Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Metropolitan Opera House. 15-III-2017. Romeo y Julieta (Charles Goudnod/ Jules Barbier y Michel Carré, basada en la obra de William Shakespeare). Stephen Costello (Romeo), Pretty Yende (Julieta), Matthew Rose (Fray Lorenzo), Paula Murrihy (Stefano), Yunpeng Wang (Mercurio), Gertrudis (Margaret Lattimore), Sean Panikkar (Tebaldo), David Crawford (Conde Paris), Philip Horstt (Conde Capuleto). Dirección Musical: Emmanuel Villaume. Dirección de escena: Bartlett Sher.
El 31 de diciembre de 2016, subió a la escena del Metropolitan el cuarto estreno de la temporada, Romeo y Julieta de Charles Gounod. Con Gala de Nochevieja incluida, la producción de Bartlett Sher procedente del Festival de Salzburgo de 2008 y que se ha visto también en La Scala de Milan y en la Lyric Opera de Chicago, se publicitó como el reencuentro entre Vittorio Grigolo y Diana Damrau, tras su éxito en la Manon de Jules Massenet hace un par de temporadas. El MET debía tener muy claro que iba a ser un éxito ya que tras la función de Nochevieja, programó nada menos que otras ocho funciones en el mes de enero, a las que se han sumado otras cinco funciones ahora en marzo con el elenco cambiado de arriba abajo. Las críticas del estreno fueron muy positivas sobre todo para la pareja protagonista, pero el que suscribe ha preferido asistir a este segundo ciclo de representaciones, para tener ocasión de ver a la excelente soprano sudafricana Pretty Yende, en el que creo es su debut en el papel. El precio a pagar ha sido la presencia del tenor americano Stephen Costello como Romeo, lo que ha supuesto que la función haya estado claramente descompensada ya que en una obra como ésta, la importancia del dúo protagonista como tal es tan importante o más que sus personajes individuales.
La producción del director teatral californiano Bartlett Sher, es ya su séptima aparición en el coliseo neoyorquino. Sustituye a la firmada por el controvertido director belga Guy Joosten -en lo que ha sido su única aparición aquí- que fue estrenada en 2005 y repuesta en 2007 y 2011, y que ha contado con intérpretes como Ramón Vargas o Roberto Alagna entre los tenores y Anna Netrebko o Natalie Dessay entre las sopranos.
La propuesta escénica del Sr. Sher es completamente tradicional. El veterano escenógrafo Michael Yeargan –de quién algún aficionado puede recordar los decorados para La forza del destino de Elijah Moshinsky en el Teatro de la Zarzuela en 1993 o la Luisa Miller de Francesca Zambello en el Teatro Real en 2005– construye una enorme plaza veronesa con una columna cilíndrica (que no sujeta nada) en el centro de la misma y dos palacios de tres alturas, uno a la izquierda y otro que completa todo el fondo y el lateral derecho. En el centro, sobre una plataforma que se cubre con una enorme sábana blanca, se sitúa la planta de la iglesia. En el acto final, desciende del techo la enorme puerta de la iglesia. Catherine Zuber se encarga del precioso vestuario típico del S. XIX, y la acción se desarrolla en ese espacio.
El Sr. Sher huye del “libro de instrucciones” y todo ocurre, salvo algún efecto para la galería, según el libreto del Jules Barbier y Michel Carré. La escena de los dos amantes tiene lugar bajo el balcón del segundo piso, y el momento más espectacular de la velada, es la escena final del tercer acto donde los Mostescos y los Capuletos se enfrentan espada en mano, entrenados por el reputado director inglés B.H. Barry. Una producción a la antigua que puede producir urticaria a los amantes de las escenografías modernas, pero que tuvo una gran recepción por parte de la mayoría del respetable que van a la ópera a oír cantar en una gran producción.
Y canto en grado superlativo es lo que nos ofreció la joven soprano lírico-ligera sudafricana Pretty Yende. La voz está bien colocada, tiene un cierto cuerpo, sabe proyectar muy buena y con el timbre es bello y atractivo. El registro agudo es fácil, holgado y muy bien timbrado, aunque algún problema de fiato le dificulta el mantenerlo. Sin embargo, lo que más llama la atención es su duende escénico. Cuando está en el escenario tiene un magnetismo tal que todas las miradas confluyen en ella.
Ejemplos tuvimos a lo largo de toda la velada. En su entrada a ritmo de vals, cantó un “Je veux vivre” de muchos quilates, con filados de escuela y un dominio total de la coloratura, que sólo pecó de un registro no del todo homogéneo y un agudo final algo corto, tras el cual arrancó la primera ovación cerrada de la noche. Este pequeño inconveniente lo solventó sin duda en el dúo posterior “Ange adorable… Calmez vos craintes!” y en los del segundo acto. Tanto en el del balcón como en el de la boda “O nuit divine!” exhibió un fraseo elegante. Con medias voces muy conseguidas y un gran control del legato demostró que tiene madera belcantista. Puso si cabe aúnmás carne en el asador en su aria del cuarto acto “Viens! viens! Amour, ranime mon courage”, cantada de manera muy musical y expresiva, donde mostró matices y donde por poner un pero, hubiera necesitado algo más de peso vocal, pero con el que desató la locura en el teatro. Emocionante igualmente en el final de la obra, siendo la triunfadora indiscutible de la noche.
Su partenaire fue el tenor estadounidense Stephen Costello. Con voz de tamaño pequeño aunque con cierto cuerpo, suficiente para el personaje, es vehemente y transmite pasión por sus cuatro costados. No tiene problemas con la tesitura, y proyecta el agudo con soltura. En su caso el problema no es lo que canta sino como lo canta. Con una dicción francesa que dejó bastante que desear – “con errrrres y ééééés a tutiplén” –, un fraseo muy poco cuidado y una emisión irregular, alternó algún momento interesante con muchos sonidos duros, abiertos y forzados. El timbre carece de brillantez y la falta de técnica para colocar la voz quedó de manifiesto en todo el arranque del aria “Ah! lève-toi, soleil!” fraseado impropiamente hasta los dos primeros agudos “parais! parais!”. Sin embargo mejoró significativamente a partir de ahí hasta terminarlo de manera decorosa. En todos los dúos, el contraste con la belleza y la facilidad de la Yende le dejaba en evidencia, aunque no se amilanó nunca. En la escena final“Salut! Tombeau sombre et silencieux!” su expresividad y su ímpetu nos hicieron en parteolvidar sus muchas carencias, aunque el balance final no dejó de ser discreto.
Del resto del elenco, destacó el conmovedor Fray Lorenzo del británico Matthew Rose cantado con una emisión segura y con un fraseo elegante de gran expresividad. Tampoco desaprovechó su momento de gloria la mezzosoprano irlandesa Paula Murrihy -que debutaba en el MET– en el papel de Stefano, interpretando de manera imponente su canción “Que fais-tu, blanche tourterelle?”. Sin llegar a ese nivel, aunque también cantando de manera estimable, el barítono chino Yunpeng Wang se encargó de calentar el ambiente con suarietta inicial “Mab, la reine des mensonges”. Bastante toscos Sean Panikkar como Tebaldo y Philip Horstt como el viejo Conde Capuleto.
A los mandos de la orquesta tuvimos al francés Enmanuel Villaume. Director que en el pasado me ha dado lecturas buenas (una aseada Mignon de Ambroise Thomas hace bastantes años en el Capitole de Toulouse y una Manon de Jules Massenet viva, ágil, muy lírica, hace un par de años aquí en el MET) y otras bastante deficientes (sobre todo unos Cuentos de Hoffman en el Real hará unos diez años) mostró esta noche aciertos y errores a partes iguales. Cuando se trata de marcar ritmo y llevar tiempos vivos está en su salsa. Por ejemplo, acompañó muy bien el vals de Julieta, y la escena de la lucha entre Montescos y Capuletos fue excelente. Sin embargo, cuando no se controla, tiende a “abusar” del volumen orquestal, tapando lo que se le pone por delante. Tanta vehemencia cargada de efectismo, nos lleva muchas vecesa perder por el camino la sensibilidad y el refinamiento francés tan característico de la obra de Gounod.
Al terminar la función, el público ovacionó a todo el elenco con mención especial para Pretty Yende.
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