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Crítica: Riccardo Muti dirige «Un ballo in maschera» en el Regio de Turín

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Autor: Raúl Chamorro Mena
26 de febrero de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Un ballo in maschera de Verdi en el Regio de Turín bajo la dirección musical de Riccardo Muti

«Un ballo in maschera» en el Regio de Turín

Nada más que Muti

Por Raúl Chamorro Mena
Turín, 23-II-2024, Teatro Regio. Un ballo in maschera (Giuseppe Verdi). Piero Pretti (Riccardo), Lidia Fridman (Amelia), Luca Micheletti (Renato), Alla Pozniak (Ulrica), Damiana Mizzi (Oscar), Sergio Vitale (Silvano), Daniel Giulianini (Samuel), Luca Dall’amico (Tom), Riccardo Rados Un servo/Un giudice). Coro y Orquesta del Teatro Regio. Director musical: Riccardo Muti. Dirección de escena: Andrea de Rosa. 


   Después de los «años de galeras» que culminan con la inmortal trilogía popular, un Giuseppe Verdi en continua evolución entra en una especie de segunda fase de su carrera con Un ballo in maschera (Roma, 1859). Efectivamente, el Maestro italiano, cada vez más cosmopolita, se ha ido empapando de las manifestaciones culturales y artísticas europeas, devora música y literatura de fuera de la península italiana. Sus constantes viajes a París son fundamentales para todo ello y, particularmente, para esa influencia de la música francesa, claramente presente en esta obra maestra, plena de constrastes que es Un ballo in maschera. Los problemas con la censura napolitana tuvieron como consecuencia el estreno en Roma y la sustitución del Rey de Suecia Gustavo III por el alejado Riccardo, Gobernador de Boston, lo cual no afecta a la tinta de la ópera, ni a su trama fundamental, la pasión amorosa imposible entre el protagonista y Amelia, la esposa de su mejor amigo y apoyo. En este caso y a diferencia de otras de las óperas verdianas, el asunto político tiene escaso peso en la obra, que sobre libreto de Antonio Somma, basado en un texto originario de Eugene Scribe -utilizado previamente por Daniel Auber y Saverio Mercadante- consagra una fascinante fusión entre lo trágico y lo cómico, en la que desenvuelve una honda ambigüedad y el mundo de las apariencias. Asimismo, la ópera reúne enormes contrastes musicales, formales y estructurales y constituye todo un avance en la carrera del compositor que más evolucionó en la historia de la música. 

«Un ballo in maschera» en el Regio de Turín

   Poder ver a Riccardo Muti dirigir Verdi es todo un acontecimiento, que compensa con creces cualquier otra consideración. Se trata de uno de los más grandes verdianos de la historia y probablemente el mejor director vivo. Eso sí, no se puede soslayar que en esta ocasión se acentuó especialmente, el «Muti y la nada», pues el elenco vocal resultó menos que mediocre y la puesta en escena mortecina y nulamente teatral.

   El titán napolitano sacó un gran rendimiento, por supuesto, de una orquesta limitada de calidades y puso de relieve los avances verdianos en una orquestación cada vez más refinada, fruto de esas influencias expresadas de la ópera y opereta francesas. Lejos ya de esa incandescencia flamígera de antes, un Muti cada vez reposado y analítico, y no por ello menos interesante, diseccionó de forma quirúrgica el preludio y el coro inicial, con ese contrapunto de los conjurados contra el gobernador. Ciertamente, el primer cuadro tardó en arrancar en cuanto a tensión y pulso, hasta la stretta conclusiva, animada e impecablemente concertada. Después de la inquietante atmósfera de misterio introductoria del segundo cuadro en el antro de la sibila, la progresión narrativa continuó en la escena con la maga Ulrica y esa acción desbordante marca de la casa verdiana. Una sucesión de situaciones dramático-musicales que culminan con el final festivo que aclama a Riccardo. Innumerables los detalles orquestales y las sonoridades nunca escuchadas, con una exposición siempre clara y de impecable articulación,

 Muti, cómo no, subraya el clímax de la obra, que es el gran dúo de Riccardo y Amelia del segundo acto, cumbre de la producción verdiana, todo ello después de la magnífica introducción orquestal y el gran aria de Amelia. Impresionante el clímax orquestal en la declaración de amor de ambos. A continuación, el pulso del fabuloso terceto «Odi tu come fremono cupi» y el contrastante final cómico, sin excesos, «Ve’ se di notte qui colla sposa» con esas carcajadas del grupo de conjurados. En el acto tercero el discurso orquestal subrayó el dramatismo de la introducción orquestal, con la furia de Renato y se recogió en el mórbido acompañamiento de la plegaria de Amelia. Tremenda la tensión dramático-teatral en la escena en que la propia Amelia elige al azar quién dará muerte al Gobernador, para pasar a continuación, nuevamente en acentuado contraste, con la ligereza, la chispeante frivolidad de la entrada de Oscar que conduce la stretta final del primer cuadro del último acto. En la última escena, el mundo del disfraz y la apariencia, el desenfado mundano del baile de máscaras se funde magníficamente y así lo resaltó la batuta de Muti, con el dramatismo del dúo final entre Amelia y Riccardo, así como el asesinato de este último por parte de Renato. 

«Un ballo in maschera» en el Regio de Turín

   Ciertamente, el elenco vocal estuvo muy lejos de hacer justicia a papeles tan exigentes vocal e interpretativamente. También es verdad, que no hay demasiadas opciones para un título de este fuste en el panorama actual. El más rescatable de todo el elenco, fue el tenor Piero Pretti como Riccardo. Su voz no puede presumir de especial seducción tímbrica, pero el tenor italiano canta con corrección, su fraseo no es fantasioso, ni variado ni incisivo, pero sí compuesto, asumiblemente musical y canta indudablemente en italiano. A Pretti le faltaron acentos y capacidad para poner de relieve los distintos estados de ánimo y variadas aristas del personaje, así como ese carácter despreocupado, nonchalance del Gobernador. Pretti cantó sus frases pulcramente, pero no subrayó ni contrastó la efusiva expresión amorosa en «La rivedrà nell’estasi», la irónica extroversión de «Di tu se fedele», la cómica frivolidad de «È Scherzo od è follia» y el dolor de la renuncia en la espléndida «Ma se m’è forza perderti» del último acto.  

   La rusa Lidia Fridman cuenta con unos medios vocales de cierta entidad, pero en la amplia sala del Teatro Regio se diluyeron un tanto, además de no contar con un destacado atractivo tímbrico. La emisión de la soprano rusa, totalmente gutural, así como su fonación eslava, la colocan muy alejada, en cuanto a idiomatismo, del canto italiano. Ni una sola vocal liberada ni colocada sul fiato, a lo que se sumó un legato más bien pobre, como pudo apreciarse en «Ma dall’arido stelo divulsa» y, especialmente, en la plegaria «Morrò ma prima in grazia», que puso de manifiesto la incapacidad de la Fridman para ofrecer un canto recogido e íntimo de mínima clase. Como intérprete, se impuso una entrega sincera por parte de la soprano rusa, por encima de verdaderas dotes como caracterizadora. Antes de comenzar la función, se anunció indisposición del barítono Luca Micheletti. En estos casos mi opinión es siempre la misma. Si estás en condiciones sales a cantar y no se anuncia nada, si no, que salga el cover o un sustituto. De todos modos, la falta de calibre baritonal de Micheletti y su escasa técnica, de la que es prueba su errática impostación, no tienen que ver con ninguna indisposición. En fin, un Renato menos que discreto, con un canto sin detalle alguno y cuyas arias «Alla vita che t’arride» y la fabulosa «Eri tu» pasaron sin pena ni gloria.   

«Un ballo in maschera» en el Regio de Turín

   Muy floja la Ulrica de Alla Pozniak, cantante de emisión desigual y desprovista de graves en un papel que pide, prácticamente, una contralto, además de exhibir una dicción inenteligible del italiano, un canto de lo más vulgar y escasa personalidad. Irrelevante a todas luces el Oscar de Damiana Mizzi, vocecita minúscula, sin brillo, ni mordiente alguna en el sobreagudo y con coloratura paupérrima, incapaz de emitir una nota picada en su sitio. Discretos los secundarios.

   Poco puede uno decir de la puesta en escena de Andrea de Rosa, porque no tiene prácticamente nada. Mis lectores y todos los Dioses saben que abomino de los dislates a los que se ha llegado en la dirección escénica operística actual y que me agrada ver -hay tan pocas- una producción de las que llaman «tradicionales» o en la que se respeta la época prescrita en el libreto. Eso sí, un montaje tan nulamente teatral como este de Andrea de Rosa, en el que el movimiento escénico y la caracterización de personajes están tan escasamente trabajados, además de resultar mortecino atenta contra la teatralidad verdiana. Lo que se ve sobre el escenario oscila entre la nulidad y la torpeza teatral, además de no resaltar ninguno de los contrastes, ni una brizna de la fascinante variedad de la ópera Un ballo in maschera, obra maestra de Giuseppe Verdi.  

Fotos: Andrea Macchia

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