PECADOS DE VEJEZ
Plácido Domingo, tenor. Selección de óperas de Giuseppe Verdi: Macbeth, Rigoletto, Simon Boccanegra, Un Ballo in maschera, La Traviata, Ernani, Il Trovatore, Don Carlo, La Forza del destino. Pablo Heras-Casado, director. Orquesta de la Comunitat Valenciana.
"Yo cantaré como tenor y el día que no cante como tenor no canto y ya está. (...) Son ideas que se te ocurren en la vida, pero que se abandonan porque yo mismo llegué a la conclusión de que no era buena idea". - Plácido Domingo. 1996.
Tentado por el mismísmo Herbert von Karajan, amante de las voces ligeras y líricas para roles que requieren otras tesituras y otros timbres, el tenor madrileño desechó la idea de convertirse en nada más y nada menos que el Don Giovanni mozartiano, rechazando además cualquier inmersión en el universo baritonal.
Desde estas declaraciones han pasado ya casi veinte años y al igual que un maduro Rossini no fue capaz de quitarse la música de la cabeza por mucho que quiso tras concluir la partitura de su Guillaume Tell, Plácido Domingo no ve, ni desea, que llegue el momento en que tenga que despedirse de ella. Como es músico inteligente, ávido y tenaz, al percatarse del lógico declive de su voz, realiza un cambio de tercio y termina, cual Rossini en sus Péchés de vieillese, dándose el capricho de saborear nuevas latitudes. Latitudes de coordenadas baritonales.
El punto álgido lo alcanza ahora con la grabación de este nuevo cd para su casa discográfica Sony, en la que interpreta una buena ristra de barítonos verdianos junto a Pablo Heras-Casado al frente de la Orquesta de la Comunitat Valenciana. En unos tiempos en los que el mundo de la ópera y la industria discográfica parece haber llegado al "todo vale", cantantes ya con renombre se prestan a bizarros experimentos por parte de quien les da de comer, teniendo el desamparado melómano que ver con horror como Angela Georghiu canta Carmen en un virtual dúo con la pobre Maria Callas o cómo Piotr Beczala hace lo propio con Richard Tauber. ¿Y con quién canta Domingo? El tenor madrileño, porque sigue siendo tenor a todas luces, es, qué duda cabe, una figura histórica de la ópera, por lo que ponerle a cantar con algún gran barítono verdiano del pasado sería en este caso una falta de respeto hacia ambos. Algo diferente había que inventar y por ello, en un acto de egolatría (algunos dirán homenaje), se viste y calza cual Giuseppe Verdi en lo que supone lo más llamativo de todo el disco.
En general escuchamos nueve personajes diferentes: Boccanegra, Macbeth, Rigoletto, Germont, Enrico, Don Carlo, Carlo I, Rodrigo y Conte di Luna que, cortados siempre por el mismo patrón, bien podrían ser uno sólo.
Plácido, sabio como es, entiende perfectamente que jamás sonará como un verdadero barítono, que su timbre carece de la firmeza y rotundidad requeridas, por no hablar de su incuestionable tesitura, por lo que carga las tintas, siempre de forma digna e inteligente, en los aspectos que su instrumento le permite, véase el patetismo, el desasosiego y la soledad de unos caracteres marcados por el dolor. Hay que tener en cuenta también que Domingo no ha escogido barítonos verdianos puramente por placer, sino también por la adecuación de su voz. Los verdianos requieren por lo general de una tesitura más alta, lo que dada su naturaleza tenoril, le permiten jugar más cómodamente con las inflexiones y acentos. No obstante, en el tercio superior el timbre del tenor ha perdido brillo, como es lógico, y sus agudos, que se estrechan y ahogan, son resueltos a medio camino entre su condición de tenor y su imposición como barítono; por otro lado, vuelvo a ello, se echa en falta mayor variedad en las dinámicas, en la acentuación... El fraseo es digno y el fiato, con el desgaste natural, sigue ahí, no esquiva el "Follia" del "Pari siamo" por ejemplo, aunque sí utiliza ciertos trucos, como apianar al final de "Cortigiani" para intentar conseguir el mismo efecto que los colegas barítonos a plena voz.
Encontramos pues mucho dolor, mucho patetismo (en el buen sentido de la palabra) y mucha intención y sensibilidad en este registro; no hay acentos incisivos, sí blandos e incluso vulgares; no hay contundencia y sí ocasiones en las que a Domingo hasta se le rompe la voz... Es imposible no tener sensaciones enfrentadas al escuchar este disco si alguna vez se ha querido o se ha apreciado el trabajo, el arte del gran Plácido Domingo.
Concluyendo, estamos ante un registro en el que a uno de los reyes de la ópera se le ha permitido darse un "capricho de vejez" y bienvenido sea, pues se lo merece; ahora bien, prepárese el oyente para un escucha tensa, sofocante e incluso monótona, sufriendo por Domingo.
Por desgracia, por mucho que queramos, a veces querer no es poder.
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