Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Roberto Devereux en el Festival Donizetti de Bérgamo
Monumento al melodrama
Por Raúl Chamorro Mena
Bérgamo, 23-XI-2024, Teatro Donizetti. Donizetti Festival 2024. Roberto Devereux (Gaetano Donizetti). Jessica Pratt (Elisabetta), John Osborn (Roberto Devereux, Conde de Essex), Simone Piazzola (Duque de Nottingham). Raffaella Lupinacci (Sara), David Astorga (Lord Cecil), Ignas Melnikas (Lord Raleigh). Coro de la Academia Teatro alla Scala. Orquesta Donizetti Opera. Director musical: Ricardo Frizza. Dirección de escena: Stephen Langridge.
Roberto Devereux es una de mis óperas predilectas del corpus donizettiano y, en mi opinión, la mejor de las dedicadas a la monarquía inglesa y una indiscutible obra maestra del bergamasco. La inspiración melódica, la majestuosa y elaborada orquestación, la libertad formal, la capacidad de síntexis, tanto de Gaetano Donizetti como del libretista Salvatore Cammarano, logran un prodigio de conexión músico-dramática y progresión teatral, del que es perfecto ejemplo el magistral acto segundo. Un único número musical desarrolla un admirable continuum teatral de ininterrumpida gradación dramática. Como deseaba el genial bergamasco, en Roberto Devereux hay amor y amor violento. Todo un conflicto amoroso a cuatro partes en el contexto del reinado de Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII y Anna Bolena.
Asimismo, Donizetti crea para su admirada soprano Giuseppina Ronzi di Begnis un papel fabuloso, la reina Isabel I de Inglaterra, monarca fundamental en la historia de aquel país y verdadera protagonista de la ópera. El contraste entre esfera privada y pública del personaje se encuentra particularmente agudizado en esta ópera. De tal forma, que estamos ante el retrato de mayor complejidad sentimental y psicológica de esta reina, que comparece en otras óperas donizettianas, como Il Castello di Kenilworth y Maria Stuarda. Qué decir de la espléndida escena final, de delirio y alucinación de Elisabetta, ejemplo de la Maestría de Donizetti para, sin quebrarlas - cumple con la gran escena final para la primadonna y su privilegio de terminar la ópera- violentar las formas y convenciones del melodrama italiano con fines dramáticos. La estructura Recitativo, aria, tempo di mezzo, cabaletta se mantiene, pero tratado todo ello de forma originalísima con una admirable imbricación teatral y progresión dramática.
Después de haber visto esta ópera siete veces a Edita Gruberova y cuatro a Mariella Devia, confieso que he evitado presenciarla con ninguna otra soprano, pero el hecho de verla en la maravillosa ciudad natal del autor y dentro de mi querido Donizetti Festival me han impulsado a quebrar esta "disposición". Y desde luego, ha sido muy buena idea, pues disfruté la representación.
En principio, Jessica Pratt -que encarnó en otras coordenadas dramáticas a la reina Isabel en Il Castello di Kenilworth en el Festival Donizetti de 2018-, soprano netamente ligera, aunque conocedora del estilo y técnica belcantistas, y de escaso temperamento y fibra dramática, parecía una elección inadecuada para el exigentísimo papel, que pide una soprano sfogato o drammatica d'agilità. La Pratt, en el ámbito de un teatro de limitadas dimensiones, ha aprovechado a fondo su canto legato y control de dinámicas, además de potenciar la coloratura y el elemento virtuosístico -por ejemplo en la cabaletta del primer capítulo "Ah! ritorna qual ti spero"- y la zona alta, como las notas sobreagudísimas con las que culminó la stretta final del segundo acto y la cabaletta "Quel sangue versato" de la conclusión.
Cierto que ha faltado carne vocal, redondez en el centro y el registro grave ha surgido un tanto forzado y, lógicamente, débil. En lo interpretativo, está vez la Pratt ha puesto toda la carne en el asador y ha mostrado una garra e intensidad, para mí inéditas hasta la fecha, como ha podido comprobarse en la muy dramática escena final y esa progresión de clímax cuasiinsoportable en la citada cabaletta "Quel sangue versato". En definitiva, una estimable creación vocal e interpretativa de Jessica Pratt que fue premiada con entusiastas ovaciones por el público asistente.
Hace doce años le escuché un buen Devereux en Zurich al tenor John Osborn en situación vocal distinta, pues en su emisión prevalecía el registro de cabeza con abundantes sonidos afalsetados y blanquecinos. Ahora, ya entregado totalmente al repertorio de tenor romántico, comparece una mayor fusión y equilibrio de registros con un timbre nada bello, pero un arte de canto y un fraseo de genuina impronta belcantista. El canto musical de Osborn, aderezado con interesantes piani y medias voces, brilló toda la noche y especialmente, en su gran escena del tercer acto con el aria "Come un spirto angelico" bien delineada y que fue jaleada por el público con peticiones de bis que fueron atendidas por el tenor estadounidense que repitió la pieza, para abordar después con entrega la inspiradísima cabaletta "bagnato Il sen di lagrime", incluida la repetición como sucedió en toda la representación. Raffaella Lupinacci, mezzo muy aguda, prácticamente una soprano corta, volvió a encarnar el equilibrio y la fiabilidad. Emisión resuelta y ortodoxa, homogeneidad tímbrica, canto de escuela, aunque de fraseo poco variado, en una Sara comprometida dramáticamente.
El más flojo del reparto fue el barítono Simone Piazzola como Nottingham, quien se considera doblemente traicionado por amigo y esposa, y precipita el trágico final de Roberto. No se pueden negar las buenas intenciones del barítono veronés, siempre profesional, lastradas, sin embargo, por una emisión retrasada, esforzada y calante.
La dirección musical de Ricardo Frizza resultó vulgar, pesante y, por momentos, ruidosa. Del discurso orquestal deslavazado y carente de elegancia, sólo cabe destacar el aceptable acompañamiento, que no estímulo, al canto y una fluctuante tensión teatral.
La puesta en escena de Stephen Langridge apuesta por una escenografía atemporal con un vestuario, en principio de época, aunque con algún elemento chocante en ambas féminas. Una cama color rojo sangre, que debe simbolizar, el conflicto amoroso que termina en tragedia, constituye el elemento de mayor presencia en la escenografía, a cargo de Katie Davenport. También lo es uno de los dos aspectos más ridículos del montaje. En primer lugar, un esqueleto que pasean constantemente por el escenario y que debe representar la muerte acechante -qué derroche de talento!- y el juego del ahorcado dibujado en escena con Roberto como protagonista. Por lo demás, con un particular juego de luces, alguna agresiva a la vista, la puesta en escena respeta la obra, los personajes aparecen aceptablemente caracterizados y la dirección de actores es eficaz, con lo que permite que se desarrolle el genial mecanismo musico- teatral creado por Gaetano Donizetti y su libretista Salvatore Cammarano.
Fotos: Festival Donizetti de Bérgamo
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