
Crítica de David Santana del Réquiem de Mozart interpretado por Ricardo Casero y la Orquesta Reino de Aragón
Introducción a la música por la «puerta grande»
Por David Santana
Zaragoza. 30-III-2025. Auditorio de Zaragoza Princesa Leonor. 45º Ciclo de Introducción a la música. Francisco López Martín, flauta; Noelia Cotuna, arpa; Eugenia Boix, soprano; Patricia Illera, mezzosoprano; Andrés Sánchez-Joglar, tenor; Giorgio Celenza, barítono; Coro Sinfónico Amici Musicae, Igor Tantos, director; Orquesta Reino de Aragón, Ricardo Casero, director. Obertura ‘Samson’ de F. Haendel; Concierto para flauta y arpa en do mayor, K. 299 y Requiem, en re menor, K. 626 de W. A. Mozart.
La Orquesta Reino de Aragón es la encargada de clausurar el 45º Ciclo de Introducción a la Música que organiza el Auditorio de Zaragoza. Unos conciertos que cuentan con la peculiaridad de que la musicóloga Irene de Juan hace una presentación de las obras que se van a escuchar, convirtiendo estos conciertos en una gran oportunidad para tener un primer contacto con la música clásica o para profundizar en el “ser melómano”. Complementa así el Auditorio de Zaragoza su ciclo principal, el de “Grandes conciertos”. Sin embargo, el concierto que nos ofreció la Orquesta Reino de Aragón el pasado domingo bien podría haber entrado en la categoría de los primeros. El concierto se estructura en el formato clásico: obertura y concierto para la primera parte y una obra de carácter más sinfónico para la segunda que, en este caso, ocuparía el Requiem de Mozart. En torno al salzburgués gira, pues, el programa, con una pequeña referencia a su admirado Haendel que es esa obertura del oratorio Samsón. De esta, lo más destacable fue el sonido de los trompistas quienes, a pesar de tocar con los instrumentos románticos lograron emular el timbre de la trompa histórica, logrando una sonoridad muy acorde junto a unas cuerdas que brillaron por su precisión y equilibrio entre las distintas secciones.
La primera pieza de Mozart fue su Concierto para flauta y arpa en do mayor. Una de las piezas del periodo en el que el austriaco estuvo al servicio del arzobispo Colloredo y uno de los momentos en los que Mozart más cultivaría la composición de conciertos para instrumentos de viento, logrando tal maestría que, a día de hoy, muchos de ellos forman parte del repertorio básico de todos los alumnos de conservatorio.
El Concierto para flauta y arpa no es una excepción. Las líneas claras y puras permiten apreciar notablemente si el intérprete tiene la técnica adecuada y el excelente equilibrio entre orquesta e instrumentos es todo un examen a la musicalidad.
En este aspecto, la Orquesta Reino de Aragón se presentó con una plantilla de cuerdas numerosa para un concierto de estas características. Haberla reducido quizás hubiera permitida un mejor equilibrio entre la orquesta y los solistas. Sin duda fue una decisión arriesgada, pues a mayor cantidad de músicos, mayor probabilidad de inexactitudes. Tales temores fueron despejados por la férrea batuta de Ricardo Casero, quien logró una precisión metronómica incluso en momentos muy delicados como los pizzicati del primer movimiento.
En cuanto a los solistas, Francisco López Martín hizo gala de una técnica envidiable que le permite mantener las líneas melódicas incorporando elementos virtuosísticos. Los que más me gustaron fueron las variaciones en el timbre en la cadenza del Andantino. Sin embargo, también tengo que criticar a López Martín la búsqueda de complicaciones innecesarias en el fraseo. Aunque Mozart ya contaba veintidós primaveras en el momento de la composición de este concierto, el fraseo sigue siendo sencillo, con un lirismo natural en el que un exceso de dinámicas puede emborronar la dirección de la línea melódica. Noelia Cotuna demostró al arpa un soberbio buen gusto e imaginación reelaborando de forma sencilla pero imaginativa las frases que López Martín le proponía. Entre ambos brilló una extraordinaria conexión que les permitió regalarnos momentos tan hermosos y virtuosísticos como la cadenza del primer movimiento, con unos delicados y elegantes cambios de tempo exquisitamente calibrados.
Con el listón bien alto llegamos, pues, a la segunda parte en la que sonaría el Requiem de Mozart en un concierto que, junto a las explicaciones y el descanso sobrepasó de largo las dos horas —si esto no es un gran concierto, ya me dirán—.
Del Requiem anoté una gran cantidad de detalles que valdría la pena comentar. Ya sólo con éste me daría para escribir una larga reseña, sin embargo, para no ser excesivamente extenso me limitaré a los más destacados. He de comenzar, sin duda, alabando la labor que ha realizado Igor Tantos con el Coro Sinfónico Amici Musicae. En reseñas anteriores he alabado lo mucho que me gusta la sección de tenores —que, una vez más, estuvo soberbia destacando, por ejemplo, su parte en las fugas tanto en el Kyrie como en el Sanctus—. En esta ocasión Tantos consiguió un equilibrio perfecto entre las diferentes secciones, digno de estudio de grabación, que se pudo apreciar especialmente en la parte silábica del Lacrimosa, con una reverberación y un crescendo que denota un trabajo realmente extraordinario.
En general, el uso de las dinámicas fue muy inteligente por parte de Ricardo Casero, quien supo reservar las energías de la orquesta para sorprender con cada forte.
El cuarteto de solistas también estuvo muy bien seleccionado, con timbres muy contrastantes que permitieron al espectador apreciar los muchos matices de sus líneas. Aunque en cuanto a timbres no puedo terminar sin mencionar el excelente sonido de Giorgio Celenza en su registro agudo en el Benedictus.
Me dejo muchas cosas en el tintero: los fagotes, las respiraciones de la cuerda… pero creo que se pueden hacer una idea de la altísima calidad del espectáculo que pudieron escuchar los vecinos de Huesca el pasado sábado y los de Zaragoza el domingo. Todo un golpe en la mesa del talento regional que se demuestra, una vez más, capaz de mirar cara a cara a algunas de las orquestas con más renombre.
Foto: Auditorio Zaragoza