El día que Sabina Puértolas debutó en la Royal Opera House de Londres, a pocos metros se ponía en escena Charlie y la fábrica de chocolate, uno de los musicales de producción más impresionante y mejor realizada de los que nunca se hayan escrito, pero de cuya música no puedo -aunque quiera- acordarme. Estaba en el teatro Federico Trillo, antiguo ministro de Defensa, no sabemos si por verdadera afición a la ópera o, simplemente, por acudir al Covent Garden en una agradable tarde de verano. Porque agradable sí era, para ser Londres, la del día 5 de julio de 2013 en que una de nuestras más destacadas sopranos vivió uno de los momentos más importantes de su trayectoria profesional. Gente y más gente en las terrazas y pubs de la zona, aficionados de toda Europa con ganas de acceder a uno de los más importantes teatros líricos del mundo, y forofos y forofas -que ahora también hay quien habla así, para desgracia de la inteligencia- de la gran Angela Gheorghiu, cantante excepcional y diva del momento, caprichosa para algunos, diosa del Olimpo para quienes le aplauden a rabiar aunque se luzca más que una modelo de pasarela sobre la escena.
La producción acompañó con acierto a una Golondrina que se deja oír a gustísimo, aunque nunca se la haya considerado, con razón, a la altura de La bohème o Tosca. La Rondine de Puccini es, para algunos, una ópera a un aria pegada, la titulada "Quil bel sogno di Doretta", un precioso suspiro regado con un ciclo de quintas tan hermoso y difícil de cantar bien que sólo podría venir de la pluma de Puccini. No es así, se trata de una ópera encantadoramente bella y delicada, de las que apetece oír cada cierto tiempo. Gheorghiu, que ya no estaba acompañada de Roberto Alagna en escena ni fuera de ella -aunque las fotos de la producción se empeñen en recordarlo - alargó las frases todo lo que quiso y más para lucir su gran capacidad para emitir agudo, piano y bello, una cualidad que la sitúa entre las más grandes del mundo, pero que también deja que desear para quienes preferimos olvidarnos de Angela Gheorghiu y ver en escena a Magda de Civry.
Dirigió Marco Armiliato, director de orquesta correctísimo y demasiado comprensivo con los gustos de la artista. Armiliato es un buen director al que le falta pasión y carácter, nada más. Pero a nosotros quien más nos interesaba -para eso fuimos al teatro- era Sabina Puértolas, una soprano cuyas virtudes ya conocíamos de otras producciones. Puértolas estuvo verdaderamente espléndida como Lisette, un papel que planteó magistralmente, con una desenvoltura escénica y vocal que la convirtieron en uno de los principales puntos de interés sobre el escenario. Y no era algo fácil de conseguir. A su lado estaban cantantes como Pietro Spagnoli o la propia Gheorghiu "¿Pero quién es esa soprano?". "Es española". En el descanso no se hablaba de otra cosa; de su frescura escénica, de su seriedad ante lo cómico, de su talento interpretativo y de su saber estar ante una situación tan comprometida. Cuando, hablando con gente del mundillo sale a relucir su nombre, se pone al lado del apellido de los verdaderos artistas, de los que marcan la diferencia, de los cantantes instinto puro, a los que no es necesario dirigir excesivamente. Y allí estaba ella al final de la función, acompañada de una soprano descalza y divina y un tenor correcto, recibiendo los más puros aplausos de una noche de gala en la que brilló con luz propia y respondió con una sonrisa y un encantador "gracias" en español a los aplausos del público. Verdaderamente "deliciosa", como en La Rondine.
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