Por Raúl Chamorro Mena
La Coruña, 18-IX-2020, Teatro Colón. Programación Lírica de La Coruña. Asociación de Amigos de la Ópera de La Coruña. Recital de Mariella Devia «El regreso de la Regina». Giulio Zappa, piano. Obras de Franz Liszt, Frédéric Chopin, Giuseppe Verdi, Gaetano Donizetti, Robert Schumann, Vincenzo Bellini y Giacomo Puccini.
Después de las tan draconianas [asistencia reducida a 60 personas] como injustas e inadmisibles restricciones aplicadas a los primeros espectáculos de la programación lírica de La Coruña 2020, las autoridades establecieron, afortunadamente, unas condiciones más razonables, que fueron observadas escrupulosamente por la organización. Aforo reducido -pero dentro de lo razonable- entrada y salida escalonada, expendedores de gel hidroalcohólico por doquier, mascarilla obligatoria, distancias de seguridad… Todo el protocolo anti Covid 19 a punto para un acontecimiento, pues Amigos de la Ópera de La Coruña y su programación lírica con César Wonemburger al frente, a pesar de todos los obstáculos y la financiación cada vez más precaria, logran con entusiasmo y dedicación la cuadratura del círculo y dar nuevas vueltas de tuerca al concepto «ofrecer más por menos».
Retirada ya de la ópera, precisamente en la ciudad herculina ofreció en 2017 su última interpretación operística en España, Lucrecia Borgia de Donizetti, la soprano Mariella Devia escancia algunos recitales extraordinarios, que se convierten en auténticos acontecimientos, pues encarnan la memoria inmarcesible del gran canto italiano en una época en que resulta habitualmente maltratado en los teatros del orbe.
«La técnica distingue a un artista de aquella persona que canta bajo la ducha» manifestaba la soprano italiana en una reciente entrevista. Además de la rotunda verdad que contiene la frase, la misma adquiere suma importancia en un momento como el actual, en que la técnica vocal y los elementos genuinamente relacionados con el puro canto, resultan arrinconados por otros aspectos. La Devia siempre ha sido un caso de cantante seria y rigurosa, con la pureza estilística y la más sólida técnica por bandera, ajena al marketing y la fácil popularidad. Su relación con España, que siempre fue fecunda con abundante presencia en los teatros españoles, se ha enriquecido últimamente con un fuerte vínculo con La Coruña, donde por segunda ocasión se pone al frente del curso de interpretación vocal para jóvenes cantantes que impulsa Amigos de la Ópera. No pudo tener mejor pórtico este curso, que el magistral recital ofrecido por la soprano italiana, que me permitió volver a disfrutar de su arte, cuando ya creía que no sería posible, después de haberla escuchado tantas veces en vivo desde el año 1990.
Al ver el programa del recital, lo primero que uno piensa es que no estamos, evidentemente, ante una cantante retirada y consumada, que viene a cantar «due o tre canzonette», dada la exigencia de las piezas a interpretar que incluían escenas completas de varias óperas con las correspondientes cabalette a dos vueltas.
Abrieron el recital -dedicado a la memoria del periodista Albino Mallo recientemente fallecido- los Tres sonetos de Petrarca de Franz Liszt, obra de 1846 en su primera versión. En la primera de ellas «Pace non trovo» los ascensos radiantes nos recordaron que estamos ante una voz todavía sana, que aún tenía que calentar, como así ocurrió en las dos restantes piezas en las que el timbre se fue liberando y asentándose el perfecto apoyo y colocación. La magnífica escritura pianística de la pieza, como corresponde a uno de los compositores emblemáticos para dicho instrumento- fue traducida por Giulio Zappa con eficacia, pero con un sonido demasiado aparatoso, carente de un punto de pulimiento tímbrico. Igualmente, el trazo grueso presidió sus interpretaciones solísticas de la Mazurka op. 67 (nº 3 y 4) de Chopin y el Arabeske op. 18 de Robert Schumann, pero, sin embargo, Zappa alcanzó un mayor nivel como acompañante de la gran soprano.
A continuación llegó ya el capitulo dedicado a la ópera. Verdi llevado a su terreno por la inteligentísima artista, el del período temprano del genio, en el que los influjos belcantistas siguen muy presentes y una cantante que, plena de sabiduría, en la atalaya de su magisterio, jamás fuerza y escancia un canto presidido por el total control y el primoroso y firme legato, base del canto italiano. De todo ello fue ejemplo «Sempre all’ alba ed alla sera» la cavatina de la protagonista en Giovanna d’arco (1845), una de las siete óperas del Maestro de La Roncole estrenadas en el Teatro alla Scala de Milán.
He tenido la fortuna de poder ver en vivo a la Devia los tres papeles de la llamada «Trilogía Tudor» de Donizetti (Maria Stuarda, Anna Bolena y la Elisabetta de Roberto Devereux) y entre la maestría de todas sus encarnaciones, hay que subrayar que la infortunada reina escocesa es la que mejor se adapta a su vocalidad y temperamento. De tal forma, la interpretación de la gran escena de salida de la Stuarda en los jardines del castillo de Fotheringhay donde permanece confinada, resultó modélica, el vivo recuerdo de una referencia que aún está presente. El legato de altísima escuela sostenido por un fiato generoso, los detalles de clase, el fraseo cincelado y el dominio de la expresión elegíaca en el cantabile “Oh nube che lieve” dieron paso a la brillante y precisa coloratura de la cabaletta «Nella pace del mesto riposo» de la que afrontó la segunda estrofa con variaciones (igualmente en las segundas estrofas de las demás cabalette interpretadas en el recital), como está mandado. En belcanto no se concibe que pasajes que contienen la misma música se interpreten de igual manera.
Volvió el Verdi temprano con I Lombardi alla prima Crociata (Milán, 1843), la ópera posterior al apabullante éxito de Nabucco y en la que Bartolomeo Merelli, empresario del Teatro alla Scala, dejó en blanco en el contrato la cantidad a percibir por el maestro, quien, por consejo de Giuseppina Strepponi, colocó la misma cifra que había percibido Vincenzo Bellini por la composición de Norma. El canto spianato (canto sostenido, de ritmo lento y valores largos) de la pregaria «Se vano il pregare» surgió primoroso, prístino, tanto como la capacidad para regular el sonido y los quilates de su clase en la escala ascendente previa al final del aria, así como en la cadencia final.
A continuación, otro personaje del Verdi de galeras, la Amalia de I Masnadieri, única composición del genio italiano para Londres, ciudad donde se estrenó en 1847 y concebida para la legendaria soprano Jenny Lind, “el ruiseñor sueco”. Elegancia, refinamiento, afinación pluscuamperfecta, juego de dinámicas y dulzura en la expresión melancólica presidieron la exposición del cantabile “Tu del mio Carlo al seno” y constituyeron el pórtico a la deslumbrante cabaletta «Carlo vive?» en la que la Devia hizo justicia a la muy virtuosística escritura con una exhibición de coloratura, ese elemento importantísimo del canto que hoy día se arrincona, cuando no se desprecia. Alguno de esos de la intellingentsia dice que es «circo». Qué circo, canto de coloratura de calidad, pero claro, hay que tener una enorme técnica para deleitarnos al «modo Devia» con las volate, escalas, notas picadas, trinos… que nutren esta pieza.
Si en el año 2013 en el Palacio de Abrantes de Madrid Donna Mariella nos dejó boquiabiertos con la interpretación del aria de Medora «Non so le tetre immagini» de Il Corsaro (Trieste, 1848), otra de las óperas verdianas del período «de galeras»- quizás la menos considerada de todas- en esta ocasión, la soprano nacida en Chiusavecchia nos ofreció la escena de salida de Gulnara, la otra primadonna de la ópera, un papel más dramático que se asocia con la vocalidad drammatica d’agilità de otras heroínas verdianas del período como Abigaille, Lucrezia Contarini, Odabella... Después de un recitativo bien esculpido «Nè sulla terra», el aria «Vola talor dal carcere» atesoró el debido tono nostálgico y ensoñador. El legato de violín y la proverbial elegancia alumbraron las largas frases verdianas, que no fueron problema para una Devia dueña de un fiato más que respetable y una capacidad para dosificar el aire propia de su magisterio. La espinosísima cabaletta «Ah conforto è sol la speme», en la que la coloratura expresa y cataliza la agitación, las esperanzas de fin de cautiverio de Gulnara, esclava favorita del Seid, fue otra exhibición del total dominio del canto d’agilità por parte de la Devia con las correspondientes variaciones, como ya se ha subrayado, en la segunda estrofa.
La Devia de hace pocos años hubiera terminado cada cabaletta con un sobreagudo estratosférico, pero estamos ante una cantante que no emite una nota si no está segura de que va atesorar la calidad que fija su alta autoexigencia y, como es lógico, el paso del tiempo ha limitado la capacidad aérea, la facilidad y extensión en las alturas que siempre fueron señas de identidad de su vocalidad.
Dos jugosísimas propinas nos regaló la ya legendaria soprano que a sus 72 años sólo puede despertar al amante del canto una mezcla de asombro, admiración y, sobre todo, devoción. Una hermosísima «Casta diva» de Norma en la que delineó con primor y entre bellísimos detalles, glorioso legato y espléndida coloratura, la sublime melodía belliniana. La fermata conclusiva con ascenso y posterior escala descendente de semicorcheas –se oyeron todas las notas- fue modélica. Para finalizar, la maravillosa aria de Liù «Tu che di gel sei cinta» del tercer acto de Turandot de Puccini, que pocas veces se escucha tan bien delineada. Una demostración de que la emoción se puede transmitir con el puro canto, con el fraseo y con sobriedad, porque el desmelene sin canto, el histrionismo y los lloriqueos sin los papeles en regla, no valen.
Gracias Donna Mariella y gracias programación lírica de La Coruña por ofrecer esta oportunidad a los amantes del gran canto de volver a disfrutar con la artista que custodia la memoria de sus esencias.
Foto: Amigos de la Ópera de La Coruña
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