MERECIDO ÉXITO
Las Palmas de Gran Canaria. EL RAPTO EN EL SERRALLO - Wolfgang Amadeus Mozart. Kostanze: Mariola Cantarero, Belmonte: José Luis Sola, Osmin: Luiz-Ottavio Faria, Blonde: Elisandra Melian, Pedrillo: Juan Antonio Sanabria, Selim: Rubén Dario. Director musical: Alessandro Vitiello. Dirección de escena y decorados: Mario Pontiggia. Vestuario: Claudio Martin. Diseño escenográfico: Antonella Conte. Iluminación: Alfonso Malanda. M.a del Coro: Olga Santana. Teatro Pérez Galdos, 25 de mayo 2013.
Volvió Mozart a Canarias con su precioso "singspiel" El rapto en el serrallo. No es una novedad para la Isla, pero la producción sí fue nueva, debida una vez mas al buen hacer de Mario Pontiggia, director de escena y del Festival de Ópera. Amén de optar muy oportunamente por la parte musical cantada en alemán reduciendo los diálogos a lo esencial y traduciéndolos a español, la acción, como siempre con Pontiggia, respetuosa con la dramaturgia, nos traslada a principios del siglo XX, que no a la original época decimonónica y rococó al estilo vienés, donde la "turquería" estaba tan de moda.
El ambiente oriental, el de los serrallos con los eunucos (todos, incluyendo las mujeres del coro, lucían bigote moreno) toma así un aspecto lúdico y nada trágico, ni siquiera en la figura grotesca del "terrible" Osmin, guardián al que se le escapan todos por los codos y muy sensible a Baco y a Venus, contrariamente a lo que impone la severa ley del Profeta. El mismo Pacha adquiere un aspecto mas noble de lo acostumbrado, poético y soñador: se trata de un turco melómano -¿quizás progenitor de la turca Leyla Gencer?- que tanto ama a la ópera hasta el punto de raptar a una diva para retenerla en casa. Kostanze, coqueta y sensible a la adulación de su fan número uno, si por un lado da la cara a Belmonte, el novio "oficial" y atento, apasionado de manera bastante tibia, por el otro se decide por el más elocuente y adorador Selim, que para más inri tiene un seductor acento canario en la melosa entonación de la voz. Esta es la única y comprensible variación en un final que nos deja a todos satisfechos, pues la generosidad del moro supera con creces los suspiros del noble hispánico. Quedan los dos personajes cómicos y brillantes, el astuto Pedrillo, caracterizado con acento andaluz y la pizpireta Blonde, amiga y secretaria de la Diva, una joven inglesita no desprovista de encanto.
Merecido éxito el de la puesta en escena, rica de ritmo, entretenida y simpática, donde el tono rigido del alemán se ha mezclado con cierto aire zarzuelero que, lejos de molestar, ha insuflado nueva vida y complicidad a la historia. Han contribuido a ello, una vez mas, la preciosa y sugerente iluminación de Alfonso Malanda, el bonito vestuario de Claudio Martín y las escenas dibujadas por Antonella Conte sobre la idea de Pontiggia. Muy bien el coro, reducido pero determinante en sus entradas, instruido como siempre por Olga Santana.
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