Resulta redundante y repetitivo apelar al carácter único, como fuerza de la naturaleza de Plácido Domingo, pero no hay más remedio que volver a hacerlo, después de escuchar el estado vocal y el nivel intepretativo que ofreció el pasado día 15 de Agosto en la Arena di Verona, transcurrido apenas un mes de su convalecencia en un hospital madrileño a causa de una embolia pulmonar. El Festival de la Arena de Verona que cumple 100 años, rendía homenaje a Verdi y Wagner con una Gala en la que junto al ya mítico cantante madrileño, que este año desempeña además el cargo de director honorario del Festival del centenario, actuaba un interesante elenco de voces bajo la dirección del prestigioso maestro británico Daniel Harding.
Después de su paso por Salzburgo, Domingo deslumbró en sus dos primeras intervenciones, ambas tenoriles y pertenencientes a las dos óperas de Wagner que con mayor gloria ha afrontado. En primer lugar, el final de Parsifal "Nur eine Waffe taugt", en el que el timbre íntegro, bellísimo, penetrante, pleno de terciopelo y redondez más que llenar, envolvió el enorme recinto. Harding le acompañó con pulcritud pero ayuno de trascendencia. En la magnífica canción de la primavera de Die Walküre, Domingo demostró por qué ha sido el mejor Siegmund de los últimos años y desgranó sonidos percutientes, de gran seducción y penetración tímbrica. Siempre es un placer escuchar Wagner por un tenor de escuela italiana y timbre bello, esmaltado, personalísimo y aún increíblemente íntacto.
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