Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 23-I-2019. Temporada de abono de Ibermúsica. Filarmonica della Scala. Director musical, Riccardo Chailly. Concierto para orquesta de Bartok y Cuadros de una exposición de Modest Mussorgski (Orquestación de Maurice Ravel).
Como todos sabemos y más de una vez hemos comentado desde estas páginas, hay conciertos que recuerdas durante años, y por el contrario, hay otros de los que no te acuerdas ni siquiera a la semana siguiente. La presencia de Riccardo Chailly con la Filarmonica della Scala nos evocaban uno de esos conciertos escritos con letras de oro en la Historia del Auditorio Nacional. Hace algo más de 25 años, concretamente el 2 de abril de 1993, protagonizaron una memorable Sinfonía turangalila de Olivier Messiaen, que empezó con el Auditorio lleno y que terminó medio vacío por las estampidas de parte del público que se fue escapando al término de sus sucesivos movimientos. Las enconadas protestas e increpaciones de algunos de los que permanecimos y que en un par de casos aislados llegaron a provocar pequeños altercados, junto al clamor final del público permanecen imborrables en mi memoria. El pianista Jean-Yves Thibaudet, la responsable de la ondas martenot Takashi Harada y el propio Riccardo Chailly salieron seis veces a saludar. Cuando al término del concierto bajé a los camerinos a saludar al Sr. Chailly, me confesó que pocas veces había vivido una situación parecida y un éxito tan clamoroso de una obra contemporánea, al menos para el medio auditorio que nos quedamos hasta el final.
Desde entonces hasta ahora, tanto la orquesta como el maestro han venido en innumerables ocasiones a Madrid, casi siempre al ciclo de Ibermúsica, pero nunca juntos. El reencuentro es obvio tras la nueva relación del maestro milanés con el Teatro allaScala, primero como Director principal y desde hace un par de años como Director musical.
Sin embargo, el concierto de este miércoles no ha cubierto casi ninguna de las expectativas, debido principalmente a la orquesta, que a tenor de lo escuchado no ha tenido un buen día. Fallos constantes tanto en el Concierto para Orquesta de Bela Bartok, partitura donde casi todos los solistas están expuestos de manera continuada, como en los Cuadros de una exposición, donde la magistral orquestación de Maurice Ravel deja igualmente expuestos a casi todos. Además, la Orquesta dellaScala es una de las grandes orquestas de foso, pero dentro del repertorio sinfónico, probablemente, ni la música de Bartok ni la de Mussorgsky están en sus genes. Algo que se notó en varias ocasiones.
El Concierto para orquesta es una de las obras clave del S.XX. Compuesto al final de su vida, cuando ya estaba exiliado en EE.UU. tras huir de los nazis y cuando la leucemia que acabaría con su vida empezaba a hacer acto de presencia, la obra es de gran exigencia para casi todos los instrumentistas. El mítico director húngaro Sir Georg Solti, probablemente el mejor traductor de estas páginasjunto a su compatriota Fritz Reiner, definía laobra como un gran fresco donde los movimientos pares, un claro scherzo en el caso del cuarto con ritmos folklóricos búlgaros, y una especie de scherzo-divertimento en el caso del segundo –al que denominó con un claro guiño «el juego de la pareja»– jugaban la parte alegre y graciosa que se enfrentaba en claro contraste con la Introducción inicial, en forma sonata muy clásica; al Adagio nostálgico situado en el centro de la obra y al gran Finale donde la orquesta tiene que dar el do de pecho.
Riccardo Chailly empezó la Introducción a un tempo excesivamente lento, jugando la baza del canto frente a una perspectiva más analítica. Sin embargo, la tensión no terminó de aparecer, los contrapuntos tan característicos de este movimiento no fueron especialmente remarcados, y tampoco terminó de aparecer la fantasía que esperas de una obra así. Ni el sonido de la orquesta, excesivamente ligero y claro,ni las entradas a destiempo de las trompetas ayudaron tampoco. Mas conseguido fue el Allegretto scherzando donde a pesar de la entrada un tanto intempestiva del tambor, hubo humor por los cuatro costados, y fue ganando en intensidad a lo largo del movimiento, terminando de manera brillante. En la Elegía intermedia, volvimos a echar en falta unas cuerdas mas incisivas, especialmente por parte de unos primeros violines y unas violas bastante apagadas. De nuevo el Intermezzo interrotto tuvo una mejor traducción por parte del Sr. Chailly, donde remarcó las danzas folklóricas en compás 5/4 y 5/8, mientras que el Finale, aunque Chailly aumentó las dosis de expresividad, no terminó de coger el vuelo que esperábamos.
Tras el descanso, los Cuadros de una exposición tuvieron en líneas generales una mejor traducción. Sin embargo, la orquesta, de nuevo bastante fallona –especialmente significativo el del primer trompa en la parte final de “El viejo castillo” donde perdió la línea melódica y tardó un interminable segundo en retomarla– estuvo por debajo del nivel que preveíamos. Hace ahora diez años, en el National Concert Hall de Dublín, pude ver al maestro Chailly hacer una fabulosa versión de esta obra con la Orquesta de la Gewandhausde Leipzig, quedándonos aquí claramente por debajo. Aun así, la labor del Sr. Chailly tuvo momentos muy atractivos como unas Tullerías muy detallistas, la excelente construcción del crescendo de Bydlo, o la rítmica precisa de La cabaña sobre patas de gallina. En fin, La gran puerta de Kiev tuvo la majestuosidad requerida en su construcción, pero el sonido quedó demasiado claro, sin terminar de redondear.
A los muchos aplausos recibidos, el Sr. Chailly respondió con una de sus propinas tradicionales, sobre todo de sus años como director de la Orquesta del Concertgebouw. La Obertura de Semiramide, es sin duda una de las páginas más brillantes y extraordinarias de Gioacchino Rossini. Con los primeros acordes de la orquesta vimos claramente que, aquí sí,ésta se encontraba en su salsa, tanto por sonido, como por idiomatismo y conocimiento. La versión fue de primer nivel. Hubo chispa, ligereza, y capacidad de transmisión, aunque creo que aun hubiera quedado mejor si el Sr. Chailly hubiera reducido un par de componentes de cada familia de cuerdas. Con una gran orquesta, en formación de cuerda (16/14/12/10/8), la música de Rossini quedó algo pesante, y la chispa perenne del genio de Pésaro tardó algo en aparecer.
Este fue el punto final de un concierto desigual, donde pintaron bastos para la orquesta. Esperemos que haya sido solo una mala noche.
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