Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 30-XI-2019. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica López Cobos. Temporada de la OSCyL. Las criaturas de Prometeo, op. 43 de Beethoven. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Carlos Martín Sañudo, dramaturgo. Alfredo Noval, actor.Roberto González-Monjas, director.
La cuestión inicial a la que se enfrentaba lo propuesto en este concierto se basaba en despejar cómo encajaba el ballet Las criaturas de Prometeo de Beethoven con la dramaturgia de Carlos Martín Sañudo basada en textos clásicos y de Esquilo, con un Prometeo relator de su propia historia y los pensamientos que surgían de su mente. La respuesta, más allá de posibles matizaciones, es que el planteamiento del director Roberto González-Monjas funcionó al conseguir que música y texto fluyeran de manera coherente y armónica, sin entorpecerse. El proyecto original de Martín Sañudo se mantiene vivo y actual: «si en algo os parecéis los humanos a los dioses es en vuestra capacidad destructora», al tiempo que Alfredo Noval fue el actor que supo encontrar el punto de inflexión, ya fuera con el gesto o con la voz, en un universo colocado delante de la orquesta, en donde el barro creador y mortal se sumó a sus reflexiones. Le acompañó una megafonía algo fuerte, que supo superar. Una idea que, por otra parte, en esencia no está muy alejada de la primigenia propuesta de Beethoven.
Y luego estaba la música de un ballet poco interpretado, presentado aquí en un ámbito sinfónico. Y ahí Roberto González-Monjas impuso un criterio diáfano y sugestivo, porque supo extraer de la música, en colaboración con la orquesta, infinidad de matices, ya fuera con la tímbrica, los colores, los acentos o las cambiantes dinámicas.
La obra empezó con una Obertura marcada por un pulso enérgico, lleno de vida, en el que el ritmo se convirtió en el patrón expresivo, que condujo al cauce de la melodía. Y a partir de ahí el director jugó con los elementos que poseía de manera admirable, siempre en base a una marcada transparencia, que provocó una inusitada ductilidad; y así se convirtieron en reseñables juegos sonoros cómo se pasaba del piano al fuerte y cómo éste se hacía liviano o denso.
La segunda parte comenzó (nº9) con un universo sonoro en el que la energía imperante en el inicio se tornó en lamento, que cambió en la Pastorale por un sonido juguetón y grácil. No solo salieron bien parados los pasajes en tutti, sino que el director apoyó con fluidez los diálogos entre distintas secciones e instrumentos, ya fueran los clarinetes, el oboe, el chelo o el arpa, hasta llegar al preciso momento en que el corno di basetto (nº14) proyectó una coloración diferente con su grave redondo y poderoso, su centro carnal y su agudo delicado que se entrelazaba con el oboe. Y así hasta llegar al Allegretto finale, raudo y vibrante, con algún pasaje mínimamente borroso, al que dio paso un Andantino estilizado al máximo.
En realidad, la constante de este concierto estuvo en la elevada capacidad de Roberto González-Monjas para adentrarse en cada detalle de la obra y propiciar un ambiente sugerente, provocando un estado de seducción constante.
Foto: OSCyL
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