Crítica de Raúl Chamorro Mena de Policías y ladrones de Tomás Marco en el Teatro de la Zarzuela de Madrid
A la tercera fue la vencida
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23-XI-2022, Teatro de la Zarzuela. Policías y ladrones (Tomás Marco). César San Martín (El presunto implicado), Miguel Ángel Arias (El policía), Alba Chantar (La hija), César Arrieta (El hijo), María Hinojosa (la mujer del presunto implicado). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Ramón Encinar. Dirección de escena: Carme Portaceli.
Después de diversas vicisitudes, se ha logrado por fin estrenar Policías y ladrones, Zarzuela de encargo directo por parte del Teatro de la Calle de Jovellanos al compositor Tomás Marco. La primera vez que se programó fue en 2018, pero se suspendió por huelga y la segunda debido a la pandemia del Covid 19.
A la hora de plantearse un encargo para una nueva Zarzuela, un género que se mantiene fundamentalmente por su fabuloso patrimonio del pasado, se antoja como plausible y apropiado, que el Teatro que porta el nombre del género y cuida de sus esencias encomendara su composición a un músico español del prestigio de Tomás Marco. El compositor madrileño cuenta además con una abundante experiencia en teatro lírico, con más de veinte obras, que con sus peculiaridades, pueden encuadrarse en tal manifestación. En el propio Teatro de la Zarzuela se estrenó en 1974 su ópera en un acto Selene, que personalmente presencié en su reposición de 1996. A diferencia de sus anteriores creaciones líricas en las que Marco confeccionó su propio libreto, esta vez el texto se encargó al dramaturgo y novelista Alvaro del Amo, con el que aceptó gustoso colaborar.
Marco y del Amo se aquietan estructuralmente al género zarzuelístico, toda vez que la obra alterna la música con partes habladas y comparecen lo que podrían considerarse números cerrados. Eso sí, ahí termina la vinculación con el género, no sólo porque la música carezca del más mínimo carácter español –más bien parece afroamericana o caribeña con un machacón uso del bongo- sino porque resulta imposible hermanar Policías y ladrones con ninguno de los variados subgéneros y manifestaciones que se encuadran bajo el amplio manto de la denominación Zarzuela. Estamos más bien ante una obra de teatro lírico con el estilo propio de su autor, lo cual es tan lógico como legítimo, que se asocia en mucho mayor medida a los estrenos de óperas españolas que el Teatro de la Zarzuela auspiciaba en un pasado cercano y se presentaban, particularmente, en la antigua sala Olimpia –por ejemplo, entre otras, Francesca o el infierno de los enamorados de Alfredo Aracil, El Bosque de Diana de José García Román y El timón de Atenas de Jacobo Durán-Lóriga- o bien, en la propia sala de la Calle Jovellanos – como El viajero indiscreto, Kiu, La madre invita a comer de Luis de Pablo; la ya mencionada Selene, Ojos verdes de Luna y El viaje circular del propio Tomás Marco.
En el libreto, con pasajes logrados y otros menos, subyace una pretensión de evocar el sainete con vocación de actualización, por cuanto contiene crítica socio-política –centrada en la lacra de la corrupción y su expansión a la justicia e incluso a la vida social- y un cierto tono costumbrista urbano actual, que no termina de desarrollarse con naturalidad ni de imponerse de forma auténtica y genuina. Sobre el escenario se encuentra «El presunto implicado», un sosías de cualquiera de los muchos políticos españoles comprometidos en tramas corruptas («trama Fruntel» expresa el libreto y todos sabemos a qué se refiere), el policía que persigue honradamente como servidor público al corrupto, pero se ve recompensado con la cárcel donde termina encontrándose con su perseguido y desarrollando una complicidad con él. Completan el cuadro los hijos de ambos, que se enamoran y asumen las consecuencias de la condena judicial de sus padres, así como la social de ellos y la suya propia. No falta la esposa del presunto implicado, que simboliza las esposas de los políticos corruptos que «no saben nada», «sólo firmaron», pero se aprovecharon de la riqueza obtenida e, incluso, huyen con la pasta.
La denuncia de la corrupción, sus tentáculos omnipresentes que lleva al castigo del honrado, del que, como servidor público, ha luchado contra viento y marea contra ella, se trata con ligereza, en pretendido tono de farsa, apartándose de una particular gravedad, pero ni la ironía, ni el sentido del humor se imponen, ni logran desarrollarse con fluidez, careciendo de espontaneidad y frescura.
La partitura musical se beneficia del indudable oficio del maestro Marco y así como su dominio de la orquestación, por lo que atesora una innegable factura, pero la escritura para la voz resulta poco estimulante y escasamente inspirada. Asimismo, en general reina una sensación de reiteración, de monotonía y falta de contrastes e inspiración, con esas continúas intervenciones de la percusión, particularmente el bongo, como ya se ha subrayado más arriba. Lo cierto es, que bien avanzada la obra uno tenía la sensación de que estaba todo dicho tanto musical como dramáticamente, por lo que una media hora menos de duración le hubiera sentado muy bien en todos los aspectos.
Apropiado oficiante de la partitura de Tomás Marco fue el director y también compositor José Ramón Encinar, que demostró su afinidad con la música contemporánea y, particularmente, con estos pentagramas, que fueron expuestos con claridad, convicción y buen pulso. A pesar de las limitaciones de la orquesta, ayuna de transparencia y refinamiento tímbrico, Encinar logró diferenciar planos orquestales, poner de relieve las variaciones rítmicas, además de mostrar sentido narrativo y buen acompañamiento a los cantantes. El coro resulta muy exigido tanto vocal como escénicamente en esta obra y alcanzó buena nota en ambos aspectos.
El reparto dominado por cinco personajes principales estuvo bien servido tanto en el aspecto musical, como en el escénico. Desconozco las razones de la ausencia del barítono santanderino Manuel Lanza, que figuraba como protagonista de la obra desde su primera programación e incluso aparece en las fotos del programa de mano editado por el Teatro de la Zarzuela. Su sustituto fue el templado barítono César San Martín, de timbre gris y un punto gutural, pero canto aplicado y buena encarnación escénica del político corrupto al que todos podemos poner, desgraciadamente, muchos nombres y apellidos. Un tanto envarado y afectado en los diálogos se manifestó Miguel Ángel Arias, con un material avaro en brillo y color, más cercano a un barítono que a un bajo, aunque con cierta sonoridad y una apropiada implicación escénica como policía. Su hija fue encarnada por la soprano rondeña Alba Chantar, que acreditó frescura y desenvoltura juvenil en escena y un timbre sopranil limitado de presencia y volumen, pero bien colocado, encauzado por un fraseo cuidado y musical, así como una buena técnica de pasaje. La también soprano María Hinojosa en el papel de esposa del político corrupto que se fuga con la tela, acreditó mayor volumen y metal, aunque no pudo librarse de vibrato en su emisión y alguna nota desabrida a la hora de enfrentarse a una escritura vocal trufada de agilidad aérea. Tan grato como liviano el timbre del tenor venezolano César Arrieta que asumió el papel del más bien insulso hijo del presunto implicado que se enamora de la hija del policía que le persigue y encarcela.
La puesta en escena de Carme Portaceli sobre escenografía de Montse Amenós y con adecuado vestuario de Antonio Belart resultó funcional y eficaz. Sobre el escenario pueden verse la prisión y las «puertas giratorias» tan relacionadas con la corrupción política y cómo la misma se extiende a otros pilares del Estado como la justicia y las fuerzas del orden. El montaje se vale de una eficiente dirección de actores y sirve con corrección y propiedad a la obra.
Fotos: Javier del Real / Teatro de la Zarzuela
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