Artículo de opinión de Aurelio Martínez Seco sobre la idea de Repetición y sus consecuencias en la Historia de la Música
Repetir
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
El siglo XX ha supuesto una revolución en el mundo de la música, de consecuencias tan importantes que todavía no se han sopesado convenientemente. Hemos admitido como si nada, sin pensarlo debidamente, una nueva situación que en realidad lo cambia todo. Por un lado están las grabaciones musicales. La tecnología nos permite, desde el pasado siglo, de manera sistemática, en prácticamente todo el mundo, oír determinadas versiones musicales una y otra vez. Hoy, en un solo día se puede oír la Segunda sinfonía de Mahler muchas más veces que las que lo pudo hacer el propio compositor. Lo mismo con la Sinfonía nº 9 de Beethoven. Ésta con más razón si cabe porque, no sólo estamos ante el fenómeno interesantísimo que consistiría en contrastar cómo pensaba Beethoven que iba a sonar y cómo sonó aquella primera vez, sino con el que consiste en que un melómano cualquiera acceda en Youtube, por ejemplo, a decenas de versiones de la obra, contrastando las unas con las otras. Cuando Mahler presentó Das Lied von der Erde a Bruno Walter tras trabajar en su orquestación, le preguntó: «¿Tiene usted la menor idea de cómo se puede dirigir esto? ¡Yo no!» frase que, a nuestro juicio, debería leerse no tanto como fruto de la inseguridad del compositor como una reflexión suya sobre la naturaleza artística.
En el siglo XIX, el melómano que iba a un concierto a oír una sinfonía por primera vez, descubría su naturaleza en el mismo momento de la escucha, si es que se puede hablar así porque, ¿cómo se va a percibir la naturaleza o, si se quiere, la estructura; cómo se va a entender, de alguna forma, lo que se oye, con sólo una escucha? Y hay que preguntarse en qué consiste eso de «entender». Pero este fenómeno, fascinante en sí mismo, nos permite observar la obra de arte musical, joreomática, instantánea y caduca, con una perspectiva revolucionaria ella misma.
Es un fenómeno parecido al que se produce hoy cuando un melómano asiste, por primera vez, a un concierto de «música clásica», llevado sin duda por el impulso del mito o por un acompañante envuelto en él, o por curiosidad. Es una perspectiva, en cualquier caso, de una potencia arrolladora cuando hay falta de prejuicios, de un potencial que no estamos seguros que se esté sopesando. Al contrario, el melómano avezado, el crítico que realiza crítica comparada, así, sin más, está poniéndose, ante todo, en un momento de la historia en concreto, pero no en una perspectiva de análisis plural y, desde luego, más rica y potente, si hablamos de arte. Desde el punto de vista de los intérpretes de hoy, existe un peligro muy grave, el de institucionalizar ciertas poéticas pueriles, vacuas o vulgares que, sin embargo, están en la cumbre del éxito mediático y gestor.
Cuando en ocasiones un gestor repite demasiado ciertos nombres en los ciclos que organiza, o se apoya sólo en los más mediáticos, por la razón que sea, el gesto, además de sospechoso e inseguro, termina de alguna forma por institucionalizar la manera de proceder de los artístas repetidos, no siendo esto, a nuestro juicio, un aspecto positivo cuando el beneficiado no es, en absoluto, de lo mejor. Se sobreentiende que se repite lo que se considera bueno, pero aquí, claro está, habría mucho de qué hablar; aunque también se acierte. En la música, en el arte en general, por supuesto que se pueden establecer criterios para señalar lo más interesante, algo que cuesta entender en la época del relativismo y el subjetivismo, en la que todo vale lo mismo y se ecualiza. El respeto a todo el mundo se ha convertido en falta de respeto a lo mejor. En general queremos decir que en el público, o en parte de él, a veces en una parte minúscula del mismo, lo repetido pesa y se convierte en lo bueno y canónico, cuando no siempre lo es, en una piedra de toque para medir el resto, pero muchas veces bajo criterios errados o basados en imposturas.
Estas poéticas institucionalizadas tienen un riesgo, no para la minoría irrelevante que lo sabe ver, sino para el público mayoritario que asiste a un recital siempre con una perspectiva meliorativa ante cualquier fenómeno, con el objetivo de embeberse de Cultura, de relajarse o de cualquier otra cosa que no sea inmiscuirse conscientemente y con perspectiva en el fenómeno que está aconteciendo. La música es, para la LOMLOE y la sociedad de hoy, un pasatiempo o un sucedáneo espiritual superior, o no se sabe qué, o música clásica. Así, ¿qué hacer ante una partitura? ¿Dejarse influir por las versiones del pasado y actuar dialécticamente ante ellas o situarse en un mundo particular egoiforme? Se puede hacer la revolución desde ambas perspectivas. No se pueden obviar, de ninguna manera, las revoluciones, pero sin ser uno mismo un revolucionario, o siéndolo desde luego sin ser consciente de que, tocando el piano o dirigendo una orquesta, la revolución posible no es una verdadera revolución, aunque sea una revolución verdadera.
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