Por Alejandro Martínez
16/10/2014 Bolonia: Teatro Comunale. Rossini: Guillaume Tell. Carlos Álvarez, Michael Spyres, Yolanda Auyanet, Simon Orfila, Luca Tittoto y otros. Michele Mariotti, dir. musical. Graham Vick, dir. de escena.
Bolonia es un lugar de interesantes confluencias. Allí falleció no hace mucho el gran Claudio Abbado, quien precisamente en las fábricas de esta región italiana había ofrecido conciertos en la década de los setenta, en el momento de su más expuesta militancia. Allí también consagró su andadura Riccardo Chailly, director musical del Comunale entre 1986 y 1993. Pero Boloña, no en vano conocida como “la ciudad roja”, fue asimismo núcleo duro del comunismo italiano tras la Segunda Guerra Mundial, en la que la resistencia partisana contra el fascismo asentó su lucha precisamente en esta ciudad. Como tal bastión destacado, es legendaria la fuerza de su movimiento sindical, tan pegado a ese informe desarrollismo industrial que inundó las regiones centrales de Italia a mediados del pasado siglo XX. La Fundación Gramsci tiene su sede asimismo en Bolonia, que es pues capital tan musical como política, y tierra singularmente sembrada para albergar una producción de un título tan lleno de belcanto como de ideología como el Guillermo Tell de Rossini, que no es otra cosa que un canto glorioso y exultante a la libertad. Así las cosas, comprenderán el impacto de ver a Mariotti, con ese gesto tan cuajado de resonancias de Abbado, aunque con algún influjo de Muti en los ademanes más secos y contundentes, empuñando precisamente la batuta ante un telón en rojo y blanco, con un gigantesco puño en alto perfilado en su centro, como presidiendo la sala. Una suma de resonancias digna de tenerse en consideración.
Al margen de esta introducción contextual, lo más interesante de la representación fue sin duda la dirección de Michele Mariotti, de una convicción y madurez que para sí quisieran otros maestros con muchos más años de trayectoria a sus espaldas. El joven director nacido en Pesaro en 1979 y recientemente nombrado titular del Comunale de Bologna, planteo una dirección francamente inspirada en tiempos y dinámicas, sacando notable partido a una orquesta y a un coro que sin duda rinden y lucen mucho más bajo su estímulo. Estamos ante un concertador nato, con dosis altas de musicalidad, capaz de generar un sonido que no decae, vibrante, teatral y perfectamente acompasado a cuanto acontece en el escenario. Conviene seguir muy de cerca la pista de Mariotti porque no va a tardar en consagrarse como una batuta de referencia para determinado repertorio. Se ofreció en esta ocasión la versión francesa de la partitura rossiniana, sin apenas cortes y con el ballet íntegro.
Siempre es motivo de alegría volver a escuchar al malagueño Carlos Álvarez cantando con solvencia y soltura, tras los duros momentos que su carrera hubo de atravesar no hace tanto. Es evidente que la voz ha perdido punta y esmalte; aun con todo, el color permanece reconocible y la sensación de estar ante una voz protagonista y singular no ha perdido vigencia. Rossini es un mundo por lo general ajeno a su repertorio, pero tampoco es la parte protagonista de Guillermo Tell un papel rossiniano al uso. Quizá cabría pedir a su emisión una mayor capacidad para plegarse a las demandas de ligereza y lirismo que hay en esta partitura, pero en general Álvarez compuso un Tell muy creíble, más teatral que belcantista, si ustedes quieren, pero de implicación indudable y lograda convicción, con esa habitual mezcla de bravura y nobleza que cabe reconocer en su canto.
Yolanda Auyanet es una soprano de tal solvencia que merecería un renombre mucho mayor del que goza hoy en día. Su actuación como Mathilde fue simplemente intachable. Voz amplia, luminosa, bien timbrada, homogénea, de impecable resolución técnica y plena comprensión del estilo, no cabe reprochar absolutamente nada a su trabajo en esta producción. Espléndida en el canto spianato, solvente en el sobreagudo, capaz de alternar el canto legato y el canto ágil sin obstáculo, fue sin duda la más completa y lograda intérprete de todo el reparto.
Nos habíamos referido anteriormente en estas páginas al rendimiento del tenor Michael Spyres, al hilo de su participación en Les contes d´Hoffmann en el Liceo hace un par de años. Nuestra valoración entonces fue ciertamente negativa. Su actuación en Boloña nos ha permitid matizar un tanto esas impresiones. El material tiene cierto interés y sobre todo parece que hay un repertorio, el rossiniano, al que se pliega con mucha mayor idoneidad. Salvo todas la distancias que ustedes quieran, la voz recuerda, por color y calidad tímbrica, al sonido de Gedda. No estamos ante una voz grande, aunque el centro se proyecta con gran soltura. La voz pierde cuerpo y volumen arriba, donde adelgaza y clarea el sonido, que a menudo pierde presencia en los concertantes. Spyres canta con una línea convincente, limpia, en un impecable francés, alternando el lirismo con el arrojo. No estamos ante un Arnold memorable, pero cabe aplaudir la solvencia general con la que resuelve la parte, por más que llegase fatigado y tenso a la esperada cabaletta que corona el “Asil héréditaire”. Sigue estando muy alto el listón que Gregory Kunde puso para dar voz a esta partitura rossiniana.
Del extenso equipo de comprimarios cabe destacar el estupendo material de la joven soprano Mariangela Sicilia, en la parte de Gemmy, y las tablas y buen material de la más veterana Enkeleida Shkoza. Nos habían llegado espléndidas referencias del bajo Luca Tittotto, aquí en la parte de Gessler, y que no logró convencernos, por evidente que fuera su lograda labor actoral. Muy solvente también encontramos el breve desempeño de Simone Alberghini como Melcthal. El tercer español del reparto, Simon Orfila, se encargaba de la parte de Walter Furst: el canto es honesto, las intenciones francas, pero nunca hemos comulgado con esa emisión tan suya.
La producción de Graham Vick, ya vista en Pesaro en 2013, con Flórez, no entusiasma a rasgos generales. La escenografía única, tan poco estimulante, y la iluminación tan poco elaborada, no contribuyen a resaltar lo más logrado de su trabajo, que es la dirección de actores. Respira inspiración ideológica y ambición intelectual, al trasladar la lucha contra el opresor extranjero a las coordenadas de la batalla ideológica por el comunismo en la vieja Europa, pero todo queda en una general errancia al fin y al cabo, habida cuenta de la indefinición general de todo cuanto se da suma en su propuesta, confusa a la par que sugerente. Muy bien resuelto, eso sí, el momento consabido con la manzana. Como apuntábamos, sin duda la escenografía única, tan arida y poco inspirada, firmada por Paul Brown (mucho más atinado con el vestuario) y concebida en origen para el Adriatic Arena de Pesaro, lastra un tanto el devenir de la acción, que sólo gana enteros gracias a la esmerada dirección de actores de Vick. Mención aparte, y bien elogiosa, cabe hacer constar para las espléndidas coreografías que Ron Howell ha diseñado para los ballets. Magníficas. Nos recordaron por momentos al Salò de Pasolini, pero revisitado con ingenio y frescura.
Fotos: Rocco Casaluci
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