Rudolf Buchbinder lleva su Proyecto Diabelli a las Jornadas de Piano Luis G. Iberni del Auditorio de Oviedo. «La versión de Buchbinder es, probablemente, una de las mayores referencias actuales en una obra que desde siempre ha sido patrimonio de los grandes pianistas beethovenianos».
El proyecto Diabelli llega a Oviedo
Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 2-XI-2021. Auditorio Príncipe Felipe. Rudolf Buchbinder, piano. Obras de Diabelli, Auerbach, Dean, Hosokawa, Jost, Lubman, Manoury, Richter, Shchedrin, Staud, Dun, Widmann, Hummel, Kalbrenner, Kreutzer, Liszt, Moscheles, Mozart, Schubert, Czerny y Beethoven.
Probablemente, cuando el editor Anton Diabelli encargó en 1819 a 50 compositores de desigual talento, pertenecientes al entorno austro- húngaro, la composición de una variación sobre un vals de propia creación no pudo haberse imaginado que 200 años más tarde su idea mantendría plena actualidad merced a los desvelos de un pianista- austríaco, a su vez- cuyo destino artístico ha estado ligado a la música de Beethoven y quizás de manera especial a esa obra ciclópea -33 variaciones sobre un vals de Diabelli op.120- desde los comienzos de su carrera, cuando su maestro Bruno Seidlhofer -profesor de pianistas míticos como Fiedrich Gulda, Arnaldo Cohen, Martha Argerich o el en estos momentos tan llorado Nelson Freire- le regaló la partitura de esta obra intemporal de la que nunca se ha separado, que ha grabado varias veces y tocado muchas más, ganándose el cariñoso apodo entre sus colegas de Monsieur Diabelli. Rudolf Buchbinder, en su Diabelli Project, ha rescatado del olvido una pequeña selección de estas variaciones a la que ha añadido además 11 más compuestas por un igual número de compositores contemporáneos, culminando por supuesto con la interpretación de las variaciones beethovenianas y cerrando así un círculo de inusitado interés cultural que bien podría completarse con las sorprendentes 33 variaciones que sobre este mismo vals realizó el pianista y compositor alemán Franz Hummel en el año 2007 y que la pianista argentina Carmen Piazzini grabó para Neos en 2009.
Comenzó el recital con la lectura- meticulosa, precisa e inspirada- de las nuevas variaciones contemporáneas. En general se trata de piezas de considerable extensión y elaboración compleja que trasciende claramente del modelo de Diabelli y de las variaciones primitivas y parecen situar su punto de partida en las elucubraciones beethovenianas. Lera Auerbach presenta con su Diabellical Waltz una pieza oscura y sombría, de tensión casi opresiva, construida sobre un insistente bajo pedal que a, modo de campana, se escucha desde los registros más profundos del teclado y sobre el que se elabora una deconstrucción del modelo propuesto. Brett Dean en su Variation for Rudi ofrece una toccata en forma de ostinato obsesivo interrumpido por intermitentes incursiones de carácter coral y contemplativo en los registros más límpidos. Toshio Hosokawa parece buscar en su Verlust una reconstrucción improbable tras una deconstrucción definitiva, estableciendo un supuesto vínculo con Beethoven a través de recuerdos de ornamentaciones perdidas y obsesivos trinos en terceras. Christian Jost propone una de las variaciones más transparentes en su Rock it, Rudi. Puro ritmo sobre el que se va desgranado el vals en toda su extensión. Brad Lubman plantea con su Variation for R.B. una interesante pieza en la que la tensión contenida parece explotar en ráfagas de veloces acordes divergentes. En su Zwei Jahrhunder später, Philippe Manoury parece intentar definir por medio de la repetición percusiva una evolución de dos siglos. Max Richter recurre al minimalismo a través del diatonismo de lentas escalas divergentes sobre bajos pedales prolongados. Rodion Shchedrin rompe el estatismo general, planteando estructuras de motu perpetuo en staccato, interrumpidas por respuestas imitativas de la segunda célula del vals modelo y culminando con un largo trino que se extingue gradualmente. Johannes Maria Staud en A propos de Diabelli se concentra sobre el diseño ornamental de inicio del vals propuesto, en una de las variaciones de mayor movilidad que recorre toda la tesitura del teclado. Tan Dun ofrece con su Blue Orchid una estática improvisación centrada en el encabezamiento del vals, creando un clima de cierto exotismo en su visión introspectiva. Jörg Widmann culmina el ciclo con su Diabelli-Variation, en la que recupera el impulso humorístico y la sátira- preparando así la continuación beethoveniana- en una deliberadamente desordenada digresión por diferentes estilos, incluido el Jazz, para establecer un hilo conductor entre Diabelli y Johann Strauss. Fueron un total de 40 minutos de música tan nueva como familiar, admirablemente interpretada por Buchbinder a partir de un virtuosismo elegante y fina agudeza intelectual que se pudo apreciar incluso en la ordenación de las diferentes propuestas.
La primera parte del largo recital se cerró con una selección de 8 variaciones entresacadas de las 50 que componen el Vaterländischer Künstlerverein de 1824. Lúcida selección, ya que probablemente la forman los mejores compositores entre los participantes y, tras leer las 50 variaciones, cabe preguntarse si no hubiera sido mejor que cada uno de los claramente destacados hubiera compuesto varias en lugar de una sola. En general, se trata de piezas muy breves y poco ambiciosas que apenas abandonan el tema propuesto- incluso en tonalidad- para utilizar los modelos del más genuino estilo pianístico biedermeier, bien conocidos por su eficacia por parte de unos compositores que en su mayoría provienen del ámbito de la pedagogía. Johann Nepomuk Hummel propone un bonito estudio de legato a un tempo moderado que- manteniendo la estructura valsística del tema- despliega un entramado de corcheas en la mano derecha sobre un tenuto cambiante en los dedos inferiores que plantea considerables e interesantes problemas de independencia digital. Fréderic Kalkbrenner centra la primera parte de su variación en el desarrollo imitativo de la primera célula del modelo de Diabelli para ofrecer en la segunda sección una visión más virtuosística, en forma de veloces escalas en las que ambas manos se alternan para concluir en un brillante final. El pianista y operista Conradin Kreutzer presenta también una variación brillante en la que veloces tresillos tejen diversas estructuras de arpegios quebrados, en una escritura de genuino manual pianístico de la época. Todavía un niño de 11 años en ese momento, Franz Liszt propone un nuevo estudio, muy en la línea de su maestro Karl Czerny, en el que, mostrando ya una personalidad más relevante que la mayoría de los compositores de la colección, cambia la tonalidad al modo menor y el compás a 2/4, consiguiendo un poderoso efecto dramático a través de cascadas de arpegios encadenados tejidos a partir de las armonías fundamentales del modelo propuesto y de contrastes dinámicos muy marcados. Ignaz Moscheles opta por el retorno al vals en una de las variaciones más literales que aporta, sin embargo, una nota de distinción y refinamiento a la propuesta inicial.
El hijo menor de Mozart, Franz Xaver Wolfgang, ofrece un nuevo estudio, cuyo intenso perfil escolástico no oculta algunos interesantes efectos rítmicos obtenidos a través de puntuales cambios articulatorios. Como era de suponer, Franz Schubert marca la diferencia con un enigmático vals en la tonalidad menor, de delicadeza sublime, lirismo refinado e impregnado de melancolía. Una miniatura que se podría repetir eternamente sin llegar a agotar sus posibilidades. Carl Czerny, el discípulo de Beethoven y gran pedagogo- que ya había hecho su aportación con un vals brillante en la cuarta variación- es el encargado de cerrar el ciclo con una coda fastuosa en la que asume, con un mayor desarrollo, las propuestas pianísticas de la variación de Hummel, sorprendiendo con un breve fugato y presentando una escritura instrumental bastante alejada de su estilo habitual para incluir texturas pre-schumanianas. Como era de esperar en un consumado especialista en el piano del clasicismo, la interpretación de Buchbinder resultó modélica en equilibrio y perfección.
La segunda parte del concierto estuvo dedicada en su integridad a las 33 variaciones op.120 que, sobre el tan citado vals de Diabelli, Beethoven elabora a lo largo de casi cuatro años, con interrupciones y aportaciones diversas, en coincidencia temporal con la gestación de la Novena sinfonía y habiendo dado por concluido su ciclo sonatístico. Un tema que el propio Beethoven desprecia en un principio, tachándolo de «parche temático» se convierte en elemento generador de una de las estructuras musicales más colosales de la historia y en el conjunto de variaciones más importante, al lado de las Goldberg bachianas. Estamos, en todo caso, ante un auténtico testamento pianístico que resume no sólo la sabiduría instrumental y compositiva de su autor sino también gran parte del legado de su lenguaje.
La alegría y el optimismo conviven con la sátira, la mordacidad y la parodia de la misma forma que la excitación va dando paso gradualmente al recogimiento y a una introspección que en la sección final- donde la variación 31 constituye el momento álgido en cuanto a expresión y belleza, en lo que pudiera verse como simbiosis entre homenaje a Bach y visión profética del nocturno chopiniano- alcanza niveles de éxtasis solo vistos en la arietta con variazzioni que cierra su última sonata y que supone un adiós emocionado y pleno de aceptación.
La versión de Buchbinder es, probablemente, una de las mayores referencias actuales en una obra que desde siempre ha sido patrimonio de los grandes pianistas beethovenianos. Control exhaustivo, gran perfección técnica, poderío físico, frescura y lógica expositiva implacable se convierten en pilares de una versión muy vienesa y objetiva, de gran contundencia rítmica, tempi muy veloces y profusa pedalización. Toda una lección magistral de estilo y calidad pianística que hicieron fácil y asequible la asimilación de un programa que se suponía duro.
Foto: Web Deutsche Grammophon
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