Por Alejandro Martínez
13/04/14. Barcelona. Gran Teatro del Liceo. Rimsky-Korsakov: La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh. Svetlana Ignatovich, Dmitry Golovnin, Eric Halfvarson, Dimitris Tiliakos, Maxim Aksenov y otros. Josep Pons dir. musical. Dmtri Tcherniakov, dir. de escena.
En , Dmitri Tcherniakov confesaba no creer en la vigencia de lo sobrenatural. Los públicos han cambiado, sostenía, y un cierto registro, fantástico o místico, de los libretos y los argumentos operísticos ha perdido vigencia. “La percepción de lo sobrenatural ha cambiado tanto que ya no es un elemento verosímil en una representación teatral“, nos decía. Pudiera ser así, sin duda, pero cuando una obra se sostiene sobre un hecho sobrenatural propiamente dicho, se antoja fútil y desnortado todo intento por darle un nuevo significado. De hecho, Tcherniakov ni siquiera pretende resemantizar la invisibilidad de Kitezh; sencillamente, la obvia, la diluye y con ella arruina buena parte del hechizo y encantamiento que Rimsky persiguiera con esta ópera y su maravillosa música. Así, por ejemplo, quiebra el acto segundo, que queda diluido bajo una performance extensa, algo ruidosa y poco sugestiva. En algún momento parece que la propuesta de Tcherniakov va a llegar a algún puerto, con un discurso sobre las fronteras, las invasiones y las identidades, pero su burdo retrato de los tártaros echa por tierra toda expectativa. Tcherniakov sí acierta, curiosamente, cuando adopta un discurso más convencional, netamente clásico, tanto en el primer acto como en el último. Destaca, eso sí, para bien, la hermosa escenografía diseñada por el propio Tcherniakov, brillantemente iluminada por Gleb Filshtinsky. De hecho, si no fuera por esa escenografía tan poética, que en realidad no dice gran cosa pero que entra por los ojos, no les quepa la menor duda de que el trabajo de Tcherniakov habría sido severamente abucheado.
Mucho se ha comentado, dicho sea de paso, el elevadísimo coste de esta coproducción del Liceo con Amsterdam y Milán. Ni más ni menos que 1,3 millones de euros. Unos 300.000 nos consta que costó la pasada y decepcionante Tosca de Azorín. Y conste que hablamos de costes de la producción, cachés artísticos del reparto al margen. Son cifras incoherentes con un teatro prácticamente en quiebra que busca de hecho dar un giro hacia la sostenibilidad como insiste en comunicar Roger Guasch, el director general del coliseo. En breve se conocerá al nuevo intendente artístico del Teatro, el sucesor de Joan Matabosch. Todo apunta a Ivan Van Kalmthout, segundo de abordo de éste, una suerte de marioneta que hará y deshará según se le ordene para cuadrar las cuentas, pasando la propuesta artística como tal a un segundo plano. No tenemos el gusto de conocerle, y pudiera parecer que hablamos por hablar, pero lo cierto es que todas las fuentes consultadas hablan de él en el mismo sentido. Ojalá el Liceo encuentre el camino para ser el gran teatro que siempre ha sido sin reducirse para ello, a un mero teatro de repertorio para los turistas de las Ramblas.
En el plano musical, la dirección de Josep Pons fue mucho más que digna, incluso brillante. No cabe ya la menor duda del salto cualitativo que ha experimentado la orquesta del Liceo bajo su batuta. Serán pocos los compromisos escénicos en los que Pons se sitúa en el foso, pero seguramente su labor sinfónica y su trabajo de coordinación están dando sus frutos. En este sentido, logró redondear una dirección que buscase un sonido limpio y atractivo en sí mismo, sin demérito de la teatralidad y con una esmerada atención a las voces. No es Pons una batuta genial y se pudo echar en falta un punto más de personalidad en su lectura, pero a cambio cabe resaltar, y mucho, la estupenda solvencia que logró extraer de la orquesta. El coro titular del Liceo, aquí reforzado por un nutrido grupo de cantores del coro Intermezzo, firmó un trabajo sobresaliente defendiendo una partitura compleja, no sólo por su escritura musical, sino por el hecho nada trivial de tratarse de una partitura infrecuente cantada en ruso.
En el plano vocal no hubo demasiado que destacar, ni para bien ni para mal; una general solvencia en una obra por lo demás bastante coral, al margen de la extensa parte de Fevronia. En este sentido, la protagonista Svetlana Ignatovich, esmerada actriz, si bien cuajó un buen trabajo en conjunto, adolece de unos medios sin carisma y de una falta general de autoridad técnica. Fantástico Eric Halfvarson en la piel del príncipe Iuri, haciendo gala de su gran oficio y mostrando un instrumento al que todavía queda mucho por ofrecer. Se agradece que un veterano como él incorpore un nuevo rol de semejante entidad vocal y que además lo resuelva con tanta solvencia. Bravísimo actor y con una voz muy ajustada a su parte, la de Dmitry Golovnin como Grishka. El joven Maxim Aksenov, como el príncipe Vsévolod, hizo gala de un instrumento con notable potencial aunque todavía por pulir. De entre el resto de voces, junto a la solvencia de Tsymbalyuk y Ognovenko, destacaron por su buen hacer Dimitris Tiliakos como Fiodor y Gennadi Bezzubenkov como intérprete de gusli. Así las cosas, en términos globales, un acierto de Matabosch incluir este título tan ligado al Liceo en la programación de esta temporada, servido además con unos mimbres tan solventes en su conjunto.
Dos comentarios al margen. Cuesta creer que Anna Netrebko no haya cantado aún este rol, que parece escrito para una voz como la suya. Por otro lado, al comienzo de cada acto, se incluía un breve texto de Tcherniakov como preludio a lo que iba a verse después en escena. Y he aquí una nueva torpeza lingüística del Liceo, ya que ese breve texto se proyectaba tan sólo en catalán y en inglés. ¿De verdad cree alguien que esas son las dos lenguas que más gente conocía entre el público, en lugar del castellano?
Foto: A. Bofill / Gran Teatro del Liceo
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.