Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 8/XII/2015. Teatro Real. Rigoletto, Verdi. Luca Salsi (Rigoletto), Lisette Oropesa (Gilda), Francesco Demuro (El Duque de Mantua), Andrea Mastroni (Sparafucile), Barbara de Castri (Maddalena), María José Suárez (Giovanna), Alex Sanmartí (Marullo), Fernando Radó (Monterone). Dirección musical: Nicola Luisotti. Director de escena: David McVicar.
“Pianse e amò per tutti” (“Lloró y amó por todos”). Esta frase dedicada a Giuseppe Verdi por Gabriele D’Annunzio se puede leer en el mausoleo donde descansan sus restos mortales junto a los de Giuseppina Strepponi en la Casa di Riposo de Milán. Y, efectivamente, su ópera Rigoletto, una de sus muchas obras maestras, es un ejemplo paradigmático de ello, de la universalidad e inmortalidad que garantizan la honda humanidad de sus personajes, de sus sentimientos y las situaciones a que se ven sometidos.
Continúa la serie de funciones previstas por el Teatro Real durante todo el mes de Diciembre. En esta ocasión el reparto lo encabezó el barítono parmesano (un pedigrí para un cantante de ópera) Luca Salsi. Un Rigoletto que camina apoyado en dos bastones lleno de amargura y angustiado por la integridad física y moral de su hija. Salsi cuenta con un instrumento vocal que no puede calificarse ni de atractivo ni de noble, con un centro de cierta entidad y un agudo problemático, sin resolver, cuya consecuencia fue la no emisión del tradicional (no escrito) sol natural del final del monólogo “Pari siamo” (situado en la i de “E follia”), Sin embargo, sí emitió los agudos situados en el “Cortigiani” (“Difende l’onor”), el del final del dúo de la Vendetta o el de “La maledizione” final, que resultaron sonidos duros, muy forzados, sin el debido desahogo y expansión. Sin embargo, completó un Rigoletto muy digno, creíble, sin truculencias, apoyado en un fraseo, si no de clase, sí intencionado, que tuvo sus mejores momentos en los pasajes de canto declamado, como el “Pari siamo”, resultando menos interesantes los cantabile, aunque en la parte final del “Cortigiani” surgieron momentos de canto piano, loables propósitos de canto a media voz, que merecen ser valorados.
Gilda es un personaje que tiene más consistencia que lo que habitualmente se piensa, Además de sus importantes requerimientos puramente virtuosísticos, estamos ante una criatura plena de pureza y candor en el comienzo de la obra, que va evolucionando a marchas forzadas y alcanza la madurez de forma inmediata e inesperada.
Notable la encarnación de Lisette Oropesa, una voz de lírico-ligera con cuerpo, impecablemente proyectada, bien colocada y correctamente apoyada sobre el aire. Buena la coloratura como pudo comprobarse en una brillante interpretación del “Caro nome” culminada por un trino largo y de buena factura. Estupendo también fue el mi bemol del final de la vendetta. Cierto es que el timbre no es especialmente bello ni singular y que a alguno de los filados que prodigó le faltó un punto de firmeza y posición, pero estamos, sin duda, ante una soprano con los papeles en regla, con control sobre su instrumento, sobre la intensidad del sonido, la respiración y los resortes del canto. Eso sí, en el aspecto interpretativo no es un prodigio de expresividad.
Ligerísimo el Duque de Mantua de Francesco Demuro, de escasísima proyección volumen y timbre e incapaz de emitir un sonido con mordiente. No se puede negar que frasea con cierto decoro y gusto, pero el papel le va enorme, las apreturas en la zona de pasaje y aguda, fueron tremendas, además de resultar inaudible en muchos momentos. Emitió un ridículo y prácticamente imperceptible sobreagudo al final de la cabaletta “Possente amor mi chiama”, se peleó como pudo con la exigentísima “Parmi veder le lagrime” y pasó sin pena ni gloria tanto su “Questa o quella” como la popularísima “La donna è mobile”.
Muy interesante el joven bajo italiano Andrea Mastroni como Sparafucile. Con los años, es de esperar, profundizará en el fraseo, pero de momento, el material es atractivo, homogéneo y bien emitido. Ya es hora que pueda surgir un buen bajo que entronque con la espléndida tradición de bajos italianos. Habrá que seguir su evolución.
Barbara de Castri resultó muy aceptable como Maddalena con un registro más definidamente mezzosopranil que su colega del primer reparto y una franja grave más guarnecida.
Nicola Luisotti y la orquesta van puliendo asperezas y ajustando volúmenes, en una labor siempre tensionada y teatral, de apropiado pulso y afinidad Verdiana.
El público, que llenó el Teatro Real, aplaudió complacido, reconociendo especialmente con sus ovaciones a Oropesa y Salsi.
Fotografía: Javier del Real
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