Crítica del concierto de Saleem Ashkar y Ariane Matiakh con la Orquesta de Valencia
Inagotable y emocionante inventiva
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 17-XI-2023, Palau de la Música. Saleem Ashkar, piano. Orquesta de Valencia. Directora: Ariane Matiakh. Obras de C. Koechlin, F. Mendelssohn y A. Roussel.
Vers la voûte étoilée (Hacia la bóveda estrellada), un nocturno expresionista para orquesta, fue la pieza encargada de abrir el concierto que ofreció la Orquesta de Valencia el pasado viernes. Su compositor, Charles Louis Eugène Koechlin, maestro desconcertantemente olvidado de la música del siglo XX, fue un compositor con una voz única, y que a pesar de absorber las diversas influencias de su tiempo, siguió su propio rumbo. La tonalidad y la armonía de la pieza la marcan inequívocamente como una obra de la escuela francesa, en la que se pudieron apreciar las influencias de Ravel y Debussy. Vers la Voûte étoilée resultó atractiva por sus bonitos colores impresionistas, pero este suave nocturno es demasiado corto para algo más que su único efecto crescendo. La Orquesta de Valencia, bajo la dirección de Ariane Matiakh, ofreció una actuación respetable, pero que tardó en encenderse y, a menudo, pareció languidecer en la enmarañada red de la polifonía desenfocada y la orquestación vaporosa del compositor francés. Si bien la calidad del sonido fue decente, también fue confusa en varios lugares. A pesar de ello, hubo momentos hermosos, como cuando la música se aceleró con emoción antes de finalmente sumergirse y hundirse en un éxtasis nocturno y contemplativo (hermoso ejemplo de las dotes de Koechlin…). La directora francesa dirigió con imaginación y control.
Con Saleem Ashkar en el escenario y una Orquesta de Valencia reducida, se abrió paso la interpretación del Concierto para piano y orquesta nº1 en sol menor, op.25 de Félix Mendelssohn. Con demasiada frecuencia todavía se le tacha de desalmado, ligero y meramente pirotécnico, pero, en cualquier caso, la supuesta «llamatividad» del estilo de Mendelssohn es apasionante por derecho propio. Sí, tanto los movimientos de apertura como de cierre del juvenil primer concierto para piano requieren una prestidigitación excepcionalmente fluida y hábil por parte del pianista. Los tempos de los movimientos externos fueron bastante rápidos y la música se mantuvo ligera y aireada. En medio, un Andante maravillosamente conmovedor -al fin-, cuya profundidad se vio realzada por el acompañamiento orquestal, que se expresó principalmente en las cuerdas de registro más bajo y por la mano izquierda insistente y sombría de Ashkar, que actuó como contrapunto y fundamentó la ligereza de los trinos líricos. Cabe destacar que la reducción de la orquesta permitió, sin duda, percibir la imaginativa y perfectamente perfilada escritura para los instrumentos de viento. Se esperaba que Mendelssohn fuera mágico y encantador, pero no fue hasta la llegada de este lento movimiento que cumplió la promesa. Aunque, mientras las líneas brillantes y las filigranas centelleantes de los movimientos extremos cayeron sin esfuerzo de las manos pluscuamperfectas del solista, se echó en falta una pizca de dinamismo y de barrido apasionado, hecho que se vio compensado con la interpretación del Nocturno en si bemol menor, op. 9 nº 1 de Chopin. Fue aquí donde Ashkar demostró un maravilloso sentido de la fantasía.
Sería difícil y probablemente inútil describir cuán intenso e irresistible es el impulso rítmico de Albert Roussel. A pesar de toda su sutileza orquestal, sigue siendo un escritor magnéticamente propulsor, y obras como Bacchus et Ariane, op.43 -la encargada de cerrar la noche- muestran cuán abrasador puede llegar a ser. Sin duda, fue la mejor interpretación del programa. En ella, Matiakh enfatizó la naturaleza rítmica subyacente de la música, recordándonos que no todas las partituras francesas de la época tratan únicamente de colores impresionistas. De tema clásico, Baco cuenta la historia de la victoria de Teseo sobre el Minotauro gracias al hilo de Ariadna. Gran parte de Baco (suite 1) fue atronadora y rítmicamente enfática, como corresponde a una celebración que va pisando fuerte, o traviesamente descarada y quizás un poco desalmada. No es que se pueda decir lo mismo del sueño encantado y tierno que inició la segunda suite. La música estruendosa recordó a Auric y Satie. A la interpretación no le faltó nada en cuanto a impacto y, aunque no se logró la transparencia absoluta, la calidad fue sólida y las texturas más finas se entrelazaron adecuadamente a las fanfarrias metálicas. Lo más impresionante fue ver cómo los músicos respondieron con una interpretación casi ferviente y apasionada mientras Matiakh los conducía a una conclusión emocionante. Las dos suites supusieron para la orquesta una oportunidad concisa y caleidoscópica para captar algo del genio de Roussel. Su música, atmosférica pero rítmicamente viva, colorida pero compleja, ricamente compuesta pero aireada y clara, es inagotablemente inventiva y emocionante. La Orquesta de Valencia le hizo justicia, quedando cerca de alcanzar su máximo potencial.
Fotos: Live Music Valencia
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