Andueza y La Galanía, broche de oro para un «Pórtico» centrado en la locura y la melancolía.
Por Mario Guada
30-III-2014, 12:00. Zamora,Iglesia de San Cipriano.Festival Internacional de Música «Pórtico de Zamora». Entrada 15€uros. Obras de Henry de Bailly, José Marín, Gaspar Sanz, Antonio Martín i Coll, Jean-Baptiste Lully, Tarquinio Merula, Barbara Strozzi, Johann Hieronymus Kapsberger, Benedetto Ferrari, Claudio Monteverdi y anónimos. Raquel Andueza • La Galanía.
Raquel Andueza sigue siendo, hasta que no venga un vendaval y se lo arrebate de manera súbita, una intérprete única en el panorama vocal español. Lo es por múltiples y valiosísimos motivos. Primero, porque su voz es única, absolutamente personal, reconocible y distinta a las demás –esto no es una obviedad tan grande como pudiera parecer. Segundo, porque la manera tan sutil y admirable que tiene de paladear el texto, haciendo absolutamente inteligible para cualquier oyente, es algo tan necesario y que tan pocos cantantes son capaces de conseguir, que es un valor innegable y que la hace grande. Tercero, porque es muy difícil encontrar hoy día a un intérprete vocal que sea capaz de transmitir de manera tan directa y cercana cada una de las emociones y los afectos que las obras que está interpretando contienen; actúa, pero a la vez todo fluye con la más absoluta naturalidad y resulta transparente a un punto tal, que a veces puede resultar hasta «excesivo» para un oyente que se ve metido de manera tan profunda en el interior de la intérprete, pudiendosentirse hasta apabullado. No se puede saber lo que esto significa hasta que no se ve en directo a esta increíble voz hacer un Monteverdi, Strozzi o Ferrari, llegando a emocionarse casi hasta el llanto. Es una experiencia que transgrede lo puramente musical.
La propia Raquel, acompañada para la ocasión por Pierre Pitzl, a la guitarra barroca, y Jesús Fernández Baena, a la tiorba, nos guiaron durante casi una hora y media por música del XVII europeo–en la que el amor fue el tema central y unitario–,con una primera sección destinada a mostrar piezas que compositores de diversas nacionalidades compusieron sobre texto puramente en español, y que fue el objeto de aquel exquisito disco titulado Yo soy la locura, apropiándosedel nombre de la hermosa pieza de Henry de Bailly [¿-1637] que lo abre, al igual que abrió el presente concierto. Algunas de las piezas más hermosas de aquel disco pasaron en esa fría mañana zamorana por la Iglesia de San Cipriano, llena de nuevo para despedir este año el festival. Así la «dicharachera»No piense Menguilla ya, de José Marín [1619-1699], sacó más de una sonrisa a los asistentes, merced a su curiosa letra y su animoso «ostinato»; Vuestros ojos tienen d’amor, de autor anónimo,continuó en esa línea de lo ondulante, amable y cantable, al igual que Vuestra belleza señora, un potente canto del amado hacia aquella que le da y quita la vida con tan solo una mirada. Dos piezas instrumentales sirvieron de contrapunto a las piezas vocales, de la mano de unas improvisaciones sobre las Folías de Gaspar Sanz [c. 1640-1710], así como el Pasacalle y la Zarabanda de Antonio Martín i Coll [c. 1670-1734], interpretadas con magnífica solvencia técnica y un gran «feedback» entre los dos «pulsistas». La subyugante Sé que me muero, extraída del ballet Les Espagnols, perteneciente a Le Bourgeois Gentilhomme, de Jean-Baptiste Lully [1632-1687], cerró esta primera gran sección, volviendo a demostrar que la juventud no está reñida con la capacidad de sobrecoger y de vivir las experiencias de una forma profundamente interna.
De un salto nos plantamos en la Italia del Seicento, para ir disfrutando, en cada momento con escuetas pero oportunas introducciones de la propia Andueza, de algunas de las páginas más hermosas compuestas en ese período sobre temática amorosa. El regocijo en el dolor provocado por el amor, en sus diversas facetas, fue el epicentro textual a través del cual fuimos transitando por ese sinuoso camino planteado por Tarquinio Merula [c. 1594-1665] y su incomparable Folle è ben che si crede, que Raquel realmente interpreta de una manera tan sutil y expresiva como nunca he conseguido oír a intérprete alguno. Barbara Strozzi [1619-1664] logra evocar la atmósfera dolorosa del L’Eraclito amoroso a través de una delicada y vaporosa línea vocal que es acompañada de un sutil pero hondo continuo, evocado aquí por una tiorba fulminante. Figlio mio, de Johann Hieronymus Kapsberger [c. 1580-1651] muestra quizá la faceta del amor más tierna y pura, la de una madre hacia su travieso niño que esquiva el sueño, una hermosísima pieza, en la que Andueza y Baena logran toda la dulzura y el intimismo de una escena tan maternal. Son ruinato, de Benedetto Ferrari [1603-1681], muestra la parte más pasional y doliente del amante traicionado, siendo Andueza capaz de transmitirnos esos horribles celos y los sentimientos «asesinos» más primarios. Si dolce è’l tormento, de Claudio Monteverdi [1567-1643] es una de esa célebres obras del XVII, interpretada hoy día por decenas de cantantes, que sin embargo no llegan a conseguir –en su mayoría– el impecable y emocional resultado que Andueza y Baena –en este caso con la ayuda de Pitzl– consiguen en cada una de sus actuaciones.
Poco más puede añadirse a lo comentando sobre Raquel Andueza. Sigue sorprendiendo su capacidad para las dinámicas, no llegando nunca a un «forte» –por otro lado innecesario en la mayor parte de estas piezas–, moviéndose en el «piano» y «pianissimo» con sobrada solvencia, sin que esto afecte un ápice a su capacidad expresiva –al revés, la acreciente, lo cual es un inmenso logro. Además, la ductilidad vocal de Andueza la lleva a ser capaz de traspasar la delgadísima línea existente entre un registro de canto más abierto –más cercanoa lo «popular»–, con otro más lírico y dramático, resultando absolutamente teatral y expresiva en cualquiera de los casos.
La voz estuvo fantásticamente bien aposentada sobre el generoso y aterciopelado tapiz sonoro generado por Pierre Pitzl y Jesús Fernández Baena. Pitzl –al que escuchaba en directo por primera vez– es un músico imaginativo, de los que nos parecen cómodos en las estructuras cerradas, y aunque a veces esto puede traer un tanto de cabeza a aquellos con los que trabaja, logra siempre un resultado imaginativo y técnicamente brillante, como se demostró en su magistral versión de los Canarios de Sanz. Y qué decir de Baena, habitual compañero de viaje de Raquel Andueza, a la que comprende como nadie. Su tiorba es siempre dúctil, dispuesta a plegarse por el bien de la voz, acompañando de una manera sutil y elegante al extremo. Pero es también contundente y efectiva en su partes a solo, como consiguió demostrar con la interpretación de una Toccata arpeggiata realmente exquisita, con la elección de un «tempo» casi perfecto, en el que cada desarrollo de los arpegios podía disfrutarse en todo su esplendor. La sinergia que se crea cuando estos intérpretes se juntan –siendo solo los dos por supuesto, pero incluso en el trío– es absolutamente memorable. Fascina ver la transparencia expresiva que son capaces de transmitir, sabiendo el oyente en cada momento casi lo que está pasando por sus mentes.
El público asistió fascinando a este recital, mostrándose realmente comprensivo con cada una de las historias internas que se contaban y cantaban. Así lo demostró al final del concierto, a lo que fueron respondidos con un par de obras extras por partes de los intérpretes: una curiosa Jácara «de la trena», auténtica primicia mundial de lo que será la próxima grabación del conjunto–que registrarán la próxima Semana Santa–, en la que, contando con la colaboración del musicólogo Álvaro Torrente, realizarán una reconstrucción de piezas basadas en textos en español compuesto para algunas piezas, cuyo material musical no se conserva, pero que se ha reconstruido a través de conocidas estructuras de danzas y «ostinati» de obras del Barroco. Para finalizar, una impresionantemente íntima versión de la parte central de Lamento della Ninfa «monteverdiano», que cerró de la mejor manera posible la velada matutina.
Es difícil pensar en poner un broche más íntimo y melancólicamente más acertado para un «Pórtico» que sin duda ha brillado –salvo el borrón de Savall– con luz propia en esta edición. No podemos menos que felicitar a su director, así como a toda la organización, por demostrar que las cosas pequeñas a veces son las más grandes. Solo cabe esperar que las acuciantes «medidas preventivas» a nivel económico a las que se ha visto sometido este festival no terminen por tirar por tierra el que es, sin duda, uno de los eventos musicales más importantes del panorama español. Que sea por muchos años.
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