Crítica de Raúl Chamorro Mena del recital del tenor Roberto Alagna en el Teatro Colón de La Coruña, dentro de la Programación Lírica coruñesa
El último tenor divo
Por Raúl Chamorro Mena
La Coruña, 7-XII-2022, Teatro Colón. Gala lírica de clausura de la temporada 2022. Roberto Alagna, tenor. Obras de Jacques Fromental Halévy, Georges Bizet, Umberto Giordano, Jules Massenet, Piotr Illich Tchaikovsky, Richard Wagner, Ruggero Leoncavallo, Pietro Mascagni, David Alagna, Rodolfo Falvo, Quirino Mendoza, Luigi Denza y Vincenzo di Chiara. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: José Miguel Pérez Sierra.
Amigos de la Ópera de La Coruña ha clausurado su Temporada lírica 2022 con la única actuación en España de Roberto Alagna, al que podemos considerar el último tenor-divo. Como siempre subrayo, divo en el mejor de los sentidos, ya que es un concepto ominosa y torticeramente manipulado y desprestigiado por el cotarro lírico actual. Claro, no hay casi nadie que pueda investirse de dicho calificativo sin sonrojarse. Lo cierto es que la mayor parte del repertorio que más se programa en los teatros líricos del orbe está escrito para divos, es decir, cantantes excepcionales, por sus privilegiadas condiciones vocales y particular personalidad escénica.
El suculento programa, en el que el tenor franco-siciliano cantó en siete idiomas distintos, incluidos español, napulità y corsico, comenzó directamente con una pieza vocal a cargo del protagonista de la velada, que desde la primera nota nos recordó lo que es un genuino tenor protagonista, pues colocó su sonido aquilatado, caudaloso e impecablemente emitido en el centro de la sala. Una voz perfectamente colocada, bien apoyada y apropiadamente proyectada, con un timbre bellísimo, que ha perdido algo de tersura, lógicamente, después de 35 años de carrera, pero rico todavía en quilates y singularidad tímbrica. La espléndida aria de Eléazar «Rachel quand du seigneur» de la ópera La Juive de Jacques Hálevy se benefició de todo ello, así como del fraseo cálido y comunicativo de Alagna, junto a unos ascensos seguros, con lo que pudo superar una dirección musical un tanto morosa y caída de tensión.
Una huelga de controladores aéreos italianos impidió al que suscribe presenciar en el Teatro alla Scala de Milán el regreso de Alagna con Fedora junto a la soprano Sonya Yoncheva. Por tanto, la interpretación del relato de la muerte de Vladimiro del segundo acto de la citada ópera de Umberto Giordano obró, en cierto modo, de compensación. La dicción nítida donde las haya, la impecable articulación, la intensidad del declamado, los acentos vibrantes, en definitiva, el dominio del canto concitato –encendido, apasionado- sustentaron una modélica traducción del referido fragmento. El carisma, tan difícil de encontrar en la lírica actual y del que Alagna anda sobrado, también es una cualidad importante en un protagonista operístico y particularmente en un pasaje como este, pues no puede captar más nuestra atención, aún con el hándicap de interpretarse fuera de una representación de la ópera en teatro, el relato de Loris Ipanoff que expresado por Alagna.
Fantástico broche tuvo la primera parte del concierto con la intensa plegaria «O souverain» de Le Cid de Jules Massenet, en la que brilló el sonido caudaloso, bellísimo, aterciopelado, la asentada musicalidad y la vehemencia de los acentos, con esa capacidad que atesora el tenor nacido en Clichy para resultar idiomático tanto en francés como en italiano.
Alagna también cantó en ruso, en concreto la bellísima aria de Lenski «Kuda, kuda» de Eugene Onegin de Piotr Tchaikovsky, en la que el fraseo expansivo del tenor se tornó introspectivo, además de mostrar su capacidad para cantar piano y administrar la intensidad del sonido.
Otro momento memorable del recital lo constituyó la despedida al cisne de Lohengrin de Richard Wagner. Alagna la cantó en el original alemán, pero encardinó su interpretación en la sólida tradición de caballeros del cisne mediterráneos, con su timbre solar, fraseo apasionado y línea de canto a la italiana. Otro aspecto importante que nos rescata Alagna es el del tenor protagonista viril, masculino, lo que nos debería invitar a la reflexión cuando el Lohengrin de referencia, para algunos, de los últimos años es un tenor blandengue y con timbre totalmente blanquecino.
El canto envolvente y la vehemencia de los acentos del tenor franco siciliano presidieron «Testa adorata» de La bohéme de Ruggero Leoncavallo y como última pieza, plena de entrega, comparecieron la expresión del sufrimiento, sentimientos y cuitas del condenado a muerte en el fragmento de la ópera de David Alagna, hermano del tenor, El último día de un condenado, basada en la novela de Victor Hugo, que constituye todo un alegato contra la pena de muerte y en favor de la proporcionalidad de las penas.
Éxito clamoroso, vítores y estruendosas ovaciones, a las que Alagna respondió con una primera propina, una referencial «Dicitencello vuje» de Rodolfo Falvo, que resultó toda una lección de cómo debe interpretarse una canción napolitana. A saber, seducción tímbrica, acentos ardorosos y apasionados e infalible comunicatividad.
Alagna invitó al tenor Aquiles Machado, actual director artístico de la temporada lírica de La Coruña, a unirse a él en el escenario para cantar juntos. El venezolano respondió que eso sería un suicidio, pero bajó a las tablas e interpretó junto al protagonista del evento, «Cielito lindo» de Quirino Mendoza y «Funiculì, Funiculà» de Luigi Denza, con la participación del público a petición de Alagna, como nueva muestra de su carisma, comunicatividad y dominio de la situación. Después de una expansiva, plena de efusión, interpretación de La Spagnola de Vincenzo di Chiara, una canción de cuna corsa cantada a cappella cerró el memorable concierto.
La Orquesta Sinfónica de Galicia lució la calidad de su sonido, labrado en muchos años de acrisolado nivel, con destacada actuación de sus solistas, algunos muy jóvenes, como la magnífica oboísta que, desde luego, demostró que esta estupenda orquesta tiene cantera.
La batuta de José Miguel Pérez Sierra resultó morosa y sin tensión en muchos momentos, pero permitió que fluyera el buen sonido de la orquesta y, sobre todo, colaboró espléndidamente con el solista, al que acompañó con mimo, controlando en todo momento los decibelios y logrando un buen balance sonoro. Entre los fragmentos orquestales interpretados destacaron las dos piezas de La Arlesiana de Bizet con una magnífica actuación de las maderas, especialmente flauta y oboe, así como el preludio del acto tercero de Carmen, en el que se lució la flauta solista. Junto a una plúmbea polonesa de Eugen Onegin, pudo escucharse un Liebestod de Tristán e Isolda de Wagner, que comenzó letárgico y muy caído de tensión, pero al menos, orquesta y batuta perfilaron bien el crescendo lográndose un estimable clímax.
Fotos: Alfonso Rego
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