasperante primitivismo La consagración de la primavera de Stravinsky. Con la imaginación, el espectador de 2013 podría perfectamente haberse retrotraído a la noche del 29 de mayo de 1913 en el Teatro de los Campos Elíseos parisino, cuando un público extasiado y escandalizado al mismo tiempo, presenciaba una coreografía de Nijinsky con el sustento musical de una expresionista música de ballet plagada de secos y estridentes acordes que representaba los instintos más ancestrales y salvajes del ser humano. El pulso frenético y el arrebato viril de la brutal y provocadora música de Stravinsky a través de Salonen y su orquesta se abrían paso ante los ojos de los espectadores del siglo XXI de manera electrizante. Nada resultó más abrumador que la carga explosiva que detonaron la sección de metales y percusión de la Philarmonia Orchestra en la orgiástica danza final de la obra, perteneciente a la segunda parte: El sacrificio. Con su nueva visita a Madrid de la mano de Ibermúsica, Esa-Pekka Salonen llegó, vio y (con)venció.
 
Foto: Katja Tähjä 
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