Ramón Tebar, Marina Monzó, Rafal Jezierski y Jonathan Tetelman levantan al público de sus asientos en Valencia. «Puede ser una primera piedra para la construcción de un festival permanente, de prestigio planetario. Valencia por su abolengo musical lo merece y la afición lo reclama»
«A la lluna de València» levanta dos veces al público
Por Antonio Gascó
Valencia, 28-VII-2022, Plaza de la Virgen. «A la lluna de València», recital de óperas, zarzuelas, operetas, y canciones. Obras de Cilea, Giordano, Puccini, Gounod, Massenet, Saint Saëns, Cardillo, Curtis, Bernstein, Mancini… Tenor Jonathan Tetelman, soprano Marina Monzó, cellista Rafal Jezierski, pianista y director artístico Ramón Tebar.
En dos ocasiones, las dos mil personas que abarrotaban la plaza de la Virgen, para seguir el concierto «A la lluna de València», se pusieron en pie, en menos que canta un gallo, para aplaudir y bravear a sus cuatro protagonistas: el tenor Jonathan Tetelman, la soprano Marina Monzó, el chelista Rafal Jezierski y el pianista Ramón Tebar que, además, fue el director artístico de la producción y principal artífice de la misma y de su memorable éxito. Este fue el mejor termómetro del mismo.
Terminada la audición, fue imposible acercarse a los artistas, porque gran parte de los espectadores se agolparon para felicitarles, «selfisearse» con ellos, o departir, con júbilo, sobre las excelencias del acto vivido. El concierto benéfico, en favor del Colegio diocesano de Nazaret, resultó atractivo, variado, cautivador, ilusionante y, sobre todo, musicalmente, tuvo un destacado nivel. La clamorosa reacción del respetable no pudo ser más indicativa.
No es habitual en Valencia, notoria en eventos musicales al aire libre, un espectáculo de traza lírica, tan radiante, como el que se vivió el pasado jueves: la calidad de las actuaciones y la combinatoria escénica de videomapping y light art, supusieron un arrebato popular de satisfacción y júbilo. Sin duda alguna, a juzgar por la reacción del gentío, este es uno de los conciertos que la capital del Turia no debe dejar perder. De hecho, puede ser una primera piedra para la construcción de un festival permanente, de prestigio planetario. Valencia por su abolengo musical lo merece y la afición lo reclama. Así lo expresaron, emocionadas, personalidades de la cultura y la política a la finalización del recital: «Algo nuevo está surgiendo esta noche». El que esto escribe, hace suyas estas palabras y así lo espera, de la generosa munificencia de quienes lo hicieron posible y de la alborozada concurrencia. ¨
El programa fue sugerente y memorable, dentro de su indiscutible nivel, y la muchedumbre agradeció, en grado sumo, esta popularidad con la que disfrutó en gran manera. Solo faltó, para completar el deleite, un escenario, con tubos de neón, escultóricos, en sus intercambiantes iluminaciones, ubicado ante la fachada de la basílica de la Virgen de los Desamparados, que ejerció de pantalla de proyecciones, con referencias paisajísticas, de la capital del Turia. Inteligente y variada escenografía, tan atractiva como ingeniosa y pertinente. La versión al aire libre, contó con una megafonía de consumada excelencia y fidelidad en el sonido.
Ya en la primera obra que abrió la audición, el aria de Loris Ipanov, «Amor ti vieta», el tenor Tetelman mostró una voz, bella, timbrada, emocional, vibrante y poderosa, que le va muy bien a la seductora melodía de Giordano. Tuvo atención de utilizar las sutilezas del apianamiento, que dieron variedad a su dicción, recurso muy difícil en un tenor de sus extremas facultades y volumen intenso. Siguió la «È la solita storia del pastore» de L’Arlesiana de Cilea, dicha con mucho apasionamiento y delirio. El pianismo atractivo de Tebar se transfiguró para adaptarse al torrente de voz del cantante y en particular en el cuarteto final de versos del «Lamento de Federico», evidentemente, desconsolados y dolientes, marcados fortísimo en el pentagrama.
Seductora, coqueta, fascinante, la bella Marina Monzó en el vals de Musetta, que evidenció una voz hermosísima de lírica pura, lejana de los gorgoriteos con que califican el personaje, colegas lírico ligeras. Es más, sin la más mínima pusilanimidad, apianó, como mandan los cánones, el comprometido Si natural «senti morir», llevándolo desde la intensidad al susurro. El pianista, se dejó llevar de su éxtasis, cuajando, con delicadeza sensitiva, el acompañamiento de la cadenciosa e incitante melodía, de embeleso y seducción. Seguidamente, la valenciana, se las vio con el vals de Romeo y Julieta de Gounod, «Je veux vivre», de complicadas agilidades a tiempo ternario, rematado con un brillante Do5 sobreagudo. Una lectura ágil, bulliciosa y chispeante. El piano llevó el compás a uno, con jocosa soltura, enriqueciendo las dobles corcheas con una perspectiva sinfónica en la pulsación, de regocijo ágil.
Tetelman ofreció seguidamente «Pourquoi me reveiller», el aria del protagonista de Werther, a la que concedió una intensa fogosidad y arrojo, haciendo gala de su emisión crecida. Kraus sigue siendo el emperador en esta página. El piano asumió, en su quehacer, el cometido del arpa, tan omnipresente en la instrumentación. Siguió el chileno, con el «Adiós a la vida» del tercer acto de Tosca, con un dramatismo empecinado y concesiones al fletismo en «le belle forme disciogliea dai veli».
Ramón Tebar y el chelista Rafal Jezierski ofrecieron, en solitario, una delicada lectura de la melódica página de El carnaval de los animales: «El cisne». El teclado se convirtió, por obra y gracia de un emotivo pianista, en una auténtica arpa, con su delicado acompañamiento, y permitió frasear a gusto al chelo, la exquisita melodía de Saint Saëns, que sonó cautivadora en el mórbido y baritonal sonido del instrumentista polaco. Un gran intérprete que, en muchas ocasiones, a lo largo del programa, se apareó con el piano, en un cortejo concertante y regalado, dando sutileza orquestal al concurso de las voces.
Monzó ofreció la atrayente napolitana, «Non ti scordar di me» que, pese a ser dicha con delectación, acusó que la voz exquisita de la soprano no es para este repertorio, sino para el de tenor. Funcionó en la intensa locución de Tetelman, la popularísima «Torna a Surriento», a la que agregó un brioso Si agudo, no escrito, en el final de la partitura. «Core ´ngrato», dicho con furioso ímpetu, tuvo, sobre todo, un crecido frenesí y vehemencia, que contaron con el reconocimiento popular. La consistencia de la zurda del pianista, contribuyó, no poco, a la aclamación.
Marina Monzó dio una lección de canto en la romanza «Me llaman la primorosa» de la zarzuela de Giménez El barbero de Sevilla. Esta pieza en la que se lucen las lírico ligeras con sus acrobacias y sobreagudos, sirvió a la valenciana para ofrecer una versión muy musical, con centro amplio, pleno de majeza y una alborozada soltura en las fermatas, rematadas con un intensamente emitido Mi sobreagudo, que fue de clamor. Tebar la acompañó a ritmo de polonesa, como prescribe la partitura y como anuncia Battaglia antes de que la introducción, presente el aire polaco. Un fragmento nada fácil, en el que el pianista resolvió los cuatrillos en semicorcheas, con tanta genuina soltura, como intensidad palpitante, sobre todo, en la intrepidez de la escala descendente, antes de los dos compases introductorios.
En el inicio del dúo de Luisa Fernanda y Javier, Monzó lució un grave aterciopelado y mórbido, típico de una genuina lírica, para solventar un «Cállate corazón, duérmete y calla…» tan sentido como emocionante. Fue respondido por un Tetelman arrobado que, posiblemente, tuvo en su «Subir, subir…» la dicción más lírica de su intervención. El tenor conservó una injerencia muy febril en la romanza de Leandro, del segundo acto de La tabernera del puerto de Sorozábal. No obstante, tuvo razón de ser y carácter, en el arrobado ímpetu, que el público aceptó con rotundas ovaciones.
«Moon river» de la película Desayuno con diamantes, cantado a dúo, atesoró una efusión de talante más operístico, que el delicioso swing que reclama una bella pareja para bailarlo. El conmovedor tango de Gardel El día que me quieras, fue dicho por la soprano con primorosa musicalidad, mientras el teclado marcaba, con genial improvisación de postulado bonaerense, ajena a la partitura, el sensorial ritmo criollo, suavizado en pos del aliento lírico de la cantante valenciana.
La bella canción «Maria» de West Side story, tuvo expresión y sentimiento en la versión del tenor, que se lució en los sutiles pianos terminales. El dúo del balcón «Tonight», de la misma película, tuvo swing, en su ritmo latino ostinato y un sugerente cambio de tono, tan excitante como creativos No fue extraño que la placentera pieza de Bernstein encendiera la devoción del gentío que, puesto en pie, en su totalidad, reclamaba, con energía, un bis. Nada menos que tres logró: un sugestivo «O mio babbino caro» de Gianni Schicchi, dicho con arrobado primor, por una Marina Monzó en estado de gracia; un «Nessun dorma» de Turandot en el que echó el resto Jonathan Tetelman con flechado heroísmo y un O sole mio, cantado por ambos, que volvió a poner en pie a los asistentes, en una manifestaciónde su entusiasmo, aplaudiendo ardorosamente, a los protagonistas del recital y braveándoles, con toda la intensidad que permitía su complacencia.
A significar, además, la plausible intervención del conjunto de metales de la Unión Musical Centre Històric de València que ofrecieron, a modo de entreacto sonoro, la Fanfarria para un hombre corriente de Aaron Copland.
En resumen, ambiente más cálido entre la muchedumbre, que el de la noche, que ya es decir. Gala vibrante, de fantasiosos cromatismos emocionales, de calidad interpretativa que supera la más alta calificación y, sobre todo, de conexión intensa entre el escenario y la asistencia, como muy pocas veces se aprecia. Uno se ratifica en el colofón, en reincidir en lo dicho al principio de este comentario, que es la propuesta de la reposición de este tipo de acontecimientos que elevan la cultura de élite, a las más altas cotas de calidad y prestigio popular. Por supuesto, en esta referencia, uno no puede concluir, sin encomiar a los patrocinadores, tan discretamente anónimos como filántropos, que creyeron en el potencial de este gran acontecimiento, planteado por el Maestro Tebar y lo hicieron posible. De su sagaz perspicacia, fue consecuencia el brillante y gozoso espectáculo, vivido y aplaudido en Valencia.
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