Crítica de Óscar del Saz del recital del bajo René Pape en el Ciclo de Lied coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]
René Pape, voz y canto incontestables
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 28-XI-2022. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXIX Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 1. Obras de W. A. Mozart (1756-1791), A. Dvořák (1841-1904), Roger Quilter (1877-1953) y Modest Mussorgski (1839-1881). René Pape (bajo), Michael Schütze (piano).
Como si de un regalo adelantado de navidad se tratase, se inició esta XXIX edición del Ciclo de Lied del CNDM, con el esperado debut del bajo alemán René Pape (1964), con ya 34 años de carrera a sus espaldas, uno de los más afamados intérpretes de su cuerda y generación, acompañado por el pianista Michael Schütze, que sustituyó por indisposición a su habitual acompañante, Camillo Radicke.
El 19 de diciembre, retornará el protagonismo de nuestros frecuentes y admirados visitantes Christian Gerhaher (barítono) y Gerold Huber. Para el 2023, se ha programado un variado plantel de figuras como Konstantin Krimmel (barítono), con Ammiel Bushakevitz (30 de enero); Christiane Karg (soprano), y la arpista Anneleen Lenaerts (7 de febrero); Marianne Crebassa (mezzosoprano), con Joseph Middleton (27 de marzo); Andrè Schuen (barítono), y Daniel Heide (3 de abril); Manuel Walser (barítono), con Alexander Fleischer (8 de mayo); y para cerrar, se contará con la figura ya legendaria de Ian Bostridge, acompañado por Julius Drake (5 de junio).
Si bien el diseño del concierto pasó por enlazar dos maravillosos -y diametralmente opuestos en carácter- ciclos del repertorio eslavo, con las Canciones bíblicas, op. 99 (1894), de Antonín Dvořák y los Cantos y danzas de la muerte, de Modest Mussorgski, se programaron dos singulares piezas de paso a cada uno de ellos, como la rareza del aria de concierto Die ihr des unermesslichen Weltalls Schöpfer ehrt [Los que adoráis al Creador del Universo inconmensurable], K 619, de carácter francamente optimista, de Wolfgang Amadeus Mozart (por primera vez en el Ciclo de Lied), y Three Shakespeare songs, op. 6, del poco frecuentado compositor británico Roger Quilter, que reflejan muy acertadamente textos de comedias escritas por el genial literato, y que se utilizan habitualmente en Reino Unido como cantos de navidad.
Nos resultó extraño, en cierto modo, observar el estatismo sobre las tablas de René Pape, fuera de lo que es su ambiente natural, la ópera, la escena, de frente a una carpeta que contenía todo el repertorio de su recital y de la que, en realidad, estuvo siempre dependiente -gafas incluidas, entendemos que sólo por los textos-, ya que el recital ejercitó los idiomas alemán, checo y ruso. Si bien el mencionado estatismo es un convenio de puesta en escena de cualquier cantante de Lied, ya que se entiende que nada gestual debe perturbar la comunicación entre los intérpretes y el escuchante, el artista compensó ampliamente esta supuesta barrera gracias a sus sobresalientes medios vocales, totalmente homogéneos en toda la extensión, con bellas densidades sonoras y oscuro timbre, cantando siempre a voz, sin empleo de falsetes ni otros trucos de «liederista que no quiere esforzarse», realizando en todo caso una interpretación muy ajustada a los estilos y la idiomática de cada compositor, y comunicando adecuadamente los textos empleando sólo las inflexiones de cada palabra en su voz, que alberga numerosos contrastes y facilidad para el parlato, capacidad de dinámicas y paleta de medias voces que descollan entre los fortes plenos y ampulosos y los pianos muy bien proyectados y de meritoria dicción sobre unas concepciones del legato y el fraseo muy sobresalientes.
Ya en el arioso mozartiano, acompañado con efectivas trazas, con apariencia de sencillez, por parte de Schütze, Pape se empleó a fondo en contrastar las diferentes secciones (recitativo-andante-allegro-andante-allegro) de esta pieza de temática ejemplarizante -pero no excluyente, con textos del poeta Franz Heinrich Ziegenhagen (1753-1806), ya que considera que pueda haber distintos dioses como Jehová, Fu, Brahma…-, destacando sus delicadas y sutiles maneras en la parte más cantábile (el andante) y aplicando brillantez en la emisión en el allegro final, como expresión y exaltación de lo que es la verdadera dicha de la vida, como reza el texto.
Sin temor a equivocarnos, diremos que Dvořák es uno de los músicos más completos que hayan existido jamás, ya que dejó composiciones de primer orden en todos los géneros (sinfónico -sus 9 sinfonías-, operístico -Rusalka-, música de cámara, etc.), sin olvidar la música religiosa que para él fue la primera que invadió su espíritu, dado que fue niño cantor y después organista, llevando toda su vida por el camino de la práctica religiosa que ejercía en el día a día con sus iguales y -ocurrió cuando estuvo en Estados Unidos- defendiendo a etnias de indios americanos y a los negros, que eran considerados como esclavos. Desde el punto de vista de su mundo interior, quizá sean estas diez canciones el fiel reflejo de su espíritu apoyado por los textos sálmicos que más a él le complacían de la Biblia de Kralice (ciudad donde se imprimió la primera biblia traducida al checo por la denominada como Iglesia Morava).
Rene Pape encontró el punto adecuado de atmósfera intimista en su interpretación de estas canciones, cuyo carácter pendula eminentemente entre lo simplemente enunciativo o muy tenue -1. Hay en torno a él nube y tiniebla ó 2. Tú eres mi refugio y mi escudo-, a lo balsámico, o de grave profundidad -3. ¡Da oídos, Dios, a mi oración!-, o a la plegaria -la número 4. El Señor es mi pastor-, con diversas entonaciones e inflexiones aplicadas muy bien por Pape, y que es la que más nos gustó. Así mismo, la 9. Levanto mis ojos hacia los montes y la 10. ¡Cantad al Señor un cántico nuevo!, fueron prodigio de contrastes en el claroscuro, energía en la emisión, ataques directos y afinadísimos sobre el agudo y denuedo en el colorismo en esa tesitura. Por supuesto, que el acompañamiento de su pianista tuvo que ver en mucho de lo que mencionamos como meritorio en Pape, ya que interpretar a Dvořák de esa forma tan matizada, y siempre a favor del cantante, está al alcance de pocos.
La sección que menos nos gustó, pero no porque René Pape no fuera capaz de asumir una buena recreación como intérprete, fueron las tres canciones shakesperianas del inglés Quilter (también, presentadas por primera vez en el Ciclo de Lied). Salvo la primera, Come away, death [Aléjate, parca], donde la temática acompaña a los códigos interpretativos de nuestro bajo, la segunda -O mistress mine! [¡Oh, amada mía!]- nos pareció demasiado fútil e inadecuada para su voz, aunque ambas pertenecen a la misma obra de Shakespeare titulada Noche de Reyes.
La última de la tríada, Blow, blow thou winter wind [Sopla, sopla, viento invernal], al menos se construye sobre contrastes en la escritura del grave al agudo, y viceversa, que lucieron algo más en la voz de Pape. El problema quizá esté en nosotros, por entender que no consideraríamos estas canciones como programables en un recital de Lied, por su ligereza, y porque al gustarnos más la parte pianística que la vocal, las encontramos «desequilibradas».
Para terminar, el conjunto de obras del universo Mussorgski -cuatro canciones- que mejor le vino a la voz de Pape. Estilísticamente, algo así como un Boris Godunov en formato reducido, donde se mastica la trágica teatralidad en la ambientación, y los textos se realimentan con los diversos personajes: el narrador, el moribundo, la muerte…, y donde el cantante ha de desdoblarse en varios de ellos: la muerte de un niño (Canción de cuna), la de una joven (Serenata), la de un mendigo (La danza «trepak»), y el triunfo de la muerte en la guerra (El mariscal de campo).
Es este un repertorio muy complicado que Pape supo mostrar de modo que entendimos que la muerte no actúa frontalmente contra sus víctimas, sino de forma tan cruel como sibilina, incluso juguetona a veces, o acaso como bálsamo sanador de un final que catartiza la existencia misma. Y aunque -repetimos- vimos al cantante demasiado dependiente de la partitura, estimamos que Rene Pape consiguió en su versión -sobre todo en La danza «trepak»- hacernos rememorar -que no asimilar, por supuesto- las inalcanzables versiones cantadas «a la antigua» por bajos tan paradigmáticos como Boris Kristoff o Nicolai Ghiaurov.
También gracias a las propinas, que fueron tres -An die Musik, de Schubert; Zueignung, de Strauss y una tercera en inglés que no supimos identificar-, el éxito de Pape fue muy redondo en su debut en el Ciclo de Lied, logrando que el público asistente esperara aplaudiendo de pie a una cuarta propina, que no se produjo, y que fue sustituida por un cariñoso «¡Feliz Navidad!», en perfecto castellano, lanzada de forma relajada y sonriente por el artista -con cierre de carpeta incluido- después de un recital extenso, difícil e intenso, con varios cambios idiomáticos, que como saben, hacen que haya que acomodar la emisión canora para conseguir los mejores resultados. Para regocijo de todos, el Sr. Pape goza de una salud vocal envidiable. Hacía tiempo que no escuchábamos cantar todo a voz, sin reservas, como comentábamos al principio. Todo ello nos dejó con ganas de volver a disfrutarle en otra ocasión. Que así sea.
Fotos: Elvira Megías
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