Crítica de la ópera Roberto Devereux de Donizetti en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, dirigida por Yves Abel en lo musical y Alessandro Talevi en lo escénico
Regresa el Bel Canto a Sevilla
Por José Amador Morales
Sevilla, 8-XI-2022. Teatro de la Maestranza. Gaetano Donizetti: Roberto Devereux. Yolanda Auyanet (Elisabetta), Franco Vassallo (Duque de Nottingham), Nancy Fabiola Herrera (Sara, duquesa de Nottingham), Ismael Jordi (Roberto Devereux), Alejandro del Cerro (Lord Cecil), Carlos Castañeda (Sir Gualtiero Raleigh), Ricardo Llamas (Un paje/Un familiar de Notthingham). Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Yves Abel, director musical. Alessandro Talevi, director de escena. Producción de la Welsh National Opera.
La nueva temporada operística del Teatro de la Maestranza de Sevilla ha vuelto a arrancar con un título belcantista como lo es el Roberto Devereux de Donizetti con una acogida muy positiva y un más que aceptable nivel artístico. Y, pese a que este repertorio no ha sido particularmente bien tratado por parte de los responsables del teatro sevillano a lo largo de su historia, en los últimos años títulos como L’elisir d’amore, Anna Bolena, Lucia di Lammermoor, I Capuleti e i Montecchi, etc, han supuesto éxitos incuestionables y, desde luego, una importante veta para continuar explorando a nivel de programación. Evidentemente títulos ya asentados como las donizettianas Lucrezia Borgia o una Maria Stuarda que culminaría la trilogía Tudor del compositor de Bérgamo deberían estar en las quinielas.
La conocida producción de la Welsh National Opera, ya comentada en Codalario con ocasión de su puesta en escena el Teatro Real de Madrid en 2015, aborda la historia desde el drama psicológico que en el que está sumergido cada personaje con una omnipresente oscuridad, contrastada únicamente por el vestuario de los protagonistas y por un eficaz juego luminotécnico. Sin embargo, al margen del relativo impacto estético de algunas imágenes interesantes (como la que presenta a Elisabetta como un gigantesco arácnido - con una estructura que recuerda no poco a las usadas habitualmente por La Fura dels Baus en sus producciones - o la correspondiente a la escena final de Devereux con este amarrado de pies y manos por cordeles rojos provenientes de ambos extremos del escenario), en términos generales estamos ante una propuesta escénica que permite seguir la trama sin complicaciones pero con la que se echa en falta un mayor nivel de profundidad tanto a nivel escenográfico como a nivel de dirección de actores.
Desde el foso Yves Abel se mostró extremadamente solvente, con una lectura idiomática en la que combinó ágil y acertado pulso narrativo con una extraordinaria capacidad de acompañamiento y sumo cuidado de las voces. Junto a ello, el director canadiense supo contrastar con tino los momentos de mayor tensión dramática y aquellos más líricos a lo largo de toda la representación. Para ello contó con la excelente prestación de la Sinfónica de Sevilla y de un óptimo coro maestrante que volvió a actuar sin las consabidas mascarillas.
El reparto seleccionado estuvo caracterizado por una interesante homogeneidad, más allá del carisma y talento personal de cada artista. Yolanda Auyanet aportó su habitual musicalidad y línea de canto de buen gusto, bazas con las que a la postre terminó por convencer pese a las enormes dificultades que le planteaba el papel de Elisabetta. Mucho de ello comprobamos en un primer acto en donde mostró un registro agudo de emisión abierta, no siempre controlada y con algunos sonidos lacerantes. Pero, como hemos señalado, su caracterización de la «reina virgen» fue creciendo a lo largo de la obra, sabiendo afrontar los pasajes de más agilidad sin forzar un registro grave del que carece, sorteando puntuales oquedades de un centro suficiente y rematando con aseo la apoteosis dramática y vocal que supone el «Quel sangue versato» (sin sobreagudo y con la ayuda de la - aquí – un tanto apremiante batuta). Por su parte, el Roberto Devereux de Ismael Jordi abanderó el canto de mayor pureza belcantista - stricto sensu - de la velada. Tras un inicio algo frío y salvando un timbre de escaso mordiente y su habitual hieratismo escénico, la actuación del tenor jerezano constituyó toda una lección de canto bello: fraseo articulado de muchos quilates, medias voces, filados, messe di voce… Toda su escena final, con la arrebatadora aria Come un spirto angelico precedida de un recitativo cincelado con no menos buen gusto, fue probablemente lo mejor de la velada.
Franco Vassallo se sirvió de una pulida línea de canto así como un de una materia prima dotada de importante proyección y presencia vocal para trazar un retrato del Duque Nottingham ciertamente noble y humano, como puso de manifiesto en el aria «Forse in qual cor sensibile». No obstante acusó fatiga vocal en el tramo final de la obra, cuando el personaje presenta sus rasgos más oscuros y vengativos, descomponiéndose un tanto la – hasta ahí – plausible interpretación del cantante milanés. Su duquesa fue una Nancy Fabiola Herrera de timbre cálido y seductor, entregada en lo escénico y con el enorme talento expresivo al que nos tiene acostumbrados. Pese a alguna rigidez en el sobreagudo, Fabiola Herrera terminó convenciendo por la vehemencia y arrojo con que dotó al atormentado personaje, al que tampoco privó de una conveniente carga sensual. Excepcional Alejandro del Cerro como Lord Cecil así como Carlos Castañeda y Ricardo Llamas en sus roles respectivos.
Fotos: Teatro de la Maestranza
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