La Fundación Columbus, entidad que trabaja en beneficio de los niños sin recursos con enfermedades raras, organiza un concierto en la Catedral de Santiago de Compostela protagonizado por el director español Ramón Tebar, al frente de la Orquesta de Cámara de Múnich.
Arte, música y filantropía
Por Antonio Gascó
Santiago de Compostela, 30-X-2021. Catedral de Santiago de Compostela. Concierto extraordinario: «Dolor y esperanza», a beneficio de la de la Fundación Columbus. Orquesta de Cámara de Múnich. Tara Erraught, mezzo, Marysol Schalit, soprano. Director Ramón Tebar. Obras de Pergolesi, Bach, Haendel y Vivaldi.
La Fundación Columbus es un organismo de gran prestigio internacional. Su labor filantrópica en beneficio de los niños sin recursos con enfermedades raras la lleva a cabo por medio de una acción cultural con mucho de pedagogía, basándose fundamentalmente en organizar destacados eventos musicales, con cuyas recaudaciones sufragan tratamientos inalcanzables para enfermos muy vulnerables. Bien haya esta gestión, que ha logrado un relevante prestigio en gran parte del planeta y que se ha hecho posible, merced a la participación de destacadas figuras internacionales de la música.
En esta ocasión el concierto, el último de la gira efectuada en anterioridad en las catedrales de Orense y Pontevedra y que finalizó en la de Santiago tenía como título «Dolor y esperanza», en referencia a cuanto la música expresaba, en relación con el propósito a alcanzar. Con la magnanimidad de las aportaciones de la asistencia, se pretendía la curación de dos niñas israelíes, Meir y Yehudit, afectas de una enfermedad infrecuente como es el Párkinson infantil. El hecho de que la audición se llevara a cabo en la catedral compostelana, se entiende por el propósito de la Fundación y el director artístico y musical Ramón Tebar, de establecer un paralelismo, con el camino que siguen las familias de las criaturas afectadas por estas dolencias insólitas, en la búsqueda de una solución.
El maravilloso altar barroco de José de Vega y Domingo Andrade, fue el escenario más portentoso que pudo ofrecerse a una audición. Y en esa línea, el repertorio no podía tener mayor identidad con el ideario del concierto. Por otra parte la acústica envolvente de las bóvedas de cañón, materializaba una atmósfera de sensaciones de vivencia emocional. El dolor venía representado por el Stabat Mater de Pergolesi, que musicalmente manifiesta el sufrimiento de la madre de Jesús, ante su crucifixión y muerte. El planteamiento de Tebar tuvo mucho de intensidad y al tiempo de conmoción anímica, tanto en los dúos y arias vocales, como en la ambientalidad sonora, llena de intensidad dramática y piadosa. El crear esas sensaciones fue obra de los arcos de la orquesta muniquesa, de sonoridad tan suntuosa y aterciopelada en su afinación, como precisa en la métrica y en la articulación. El concepto del barroco estaba en el color tonal, en la expresión, en la suntuosidad del sonido, en la dicción precisa, en la emotividad de las frases y en la materialización de un lenguaje tan revelador como sensorial. Las versiones, desde la fidelidad a la partitura, estaban por encima de la cronología y pertenecían a la intemporalidad del percibir y el conmover. Así lo supo ver el público que ovacionó y braveó la labor directoral al concluir el concierto, poniéndose en pie en masa para recompensar, con júbilo, la presencia del maestro. Sin que, todo hay que decirlo, declinasen las ovaciones en pro de los solistas vocales e instrumentales.
Ya en el sensitivo Stabat Mater, que inicia la obra, se notó la intención del maestro con una religiosidad uncial, no exenta de una interiorización doliente, expresada en el Fam de la armadura y en el contrapunto vocal del dúo de cantantes. Amoroso el andante del aria [en la que atacó un intenso en si natural en el Benedicta] y por el contrario vital el Quae morebat de la mezzo con suplicante voz en el centro. Saltando iremos al dúo del Fac ut ardeat intenso y vivaz, en el pulso del compasillo que determinó la mano directorial, sobre todo en la regulación de las intensidades vocales y orquestales, marcando los contratiempos con tanta precisión como intensidad. En el siguiente dúo, supo destacar una bien fraseada elegancia en los cuartillos en corcheas de las dos voces. Muy interesante la grave romanza del Fac ut portem de la mezzo, una de las más populares del conjunto, en la que la cantante hizo un derroche de precisión y vehemencia en los melismas. En pareja virtud anduvo la soprano en los arpegios del Inflamatus, a cuya bella melodía le concedió un talante operístico en la agilidad del compasillo.El canon del dúo Quandus corpus, tuvo una precisión casi ritual como también sucediera en la compleja fuga del allegro conclusivo llevado con tanta diversidad como intención intensa.
En la segunda parte cabría a hablar de la suntuosisima introducción orquestal del aria Zerfliese mein herze de la bachiana Pasión según San Juan, con una participación de flauta y oboe que, con posterioridad, se amalgamaron con la soprano en el galante 3/8 junto con el continuo. Una pequeña mácula de afinación en el Sol b de «Zahren» y por contra una intensa fuerza vocal en los arpegios, que Tebar llevó con serena tranquilidad. Excepcionales la concertino y la mezzo en el aria «Erbarme dich» de la Pasión según San Mateo, a un preciso 12/8 cuajado de pietismo, en un alentador aire de siciliana. Le faltó agilidad a la soprano en el pulso ligero de «Ich folge dir» de la pasión juanina secundada por una flauta y el continuo tan precisos como eficaces en el aire y la intención. A recordar el sensitivo final del conjunto instrumental perdiendo su sonido en el aire en «Zum reinen» de la Cantata BWV 112. Intensidad tuvo la introducción de los arcos del motete vivaldiano en un tiempo tempestuoso al que la soprano respondió con propiedad cuajando un «In furore» acentuado y pasional, con una voz que traspasaba, en su potencia, la muralla instrumental. Sin duda la cantante estaba en su elemento.
La mezzo fraseó con galanura el compasillo de «Kommt ir angefochtenen» de la Cantata BWV 30 y la orquesta la siguió con suntuoso primor. Del mismo corte del referido fragmento de Vivaldi, era el haendeliano «Rejoice» perteneciente al famosísimo Mesías. Un aria muy contrastada y llena de acrobacias vocales, que la soprano expuso con recursos e indiscutible vivacidad. Parejos elogios cabe atribuirle en el «Alleluia» de Vivaldi llevando un compasillo en allegro tan vehemente como exaltado y ágil en las coloraturas.
Cabe decir en honor de Marysol Schalit, quien tuvo que sustituir a la anterior soprano prevista, 24 horas antes de empezar la gira de conciertos, registros fonovideográficos de CD, DVD y documental que pronto verán luz. Su profesionalidad eficaz en su intervención en tan poco tiempo, no cabe sino referirla con elogios sinceros.
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