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Crítica: Marzio Conti dirige el 'Réquiem' de Verdi en Oviedo, al frente de la Oviedo Filarmonía y el Orfeón Donostiarra

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Autor: Aurelio M. Seco
28 de abril de 2015

RÉQUIEM QUE TE QUIERO VERDI

Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 26/04/15. Auditorio Principe Felipe. Conciertos del Auditorio. Réquiem, Verdi. Angela Meade, Marianne Cornetti, Vittorio Grigolo, Carlo Malinverno.  Dirección musical: Marzio Conti. Oviedo Filarmonía. Orfeón Donostiarra. 

   No decimos nada original cuando afirmamos que el Réquiem de Verdi es una de las obras más bellas jamás escrita. ¿Qué director con verdaderas inquietudes artísticas no ha soñado alguna vez con ponerse delante de una orquesta y sondear las profundidades psicológicas, dramáticas, en fin, trascendentes en cualquier caso, de esta obra magna del género sinfónico-coral? Pero una cosa es querer y otra  poder. “El Réquiem de Verdi es su mejor ópera”, se han cansado de repetir tanto la historiografía como los melómanos más recalcitrantes, aunque no sea más que una forma de hablar, porque en realidad estamos ante una misa escrita para rendir homenaje a un difunto, el famoso escritor italiano Alessandro Manzoni, muy querido por el compositor. Nada de ópera, sino una partitura que nace de la tristeza que produce una muerte en el alma de un genio. Es casi imposible que esta música no guste incluso cuando no alcanza los estándares de calidad deseados.

   Para su interpretación en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo se contó con un magnífico coro, el Orfeón Donostiarra, conjunto que ha cantado esta obra en numerosas ocasiones a lo largo de su trayectoria, algunas de ellas de la mano de grandes maestros de la dirección. Ya es mítica la versión grabada a las órdenes de Claudio Abbado. Fue muy agradable por ello reconocer a alguno de los cantores que estuvieron presentes en aquella ocasión, al lado de Roberto Alagna, Angela Gheorghiu o Daniela Barcellona. El Orfeón Donostiarra ya había cantado esta partitura en Asturias. Recordamos una versión muy sentida en el Teatro Jovellanos de Gijón, de la mano de Óliver Díaz y la hoy desaparecida Sinfónica Ciudad de Gijón. No lo sabía Díaz, pero aquel Réquiem era el de su propia orquesta, que después desapareció para no volver, al menos, hasta la fecha.

   En esta ocasión le tocó el turno a Marzio Conti, quien ofreció una versión voluntariosa de la obra, pero discreta si atendemos a la profundidad de estilo y el cuidado sonoro que creemos debería haber desprendido la versión. Pongamos por caso el principio, la conocida cadencia andaluza que Verdi incluyó nada más empezar su partitura, porque parece que le gustaba España y sus cadencias, aunque sólo pasase en nuestro país dos meses, en 1863, y no siempre de muy buen humor, según nos cuenta el musicólogo Víctor Sánchez en su libro Verdi y España. La sonoridad de la cuerda -fundamentalmente de los violines- durante estos primeros segundos nos pareció débil. Incluso los pianísimos deben decir algo consistente, aunque sea a escaso volumen. Aunque el grado de intimidad sonoro estuvo calculado desde la sensibilidad, se echó en falta una mayor presencia dramática en el sonido de la cuerda. Fue un principio susurrado desde la lejanía. ¡Y estamos hablando de Verdi, de Italia y también un poco de España!

   En general, la versión pecó de cierta inestabilidad. El Lacrimosa empezó lento, hasta ir adecuándose poco a poco a la rapidez que la cantante requería. Las tiranteces de tempo que observamos durante la velada no daban la sensación de responder a las necesidades dramáticas del Réquiem, sino a la peculiar forma de dirigir de quien llevaba la batuta.

   Durante el Ingemisco fueron evidentes los problemas del tenor para cantar a tempo, al igual que los gestos del director por intentar cuadrar -no siempre acertando con las formas- voz y maderas. También está el aspecto de la dinámica, que dejó fortísimos estruendosos e incluso molestos, necesitados de un mayor orden y temperamento, y los ya mencionados pianísimos que, queriendo ser delicados, en realidad denotaron falta de tensión. Los matices musicales sólo parecían incluir los extremos, en una obra con todo un mundo interior por descubrir.

   El Dies irae relució en los metales, gracias a una gran participación de los trompetistas -y demás miembros de la sección-, excesivamente elevados de volumen para el caso. Fue por todo ello una versión bastante desajustada, que dejó una sensación de factura poco depurada. Y somos conscientes de la dificultad de la obra y del tamaño de la orquesta, que sólo contó con cuatro contrabajos que tocaron con auténtica pasión. Nos gustó menos el sonido que se desprendió de los violonchelos e incluso violines, cuando ambas secciones tocaban solas o a través de algunos de sus miembros.

   ¿Y qué tal estuvieron los solistas? Sólo regular. Vittorio Grigolo estuvo sobreactuado durante toda la noche. Es una pena que un cantante con una voz y cualidades tan destacadas no mostrase un trabajo más fino y calculado. Nos hubiera gustado que el director hubiera corregido los excesos gestuales y canoros del artista, para conducirlos por el tono lírico, dramático e incluso gestual de elegancia que creemos debe primar en esta obra. La bonita voz de Grigolo afrontó las dificultades de la partitura con trazos gruesos y ostentosos. ¿Por qué abrir la voz tanto en el agudo y dotarla de un color artificial, en lugar de emitirla limpia y controlada en todos los registros? Su estilo un tanto inseguro y puede que por ello y para compensar, exhibicionista en exceso, podría haber resultado convincente en el Romeo y Julieta de Gounod, pero no fue apropiado en absoluto para interpretar el Réquiem de Verdi. No pasó de acertada la participación de Marianne Cornetti, y estuvo algo destemplada la de Carlo Malinverno, un bajo que podría haber mejorado mucho la belleza de su fraseo y profundidad de graves. Malinverno dio muestras de  poseer, además de una bonita voz, una más que notable concentración para seguir emocionalmente la obra, pero su línea de canto dejó que desear. Angela Meade afrontó el dificilísimo papel de la soprano desde la solvencia. Su registro grave no posee el dramatismo que precisan algunos de los fragmentos más impactantes de la partitura, y su voz no se caracteriza por su ductilidad expresiva, pero lució un bello registro agudo siempre presente y bien proyectado, que dejó los mejores momentos líricos del reparto. El Orfeón Donostiarra obtuvo una notable participación, pero sin llegar a mostrar todo el potencial expresivo que creemos podría haber dado de sí.

Fotografía: Facebook Oviedo Filarmonía

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1 Comentario
1 Jorge Moreno
29/04/2015 21:01:05
Básicamente de acuerdo con la opinión expresada en la crítica: réquiem por el Réquiem.
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