Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall. 9/3/2016. Renée Fleming, Soprano. Olga Kern, Piano. Obras de Robert Schumann, Sergei Rachmaninov, Claude Debussy y Patricia Barber. Bises de Rodgers and Hammerstein y de Giacomo Puccini
En un Carnegie Hall lleno hasta la bandera, Renée Fleming, una de las últimas divas, se dio un auténtico baño de multitudes en un recital en que apreciamos luces y sombras. Recientemente ha manifestado su intención de ir abandonando gradualmente los escenarios operísticos y muchos especulan sobre la fecha más probable (sería tras las “Mariscalas” anunciadas para la próxima temporada en el Covent Garden y el MET).
La soprano descubrió desde sus inicios, hace más de 25 años, el poder de la imagen en el mundo actual, y la sigue cultivando día a día. Una imagen que puede resultar algo cursi y afectada, que puede chocar a la mentalidad europea, pero que encanta a los americanos.
El que suscribe ha tenido ocasión de verle actuaciones memorables en alguno de sus papeles emblemáticos como la Rusalka del MET en 2004 o la Thais del Liceo en 2007, o en las 7 Canciones de juventud de Alban Berg en Lucerna con Claudio Abbado en 2005, cuando su voz de soprano lírica plena lucía en todos los registros. Con los años hemos visto que la voz sigue en forma, pero también es verdad que apreciamos una cierta decadencia, donde su técnica y su clase no han sido suficientes para ocultar una emisión algo más hueca en el centro y dificultades cada vez mayores en el registro grave, que siempre fue su punto débil. Estos problemas, se notan obviamente más en un recital de este estilo, donde el cantante está “desnudo” en el escenario con el único acompañamiento del piano, que en una función de ópera donde a las virtudes anteriormente mencionadas, se le suman las tablas acumuladas en una carrera de su nivel. El saber cómo y cuándo hay que destilar clase, hacer un filado aquí, cuajar una escena allá, dar en definitiva “el do de pecho”, para rendir al público a tus pies.
Independientemente de mi modesta opinión, a sus múltiples seguidores incondicionales les da exactamente igual, y lo cierto es que a estas alturas de su carrera, la Sra. Fleming canta lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. Este recital es un ejemplo y la cantante lo planificó con cuatro partes claramente diferenciadas, cada una con un compositor y un idioma diferente, y con estilos que van desde el más puro romanticismo hasta el jazz actual.
No entró con buen pie en el escenario. Sufrió un traspié al pisarse el vestido. Micrófono en mano, comentó el incidente expresando su deseo de que le diera suerte con el recital. Lo comenzó en alemán, con el ciclo Frauen liebe und Leben (Amor y vida de mujer), Op. 42 de Robert Schumann, compuesto en 1840. Explicó a la audiencia el contexto en que Adelbert von Chamisso escribió su ciclo de poemas en 1830, cuando las mujeres eran propiedades de los padres para pasar, tras la boda, a ser propiedad de los maridos. No parece casualidad esta elección para un recital el día posterior al 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. El mismo día 8 había participado en un acto en el edificio de las Naciones Unidas enmarcado en dicha conmemoración.
No se la notó cómoda en el intimismo que requiere este ciclo. El Carnegie Hall, con sus enormes dimensiones no parece el lugar más adecuado para buscarlo, y actualmente ni el timbre tiene el brillo de antaño ni le es tan fácil “apianar”. Sin embargo fue capaz de darnos dos lieder muy bellos. El segundo,"Er, der Herrlichste von allen" (Él, el más noble de todos) y el séptimo "An meinem Herzen, an meiner Brust" (En mi corazón, en mi pecho). Y terminar el ciclo con un "Nunhast du mir den ersten Schmerzgetan" (Ahora me has causado el primer dolor) donde puso toda la carne en el asador.
Con Rachmaninov avanzamos más de medio siglo y cambiamos del idioma alemán al ruso. El nivel del recital se elevó considerablemente y de hecho, fue lo mejor de la noche. Empezamos con la tercera y cuarta canción de las 6 romanzas Op. 4, compuestas en 1893. “En el silencio de la noche misteriosa”, y “No me cantes más, preciosa”, donde creó un ambiente seductor, la voz se liberó y tuvo detalles de gran clase, con agudos bien colocados y proyectados y un par de filados marca de la casa. Al terminar, la Sra. Fleming salió de escena para dejar sola a la pianista Olga Kern, cuya familia tiene vínculos directos con el propio Rachmaninov. Interpretó con una delicadeza exquisita “Lilas”, Op.25 n° 5, una de las canciones más bellas del compositor ruso, en la transcripción para piano realizada en su día por él mismo, y nos quedamos con ganas de haberla oído cantada.
Volvió al escenario con “El nenúfar”, Op. 8 n°1, donde no lo pasó bien ni en el grave ni en el agudo. Pero en las dos últimas canciones, “Crepúsculo”, Op.21 n° 3 y la maravillosa “Aguas primaverales”, Op.14 n°11 apareció la gran artista de siempre con dos interpretaciones espectaculares.
El principio de la segunda parte estaba consagrado a Claude Debussy. Comenzó con Olga Kern al piano interpretando con más virtuosismo que colorido los Feux d'artifice de susegundo libro de Preludios, una obra que habitualmente escuchamos como final de programa, bien dentro del libro completo, bien como bis. Las Ariettes oubliées, compuestas sobre poemas de Paul Verlain son un regalo envenenado. Canciones poco dadas al lucimiento pero con una dificultad extrema. Renée Fleming sufrió en los graves y algún agudo le salió calante pero donde menos cómoda estuvo fue en las notas en piano, casi todas forzadas, que le restaban expresividad. Sin embargo, su experiencia en la “melodie”, su clase y su exquisita dicción francesa salieron a relucir sobre todo en “L'ombre des arbres...”, en “Spleen” y en “Green”.
Terminó esta segunda parte con canciones de Patricia Barber, cantante, pianista y compositora de jazz americana, muy en la onda de artistas similares como Diana Krall. Renée Fleming, amante del jazz desde su juventud, la conoció en Chicago hace un par de años y le pidió que le arreglara cinco de sus canciones, “Higher”, “Scream”, “Hunger”, Morpheus” y “Yougottago home”, para la tesitura de soprano. No cabe duda que cree en ellas y disfrutó la ocasión, sobre todo con “Morpheus” y con “Scream”, su favorita “para estas elecciones” (estamos en EE.UU. en plena campaña de primarias). Tampoco el Carnegie Hall pareció el lugar más adecuado para estas canciones, que sin duda funcionarán mejor en su versión original, con micrófono, en un festival de verano junto a la playa o tomando una copa en un club de jazz. Algo similar alo que años atrás sentíamos algunos cuando Anne Sofie von Otter interpretaba canciones del cantante y compositor británico Elvis Costello.
Las dos primeras propinasfueron bastante eclécticas y provocaron un clima de jolgorio. La canción tradicional irlandesa “Danny Boy” y el muy famoso por estos lares "Shallwedance" del musical El rey y yo de Rodgers and Hammerstein. Acabó la velada con una versión muy personal, lentísima y algo superficial del "O mio babbino caro" dela ópera Gianni Schichi de Giacomo Puccini, donde colocó un par de agudos e hizo un par de filados que provocaron el delirio.
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